XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.1)

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Amanece conmigo, acaricia mi piel, susurrarme al oído que todo irá bien.

Que las sombras se apocan, que las bellas estrellas volverán a nacer.

Ereas dio algunos pasos más en la oscuridad asustado, intrigado. Entonces la música se tornó de súbito casi insoportable, molesta, estridente, con sonidos que jamás había escuchado antes, era una mezcla armoniosa y discordante a la vez, con sonidos agudos, eléctricos, entrelazados con una especie de base fría, artificial, pero a la misma vez alegre, repetitiva ¿tal vez tambores? ¡no, no eran tambores! ¿tal vez un...un...? No supo explicarlo, pero era un sonido pegajoso, seductor.

De pronto se detuvo de golpe.

—¡Nos atacan! —gritó Orfen interrumpiendo el silencio.

Ereas se giró raudo, recién en ese momento se dio cuenta de cuanto se había alejado, estaba al menos a unos doscientos pasos de distancia, su aguda vista lo presenció todo, los licántropos los habían encontrado.

Los guerreros saltaron a agarrar sus armas de inmediato, pero los temibles licántropos ya se les habían adelantado, ni las espadas ni los arcos estaban en su lugar. Estaban cercados e indefensos, el único que aun portaba su báculo era el mago.

—¡Ningún movimiento en falso o mis chicos destrozaran a tus hombres! —habló el alfa. Su voz ronca sonó casi como un aullido, estaba parado en dos patas exhibiendo su porte y formidable musculatura. Su ojo ya había sanado, mostrando una vacía e inquietante cuenca que le daba un aspecto escalofriante.

El mago miró a los demás, estaban inmovilizados y con los licántropos encima, esperando. Eran demasiados, no podían ganar sin que alguno terminara muerto, no en aquellas circunstancias.

—¡¡Suelta el báculo!! —ordenó el alfa.

Eguaz dudó un instante.

—¡No lo hagas! —dijo Orfen desde un costado. Una de las bestias se le fue encima enseñándole los dientes de manera amenazante, se detuvo a tan solo centímetros de su cara chorreándolo de una espesa baba, si hubiera querido le habría despedazado el rostro ahí mismo. Orfen cerró sus ojos retrocediendo asqueado e impotente, no tenía como defenderse.

—Se inteligente, mago —sugirió el alfa de manera pausada. La licantropía solía ensancharles la garganta durante su transformación facilitándoles el aullido, en contraste, les costaba pronunciar las palabras.

Eguaz miró a los demás una vez más, el enano estaba aterrado cubriéndose el rostro con las manos, Insgar le movió la cabeza en señal de negativa, Ereas no se veía por ninguna parte, volvió a buscarlo con la mirada... no estaba. Los guerreros se desesperaron, tampoco lo veían, el mago lo vio en sus miradas, entonces sin más remedio soltó el báculo. Sin embargo, Teddy, que aún conservaba algunos de sus tantos y discretos cuchillos, saltó en un rápido movimiento sobre el alfa apuntándole directo a la yugular. No tuvo oportunidad, los licántropos en su transformación eran mucho más veloces y con sus reflejos de bestia agudizados al máximo, el alfa detuvo su arremetida de un solo zarpazo, haciendo saltar a Teddy a varios metros de distancia como si fuera un muñeco. Su cabeza se abrió y la mitad de su cara pareció desaparecer, la sangre salpicó a raudales y mientras terminaba de estrellarse contra el suelo, el globo ocular se desprendió de su cabeza rodando sobre la tierra apenas sujetada por una delgadísima membrana a su cuenca. Los demás que habían intentado seguir a Teddy en su contraataque gritaron horrorizados.

—¡OH THAL! ¡OH THAL! —sollozó Gianelo temblando al ver a su amigo— ¡Está muerto! ¡Está muerto!

—¡Thal ya no reside en este lugar! —rió el alfa malicioso— ¡Ahora pertenece a la eterna noche! ¿¡Alguien más desea sublevarse!? —desafió entre gruñidos.

El Viaje De EreasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt