XXXI. Chorro

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Más que por ser familiar de la señora Catalina, la simpatía del coronel Fernández fue la razón principal por la que comenzó a ser bien tratado en Arizpe, pero para Elíza, fue algo más lo que la empujó a cultivar una amistad con el coronel y es que Carlotta le contó que él era espía.

   —No me esperaba su visita —le dijo Carlotta un día, mientras daba de comer a sus pollos—, pero me alegro de que lo esté.

   —¿A qué te refieres, Carlotta? —preguntó Elíza— Creí que apoyabas a la Revolución, y él se ha dedicado a hundir la causa. Se nota que tiene tantas ganas tenía de defender a los de alta cuna, que está dispuesto a mandar a acribillar a quienes luchan por igualdad, ¿cómo podrías apoyarle? Parece que toda la familia del señor Dávila son igual de egoístas que él.

   —Hice mal en no decirte todo de un golpe —contestó—, porque te sueltas como hilo de media y luego no dejas hablar a nadie. Pronto te darás cuenta que la familia del señor Dávila no es tan falta de escrúpulos como piensas. Puedes ver a la señora Catalina muy segura de sí misma con sus ideas, pero está en contra de la Revolución porque odia todo lo relacionado a las armas, incluso a sus trabajadores les paga excelentemente, y opina que todos los patrones y hacendados deberían de pagar así a sus obreros, ella desea que todo esto termine con beneficios para las dos clases. En cuanto al coronel Fernández, él se dio cuenta que sus influencias le permitían ir más allá que los que se levantaban en armas, y hace dos años partió al sur, en donde se convirtió en un federal que ayudó a los zapatistas. Los federales lo convirtieron en el encargado de mandarles a fusilar, pero él los ayudaba a escapar, y no suficiente con esto, se reunía con los altos mandos y la información que se ventilaba él la decía a los máximos caudillos, entre ellos a Zapata. El carisma del coronel hizo que los políticos no lo descubrieran nunca, bueno, hasta que se le encontró en una cantina intercambiando palabras con un guerrillero. Para disipar las dudas, se regresó al norte, pero no creas que no hará nada, porque ya ha sido invitado a una reunión de políticos, y dará toda la información a la bola que ya está en Guaymas esperando al barco para tomarlo.

   —¡Es un héroe! —exclamó Elíza, no podía creer que acababa de conocer a un héroe nacional— Carlotta, ¿crees que es él quien está detrás de la toma del barco que vendrá de Francia?

   —¡No, no! Eso es imposible, porque la embarcación es de su tía. Así como lo oyes, ¡La bola planea tomar un barco de la señora Catalina de Báez! Me enteré cuando recién llegamos a Arizpe, y el señor Carrillo habló de un barco al que le reforzarán la seguridad para que se frustre cualquier intento de los guerrilleros para tomarlo. Elíza, no sonrías, ahora que conoces la verdadera opinión de la señora, debes de juzgarla justamente.

   —No es que me alegre lo que le va a suceder —respondió Elíza, mirando hacia Rosales—, es que sigo creyendo que será lo mejor. Piensa en cuántas influencias tiene, ella podría hacer que todo se termine.

   —¡Pero nadie se mete con lo que es de ella, y deberías saberlo! Elíza, ella no es una villana como piensas, tienes que enterarte que ayuda a las viudas, a los huérfano, o eso hacía hasta que...

   —¿Hasta qué?

   —Hasta que el señor Carrillo le metió ideas en la cabeza cuando se convirtió en su administrador principal. Eso me lo contó la señora Jímenez, quien me dijo que la señora Catalina antes le pagaba muchísimo más que ahora, y que pagó el funeral de su hijo que murió, hacía lo mismo con todas las mujeres. La señora Jímenez me lo confío para tratar de persuadir a mi esposo para que deje de decir tantas tarugadas, pero, ya ves...

   —Entonces, ¿quién planeó tomar el barco de la señora Catalina, habiendo tantos barcos de tantas compañías?

   —Lamento no poder responderte eso, pero no es lo único que se le ha hecho a la pobre familia, pues enviaban amenazas de —se acercó a ella para que nadie escuchara—: ¡Secuestrar a la hermana del señor Dávila! Él la tuvo que enviar a Estados Unidos inmediatamente, junto con él. Gracias a Dios no pasó nada más, y en cuanto los dos hermanos se fueron, los alameños comprendieron su error.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaWhere stories live. Discover now