XLVII. La campana

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—Ahora que ya lo pensé con más detenimiento, Eliza —dijo el señor Galindo cuando iban en Navojoa—, creo que le doy la razón a Juana. No veo por qué habiendo en Guaymas tantas señoritas solas, tuvo que elegir a Laurita para su diversión, si sabe que tiene una familia que ve por ella y que si metiera la pata le ayudaríamos todos. Me dijiste que Jorge te platicó que nació un pequeño pueblo llamado San Bernardo, ¿no tendrán la costumbre de huir los novios antes de casarse? Algo así como un opuesto a la costumbre de Trincheras. Si es así, eso explicaría por qué no le importó cómo reaccionaríamos todos. ¿No pensaría que buscaríamos a Laurita hasta por debajo de la tierra? Aunque con lo gritona que es no íbamos a tener que llegar a esos extremos.

   —¿En verdad cree que la búsqueda no va a durar tanto? —preguntó Elíza con un leve sentimiento de fe. En lo que llevaban de camino estaba pasando por distintas emociones. La mayor de todas ellas era el coraje. Siempre tenía que ser la culpa de Laurita, pero ahora se había pasado de lo tolerable. Le perdonó cuando ya no quiso ir a la escuela, también cuando nomás andaba de coqueta en el cuartel, y sobre todo la perdonó cuando por sus actos imprudentes arruinó la imagen de su familia ante las Betancourt y el señor Dávila (al inicio).

   —Pienso igual que tu tío, sobrina. Jorge no nos ha dado indicios de ser alguien horrible. Hay que tener en cuenta que no todos los pueblos van a tener las mismas costumbres llenas de honor y decoro que hay sobre Trincheras. ¿Crees que Jorge sea tan malo como para que le dé igual si las destierran y a Laurita más? No pienso que le importe tan poco hacerlas infelices; que ya no puedan ir a ninguna misa, ni evento, ¡Ni a lavar al río! Porque allí se juntan las que más santas se creen para hablar de las que creen más diablas.

   —¡Pues yo creo que no le ha de importar mucho si no es que nada! Claramente le expliqué una vez de cómo se regía el pueblo, y no parece recordarlo. Le remarqué que incluso la vida de la joven puede correr peligro. ¡Si él tuviera buenas intenciones ya hubieran cruzado a Estados Unidos, o tan siquiera se hubieran casado! Ya no pido que estén casados, tan siquiera que estén lejos de aquí para que no salga lastimada. Pero en vez de ir a casarse, prefiere estar escondido. ¡Igual de cobarde que en batalla!

   —Tampoco hay prueba de que no hayan cruzado ya a Estados Unidos —dijo su tía.

   —Si no se les ha mirado salir de Magdalena es porque ahí siguen. Alguien del pueblo ya los hubiera visto. En estos momentos las señoras ya han de tener rodeado Magdalena —no pudo evitar cubrirse el rostro en su rebozo al imaginar aquella terrible escena. Era peor que ver morir a sus guerrilleros.

   —Entonces —dijo su tía—, supongamos que están en Magadalena para casarse y luego irse a Estados Unidos. Tal vez cambiaron de planes para ya llegar casados a Estados Unidos.

   —Pero, tía, ¿pa' qué se esconden? Si Jorge no habló con nuestro padre quiere decir que él no la quiere para casarse. ¿Cuál es la necesidad de querer tener una boda secreta? Conociendo a Laurita, ella no iba a querer una boda que pasara desapercibida, si no algo a lo grande, que tiremos la casa por la ventana como que si nos hubiéramos ganado la lotería... ¡Con nuestra mala suerte ni eso ganamos! Pero prefiero que tenga una boda a que no la tenga. Mi preocupación es que si él se niega a casarse, no creo que mi 'apá amenace con agarrarlo a machetazos si no acepta; en todo caso voy a tener que ser yo la que vaya a defender el honor de mi hermana, tampoco creo que vaya a ser muy difícil, Jorge no era el mejor de la bola.

   —Nunca creí que mi sobrina Laurita cometería algo como huir con el que está enamorada en vez de que cualquier cura los case.

   —Yo tampoco lo creía —dijo Elíza con la voz quebrada. Pues de solo recordar cómo viven las mujeres desterradas de Trincheras sentía preocupación—. Pero es que todos le dejamos la responsabilidad a mi 'amá de cuidar a esa chamaca sabiendo que es indomable, y que mi 'amá en vez de calmarla le da cuerda. La dejamos que estuviera un año andando de Marieta con los de la bola. Permitimos que anduviera haciendo cosas que no tenía que hacer. Una vez la caché jugando nuestro dinero en la lotería con sus amigos. Ya no quería estar en la casa. Y pensar que Jorge no puso de su parte para que esto no sucediera.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now