VII. El paraguas

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El señor Benítez no tenía bienes, en realidad, la historia del pequeño rancho Laureles es distinta a lo que se cree.

   Años atrás, cuando estaba lejos de contraer matrimonio, el señor Benítez tenía un amigo, cuyo mejor amigo, era el dueño de Laureles y varias hectáreas

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   Años atrás, cuando estaba lejos de contraer matrimonio, el señor Benítez tenía un amigo, cuyo mejor amigo, era el dueño de Laureles y varias hectáreas. Desgraciadamente, su amigo falleció cuando no tenía más de treinta años, y a falta de heredero, nombró a Benicio Benítez como el nuevo dueño de Laureles, no obstante, pasaron los años y cuando los Benítez estaban bien establecidos en su ranchito humilde con ganancias que no daban espacios para lujos, se corrió el rumor de que un joven huérfano era el hijo de Tiburcio Carrillo, pero dicho joven jamás disputó su herencia. Y, es así, cómo Laureles no pasaría a ninguna de las hermanas Benítez si el verdadero heredero planea arrebatarles Laureles.

   La señora de Benítez no podía dejar de odiar aquél tema, pues se casó creyendo que el rancho pertenecía por completo a su señor. En cuanto a ella, no pudo tener una infancia más pobre, al punto de vivir en una casa de palma que un rayo terminó destruyendo (desde éntonces, cada vez que llueve, sale con un machete a la calle para «cortar» el aire y que no hayan rayos), casita en la que vivió junto a sus dos hermanos, quienes sí hicieron el esfuerzo de estudiar para superarse y no el de no querer ir a la escuela y no deshacerse de su ignorancia. Aunque la vida de la señora de Benítez estuvo llena de numerosas ausencias materiales hasta que se casó, sus hermanos jamás esperaron llegar al matrimonio para dejar de ser tan pobres. Tenía una hermana que se casó con un tal señor Pérez, un abogado a quien conoció cuando se dedicaba a la limpieza en el buffete donde el señor Pérez trabajaba. Con su dinerito, se compraron un rancho llamado Maravillas, que estaba a más de un kilómetro de las afueras de Trincheras, localizado al otro extremo donde se sitúa Laureles. Su hermano era un respetado dueño de una pequeña cantina en Magdalena de Kino.

   Sin importar la distancia de casi tres kilómetros que existía entre Laureles y Maravillas, Catalina y Laura las recorrían con tal de aprovechar para pasearse por todo el pueblo, ya que el señor Benítez odiaba que estuvieran de casa en casa vagueando, sólo les permitía visitar a su tía, y ellas se colgaban de eso. Ellas solamente visitaban por unos minutos a su tía y después se iban a visitar a Maclovia para mirar los nuevos rebozos que había en su puesto. Siendo las dos más huecas de la familia, no les importaba caminar ese kilómetro de más para poder andar por todo el pueblo, pero nunca faltaba el chismoso que le contaba a la señora de Benítez que sus hijas andaban por todo el pueblo haciendo de las suyas y las castigó hasta la fecha en que el señor Betancourt se mudó a Trincheras, porque, ¿qué tal y se encontraba con una en el pueblo y se enamoraba de alguna? Ella siempre pensaba en todo si de matrimonio se trataba.

   Dos días después de la fiesta de Don Guillermo, las dos hermanas, presas de un gran aburrimiento, decidieron ir a “visitar” a su tía. Odiaban recorrer el kilómetro de más para que su tía no las acusara de mentirosas, pero en aquella ocasión, faltando medio kilómetro para llegar con la señora de Pérez, cerca de un río brillante; se había instalado una bola con sus soldaderas y todo. Cata y Laura, por fin entendieron por qué estaban construyendo un pequeño cuartel. Al mirar a los oficiales alíneados mientras el Coronel Farías les decía algo, ellas corrieron con su tía para que les informara de aquella bola. Su tía, feliz de colaborar, les dijo que aquella bola venía de Chihuahua y que se quedarían por varios meses para planear y entrenar sus siguientes tomadas cuando llegaran al sur. Las dos se entusiasmaron y su tía también les contó que varios no tenían soldadera, por lo que ellas se entusiasmaron aún más y de regreso se ofrecieron a ellas y a sus otras hermanas (sin consultarles) para ser soldaderas de algún oficial.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now