XIII. El negrito

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— Espero, querida — dijo el señor Benítez a su esposa, al día siguiente mientras desayunaban — que saques tu vajilla elegante para la cena, porque alguien se nos unirá.

   — ¿Quién va a venir? Ni creas que Carlotta va a andar viniendo, viendo cómo anda de asustada con la bola. Esa ya va pa' los treinta, era pa' que se anduviera buscando a alguien de la bola para casarse.

   — La persona que vendrá, por lo poco que sé, es todo un caballero y no un simple hombre.

   Los ojitos se la señora de Benítez se llenaron de brillo.

   — ¿Un caballero? ¡Ahh, pos el señor Betancourt! Hijoles, me hubieras dicho ayer, Juana, no ahorita, que ya puse la olla y frijoles y no la puedo apagar. Chin... — dio un golpe a la mesa — ayer Laurita fue a la tienda y no me trajo la pimienta pa' haber hecho salsa con chíltepines, tan siquiera. ¡Ya sé! Laurita y Cata, vayan a la tienda, quiero que me trujan más sal porque voy a hacer unos tamalitos con el frijol yurimuri que tengo en la olla.

   — No se trata del señor Betancourt — dijo su marido —; es de alguien que jamás he visto, pero del que mis hijas han oído hablar toda su vida.

   Eso causó confusión y curiosidad sobre quién podría ser. No se imaginaban al invitado, y el señor Benítez no tardó en aclararse:

   — Hace poco más de un mes, recibí esta carta — la sacó de la bolsa de su pantalón —, como yo rara vez suelo recibir cartas, supe que se trataba de un asunto serio. Hace quince días le respondí al señor Carrillo, el hijo perdido del negro, y en el momento que le plazca, podría pelear por sus tierras y echarnos como viles perros.

   — ¡Virgencita de Cocórit! — exclamó la señora de Benítez — ¿Y por qué no vino antes o después? Que se espere a que Juana se case con el señor Betancourt. Me cae gordo que ese chiquillo que el negro no reconoció pueda corrernos con una mano pa' adelante y otra pa' atrás. ¡Hemos vivido con lo poquito que nos da el rancho, que es lo único que tenemos! Y tú, Benicio, te dije hace muncho que fueras construyendo la casa de palma para cuando el hijo del negro creciera y quisiera su casa. ¡De seguro va a venir y va a querer que nos larguemos! ¡Mis nervios no aguantarán! Y de pilón, Benicio Benítez, nunca quisiste ir a arrreglar los papeles para que no nos pudieran quitar nuestro ranchito y los jueces resolvieran esta injusticia, la tierra es quien la trabaja.

   Juana y Elíza no quisieron repetirle que si se estaba cumpliendo una injusticia, era porque ellos no tenían tanto derecho como el hijo del negro a ser dueño de Laureles. Le habían intentado explicar a la señora de Benítez, pero se hacía la sorda y no la sacaban de que era una injusticia. Igualmente, le volvieron a explicar que su padre no podía hacer nada para seguir conservando la propiedad sin que su hijo intentara disputarla.

   — Es verdad que Laureles es lo único que tenemos — repitió el señor Benítez —, y que el hijo del negro nos lo puede quitar sin piedad, pero so escucharas lo que te leeré de su carta, te vas a dar cuenta que no es tan despiadado como piensas, a lo mejor y hasta te cae bien el negrito.

   — ¡Ay, sí tú! Lo defiendes porque es hijo del negro mentado. Ha de ser bien hipócrita, el hijo de su... pero, a mí no me va a ver la cara de tonta, ni su hijo ha de ser.

   — Por lo que leí en su carta, lamento decirte que tiene pruebas irrefutables de ser su hijo.

Arizpe, cerca de Magdalena, Sonora.
15 de octubre.

Estimadísimo señor:
Aún sigo sin creer que estoy escribiendo al único amigo que tuvo mi padre cuando vivía. Desde niño había escuchado rumores acerca del asunto, pero mi madre (que en paz descanse hace diez años) siempre los desmentía, sin embargo, momentos antes de su muerte, confesó que yo era hijo de Tiburcio Carrillo, quien me registró para ya no regresar a Arizpe y mi madre se volvió a casar cuando aún era un infante y se mudó a otro pueblo para hacerme pasar como el hijo de otro hombre.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now