XXXII. El melón

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Al día siguiente, por la mañana, los Carrillo y María Luisa salieron al pueblo para buscar un tipo de flor que la señora Catalina necesitaba para su hija, pues había amanecido enferma de tos. Elíza aprovechó su soledad para escribir a Juana, porque hacía tiempo que no sabía nada de ella y su familia. Se sobresaltó al escuchar pasos en el pasillo, pues la criada estaba en sus labores de cocina; rápidamente escondió sus escritos y alcanzó a ver al señor Dávila doblar el pasillo hacia ella. La pose del caballero era sospechosa, demasiado tensa para el ojo de Elíza, sobre todo en el área de las manos.

《¿Y si van a emboscarme? No viene con su primo》 Pensó seriamente 《No, pos, francamente, ya se había tardado》.

Para asegurarse, puso su rifle al lado del escritorio y le dejó entrar después de tocar la puerta. La tensión del señor Dávila incrementó al darse cuenta que Elíza estaba sola, se disculpó con una torpeza nunca vista en él. Fue difícil sacar un tema de conversación que durara más de tres diálogos, entre esos pocos estuvo la salud de la señorita de Báez. Al hablar de la joven, Elíza recordó los días en Trincheras, cuando el señor Betancourt mostraba intenciones de cortejar a Juana. Si fue difícil tener una conversación fluida, fue aún más difícil para Elíza el no sacar su rifle para que el señor Dávila pagara por lo que había sufrido su hermana mayor, pero en vez de recurrir a la violencia, prefirió hacer algo peor: hacerlo hablar de su repentina marcha de Nogueras.

   —¡Dejaron Nogueras más rápido que en lo que canta un gallo!
—exclamó Elíza— ¿Se les aparecieron ánimas en la hacienda el día de muertos, o qué? No me necesita responder, ya que usted no es el dueño de Nogueras, usted y sus amigos solamente siguieron a su amigo cuando él decidió irse de Trincheras. Hace tiempo que no sé ni pío de ellos, estarán bien, me imagino.

   —Así es, perfectamente.

   —¿Y el señor Betancourt tiene intenciones de seguir siendo el patrón de la hacienda? Porque digo, si ya no la quiere, pues yo le veo potencial para cuartel. Su amigo debe decidirse, como dice mi mamá: me lo das o me lo quitas.

   —Por el momento, el señor Betancourt tiene como prioridad su vida social en Magdalena. No me extrañaría que con el tiempo vendiera la hacienda, puesto que así como hablaba con entusiasmo de Trincheras, ahora le dedica el doble de elogios a Magdalena.

   Elíza decidió dejar ese tema hasta allí, pues las palabras del señor Dávila eran dolorosas al pensar en su hermana. Al poco tiempo, Dávila se percató de su brusquedad causada por los nervios, y comentó:

   —Esta casa es tan... hogareña. La señora Catalina supo mejorar sus pocos defectos, y desde luego, con semejante ama como la señora Carrillo, la casa mejora a mis ojos.

   —No sabía, señor, que usted formaba parte de ese grupo que elogia las aptitudes de la señora Carrillo.

   —Son más que elogios, señorita Elíza. La esposa del señor Carrillo, quienquiera que él hubiera elegido, siempre tendrá mis respetos por su valentía... —Elíza soltó una carcajada y él se sonrojó un poco—. Me he explicado mal... He querido decir que... Todos conocemos las expectativas que el señor Carrillo tiene sobre toda cosa o persona.

   —Todos estamos al tanto, pero mi amiga Carlotta tiene la sensatez suficiente para complacer a su marido. Al inicio, su decisión no me pareció lo más sensato, pero cuando me puse en su piel, la entendí.

   —Debe ser muy agradable para ambas el estar tan distanciadas...

   —¿Que estamos cerca? A un montón de kilómetros nomás.

   —En un buen coche o carruaje, el viaje se acorta considerablemente.

   —Pues será el sereno. Yo no diría que la distancia es bueno para Carlotta, porque los bandidos más peligrosos están en la salida de Trincheras.

   —Típico de los que han vivido toda su vida en un solo lugar: pensar que su pueblo es seguro y los demás no. Yo no entiendo su apego por su pueblo.

   Elíza estaba preparada para iniciar un nuevo debate, sin embargo, la llegada de Carlotta y María Luisa. Les extrañó tanto verlos platicando tan apasionadamente, que Carlotta exclamó cuando él se fue:

    —¿Qué significado puede tener esto? —sacudió a la pobre Elíza desconcertada y añadió—: ¡Pues que está enamoradísimo de ti, querida! Si no fuera eso, se hubiera marchado en cuanto te miró sola, sim embargo, decidió romper sus estrictas reglas sociales para hablar contigo.

   —No digas eso, tal vez no tenía nada mejor que hacer. Es lo más probable, que un hombre de su posición se aburra en el campo, y no que esté enamorado de una pueblerina como yo.

   No obstante, Carlotta defendía su idea, argumentando que él pudo haber hecho otra actividad como montar a caballos por los hermosos paisajes, o haber invitado a su primo para que los tres charlaran. Elíza solamente reía, así como reiría en los días siguientes cuando sus amiga volvía a sugerir aquella idea tan loca para Elíza.

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Dedico este capítulo a mi amiga AnglicaMartnez777
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Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now