Carta 2

103 22 12
                                    

Nonhyeon-dong, Seúl, Corea del Sur.

08 de Julio, 2019.

Hola, soy yo de nuevo...

Hoy amanecí con ganas de escribirte otra carta para contarte algunas cosas sobre mí, la inspiración sale por sí sola cuando te veo.

Por cierto, luciste demasiado atractivo hoy. Tu ropa deportiva encaja muy bien con tu figura y los tenis negros que llevabas combinaban perfecto contigo.

Mi vecino te saludó nuevamente e ingresaste feliz a la cafetería observando tu celular como si de algo maravilloso se tratase. Quisiera saber la razón de esa felicidad o tal vez en algún momento de mi vida, quisiera ser yo ese motivo por el cual muestres esa sonrisa que me hace sentir tan bien. Ese día, será el mejor de todos.

Mi nombre ya lo sabes, pero lo repetiré, me llamo KyungSoo, Kyung significa celebrar y Soo es el nombre de un río... ¿Le encuentras sentido a esto? Yo tampoco, no sé en qué estaba pensando mi madre al ponerme ese nombre, además de ser poco común.

Tengo un hermano mayor de nombre SeungSoo, es muy amigable con todos y conmigo, aunque a veces tenemos pequeñas peleas y terminemos enojados, sin embargo, no soporto estar en conflicto con él, así que permanezco en mi habitación como si no tuviera otra opción o lugar a dónde ir, muy paciente a que me pida disculpas. La hermandad ante todo.

Mi madre se llama SunHee y mi padre YoungSoo, créeme que son los mejores padres del mundo, siempre cuidan de mí y de mi salud. Pase lo que pase conmigo, estaré eternamente agradecido con ellos.

Tengo veintiséis años de edad. Desde que cumplí dieciséis hasta la fecha, he estado en constante tratamiento de mi enfermedad. No sé cómo sucedió todo esto ni cómo es que sigo vivo todavía, sufro de un molesto tumor en la médula ósea, un tumor que me limita a ser un chico normal viviendo sus años de juventud. Una persona que quiere ser como todos los demás disfrutando del pasar de los días, una enfermedad que no sabía que era hereditario hasta hace diez años atrás.

Cursé la preparatoria vespertina en el centro de mi ciudad. Solo tenía dieciséis otoños vividos y miles de conflictos mentales que después te contaré con el tiempo. Me encontraba en mi clase de ciencias cuando sentí algunos malestares en la zona baja de la espalda, a lo que no le tomé importancia porque era muy leve el dolor. Mi amiga EunYeong a la que considero muy especial para mí, se preocupó por mis gestos raros provocados por esa incomodidad. Traté de calmarla fingiendo una sonrisa, mas bien, pareció una mueca. Dejé pasar unos días teniendo la mentalidad de que los dolores desaparecerían con el tiempo, nunca pensé que un pequeño malestar repentino duraría tanto. Sugerí seguir con mi rutina diaria para que eso no afectará en mi calificación y sobre todo, a mis padres.

Un día desperté muy cansado, fatigado, desganado, como si hubiese corrido todo un día alrededor de un estadio. No tenía ganas de mover mi cuerpo, en lo absoluto. Mantuve la vista hacia el techo como si fuese lo más interesante en el mundo, mis ojos no parpadeaban y sentía mis pupilas arder por la falta de humedad en ellos, experimentando un sueño profundo estando despierto al mismo tiempo. Intenté mover mis piernas para ponerme de pie e ir a la escuela, pero estas no respondieron. Mantuve la calma volviendo a repetir la acción anterior obteniendo el mismo resultado... ¿Qué rayos estaba pasando conmigo?

Mi garganta se encontraba seca, mi estómago sufría de retortijones, solo sentía el dolor interior. El frío invadía poco a poco mi cuerpo y no podía hacer nada, tuve que esperar a que alguien llegara a auxiliarme. No sé cuánto tiempo me quedé así, cada segundo parecían horas y nadie se decidía en venir a verme. Con todas las fuerzas de mi alma traté de gritar y gritar hasta que alguien me escuchara. Afortunadamente mi ventana se encontraba abierta y el dueño de la cafetería logró captar mi llamada de auxilio.

Se acercó a los barrotes del ventanal y preguntó mi estado, al ver que no podía pronunciar nada ya que todas mis fuerzas se habían ido en tratar de llamar la atención de alguien, decidió ir hacia mi puerta y tocar como desesperado hasta que abrieran, no hubo respuesta. Realmente estaba a punto de entrar en pánico al ver que era inútil los intentos de ayuda del señor, ya no aguantaba está situación tan alarmante que me estaba consumiendo lentamente sin saber qué hacer, ¿acaso así es como voy a acabar en esta vida?, me pregunté.

Dejé de escuchar ruidos, todo se convirtió en un silencio abrumador hasta escuchar la puerta abrirse. Jamás pensé que el chirrido de un trozo de madera rectangular se asimilara al sonido de la gloria. Rápidamente el señor ingresó a mi habitación junto con los paramédicos haciendo bastantes preguntas que, por obvias razones, no pude contestar, solo quería saber dónde estaban mis padres y hermano.

Mi vecino solo observaba lo que hacían para saber qué era lo que sucedía hasta que mi mamá llegó muy asustada. Después de eso, ya no supe más. Recuerdo bien la cara de los presentes bastante preocupados y una jeringa que introducían en mi brazo izquierdo.

Al despertar, vi a mis padres y hermano a lado de una máquina que me enterraba un cuchillo en la cabeza en cada pitido, insoportable.
No pasaron ni diez segundos cuando llegó un doctor de nombre Daehyun, por cierto, él es el que lleva el control de mis terapias. Informó a mis familiares permanecer en vigilancia más tiempo y requería hablar con ellos. Inmediatamente salieron todos de allí y permanecí observando la habitación blanca y con un nauseabundo olor típico de hospital.

Aproximadamente dos horas después llegó mamá con una cara desconcertada, quería decirme algo, no salían palabras de su boca, se concentró en mirarme con mucha ternura y la vez lástima. Mi hermano ingresó segundos después y abrazó a mi madre como si no hubiese un mañana, en cambio yo rogaba que me dijeran si voy a morir o no. Las intrigas y las sorpresas nunca me han gustado y su actitud de ese día me puso más nervioso de lo que ya estaba. Necesitaba respuestas a tantas preguntas y nadie me decía nada. Una eternidad después, mi madre habló.

Tomó mi mano y comenzó a frotarla con suavidad mientras se preparaba para decirme lo peor. Lo sé, lo presentía, me voy a morir.

"Tienes un tumor en tu médula ósea, hijo, pero no te preocupes, con la ayuda de tu padre, hermano y mía, saldremos adelante. Perdón por ser así de directa, no sé manejar estas situaciones, lo sabes muy bien, mi pequeño."

¿Tumor? Creí que era una broma de muy mal gusto. No era posible que en mi plena juventud esas cosas pasaran. En ese momento, no supe que decir. Me quedé estupefacto de la repentina noticia que acabó con todo sentido a mi vida. Hasta la fecha me sigo preguntando cuál fue el hecho de tantas desgracias en mi vacía vida, el porqué tengo que pasar esta situación tan tormentosa cuando hay tantas personas que son malas, gente sin corazón que andan por la vida sanos y sin complicaciones. Mi vida se había convertido en un desastre.

Sé que es algo frustrante el hecho de leer palabras llenas de remordimiento, aunque quiero intentar sanar mi alma por este medio. Siento que es mejor si soy sincero con un desconocido a tener que aguantar sermones de EunYeong.

Cortaré hasta aquí esta insípida historia para poder ir a dormir y no quedarme con mi cabeza torcida y mis manos manchados de tinta. Después te relataré algunas otras menciones no realmente importantes de esta novela trágica que es mi vida.

Espero poder verte pronto, empiezo a creer que mis días favoritos son los jueves.

Con cariño y amor...

Doh KyungSoo

P.D. Sigo sin saber tu nombre y muero por escribirlo en mi cuaderno de notas.



________________________________________

Gracias por leer

Liz ❤️

Cartas a Kim JongIn [KaiSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora