XXV. El pino

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Después de las promesas de enamorado que hizo el señor Carrillo a Carlotta, se marchó a su humilde morada, a preparar todo y esperar felizmente la fecha en la que se convertiría en el más dichoso de todos los hombres.

   El lunes siguiente, la señora de Benítez tuvo el placer de recibir la visita de su hermano y a su cuñada, porque como era costumbre, iban a vacacionar desde el 12 de diciembre, que era el día de la virgen, hasta navidad, porque llevaban las mandarinas para las pozadas. Cuando las hermanas Benítez eran niñas, ellos solían regalarles cazuelitas y ollitas de barro que Laura y Cata comían hasta que su madre las reprendía, Elíza las quebraba al segundo día, María apenas jugaba con ellas, y Juana era la única que apreciaba el regalo como se merecía.

   El señor Galindo era muy distinto a su hermana, era más pacífico y con mejor juicio. A las damas de Nogueras les habría costado creer que un hombre que tenía su cantina pudiera ser tan sereno y educado, incluso sabiendo que desde que inició la Revolución se dedicaba a esconder los cartuchos en su cantina, además de que cuando iba a conseguir más producto, aprovechaba para contrabandear armas para los rebeldes. Su esposa, la señora de Galindo, era aún más atenta y agradable que él, era tan culta como elegante, pues tuvo la fortuna de asistir a un colegio para señoritas. Su amabilidad y personalidas hizo que entre las dos hermanas mayores y ella existiera un fuerte afecto, al grado de que Elíza y Juana lograban salirse con la suya, rompiendo la regla de su madre de no salir de Trincheras si no es emergencia, para ir a la casa de los Galindo en Magdalena.

   Lo primero que hizo la señora de Galindo en navidad fue sacar los regalos que tenía para las hermanas Benítez. A cada hermana le regaló un rebozo: a Juana de color verde, Elíza de color amarillo, a María color azul, a Cata color rosa mexicano, y a Laurita color rojo. Después dijo qué estaba de moda entre los de clase alta. Pero, como poco le importaba a la señora de Benítez sobre moda y peor aún, clase alta, prefirió seguir quejándose sobre sus hijas e intentos fallidos para casarse:

   — Ay, comadre Petra — lamentaba —, nomás me acuerdo y casi escucho a la señora de López decir que me quedé como el perro de las dos tortas. A Juanita no le echo la culpa, pero de la que sigue... Deja nomás que la tenga cortito porque... La agarro a balazos así como agarró al señor Carrillo, ¡No te he contado! Pos, que un señor bien rico le pidió en este techo caido que se casaran, ¿y qué hizo m'ija? Le dijo hasta de lo que se iba a morir, le estrelló mi cazo de Pátzcuaro y lo dejó plantado sin decirle nada. Cuando fui por ella, nomás fue pa' que agarrara a balazos al pobre señor Carrillo — Elíza suspiró pero no intentó defenderse —. Todavía se enojan con uno por querer asegurarles una casita. Ahora, Laureles y terrenos, serán pa' este señor y la familia de los López. No dudo que los López hayan engatusado al señor Carrillo para que ellos se queden con las tierras. Son bien astutos, Petra, que no te engañen, como se están quedando pobres, quieren robar todo lo que puedan. Si hubiera un hombre en esta casa... un hombre joven para que se fuera a la bola y peleara por la tierra, porque, aunque el señor Benítez cree que puede tapar el sol con un dedo, la verdad es que no.

   La señora de Galindo no respondió nada, pues ya sabía todo porque Juana y Elíza lo contaron todo en la carta que le enviaron por medio de la señora de Pérez cuando fue a Magdalena. Pero, lo retomó cuando se quedó a solas con Elíza.

   — Pobre de mi ahijada — dijo —. Juanita no vino al mundo para sufrir por amor porque tiene todas las virtudes. Pero, sé que para gente como el señor Betancourt esto no es motivo para tener el corazón roto. Son personas de ciudad, a diario conocen gente nueva y deben despedirse de ellos, en cambio, ustedes... se apegan más porque no hay más.

   — Puede que eso explica por qué no le costó irse — exclamó Elíza —, pero no nos basta porque no fue él quien tomó la iniciativa de irse, le encantaba Trincheras, y estaba perdidamente enamorado de Juana, se ponía todo sonso cuando la miraba.

   — La frase de estar perdidamente enamorado ya está bien usada y se usa cuando el "enamorado" tiene media hora de conocer a la que lo cautivó. Dejando de lado las frases ambiguas, ¿qué tanto quería a mi ahijada?

   — Porque hacía todo lo posible para encontrarse con Juana, y una vez juntos, nada los despegaba. En el baile de Nogueras, apenas se separaban cuando estaban juntos de nuevo, ¿no es el repentino desinterés por lo que no sea tu amante la misma escencia del amor?

   — ¡Por supuesto! Ay, Elíza, si hubieras sido tú la desairada, nos estuviéramos rieneo, pero le tocó a la pobre Juana, debió ser terrible mirarlo a toda hora y después escuchar que no volverá. Pero, ¿piensas que le gustaría a Magdalena con nosotros? Para que se distraiga, porque no creo que halle mucho consuelo en Trincheras.

   Como si la hubieran invitado a ella, Elíza se entusiasmó, y cruzó los dedos para que su hermana aceptara.

   — Con que se le olvide que el señor Betancourt anda en Magdalena, ya la hicimos, Elíza. De todos modos, vivimos en la punta, ellos viven en las haciendas, ni de chiste nos los ibamos a topar. Él necesitaría visitarla si la quisiera ver.

   — Tenga por seguro que sus amistades no permitirán que Juana y Betancourt se miren, ¡Me corto un dedo si él o su gente van a la punta! Betancourt es indiferente a esto, pero su gente no.

   — Pero si la señorita Betancourt sí demuestra ganas de continuar su amistad con Juana, sería muy mala si no la visita tan siquiera unos minutos.

   —Uh, no, tía, prefiriría perder una amistad sincera que perder su estatus.

   Aunque se mostraba pesimista, Elíza tenía esperanza de que Betancourt despertara de la dependencia de su gente y su amor por Juana fuera tan fuerte para hacerlo despertar.

   Cuando a Juana se le invitó, no se pudo negar, lo primero que acudió a su mente fue reencontrarse con Betancourt. Pero rectificó sus pensamientos, no debía ver al joven que no quería saber nada de ella, era mejor usar el tiempo de su visita para mirar a Carolina.

   De ahí en adelante, las pozadas no se detuvieron. Hubo una con los Pérez y los cuarteles, en donde se quebraron varias piñatas rellenas de frutillas que los guerrilleros rampiñaron. Entre ellos andaba Jorge, que tuvo el placer de conocer a los Galindo, y sobre todo, coincidir con la señora de Galindo en cuanto a orígenes.

   Habían simpatizado bien, pero simpatizaron mejor cuando él sacó a relucir su antigua vida en Álamos, porque la señora de Galindo vivió en un pueblo que pertenece a dicha ciudad, y que estudió en Álamos. Ella había oído hablar varias veces de un señor muy rico al que llamaban Dávila, nunca lo conoció en persona pero pasaba por enfrente de su hacienda principal cuando iba a la escuela. Aunque tuvieran buenos puntos a favor, la señora de Galindo no confiaba del todo en Jorge, le desagradaba que se tomara tanta confianza de elogiar a Elíza y hablar solamente con ella. Así que, le dijo a su sobrina que no era su intención meterse en esos asuntos, pero que Jorge no le parecía una buena opción para cortejo, porque ella notaba algunos detalles extraños en él, por ejemplo, el decir que los Dávila eran todo orgullo y egoísmo, cuando ella nunca había escuchado semejante cuento en los quince años que vivió en Álamos.
  
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Dedicado a IdolinaServin
Si quieren que les dedique uno avisenme jeje.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now