Prefacio.

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Yo...

Jamas en mi vida hubiera imaginado esto...no me creí capaz de volver polvo todo, en un insignificante instante, porque eso pareció...

Solo un instante.

Todo ese magnífico imperio del que todos creíamos estar orgullosos, por el que mi padre luchó sin importarle nada más, ahora estaba deshecho y desapareció tan rápido como la llama de una vela al ser soplada con fuerza. Todo, atribuido a una sola palabra, pequeña pero imponente, poderosa, muy poderosa... una sola palabra que es capaz de cambiar todo; algunos dirían que me salvó, otros que me destruyó, yo solo diría que el amor fue una de las cosas más grandiosas que experimenté, y quizá esto suene muy cursi viniendo de mí, nadie lo creería, se mofarían de mí, ¿creen que me importa? No. No en este punto en el que entendí que indiferente a todo lo imperfectos que somos, esa sola palabra llamada Amor lo cambia todo, siendo tan puro y tan escaso, tan confuso y negado, dispuesto a perdonar, a olvidar, a necesitar...dispuesto a cosas buenas, cosas en las que yo no creía.

—¿Escribiendo de nuevo? ¿Eras escritor allá afuera o que?— pregunta con algo de mofa mi vecino de celda al pasar junto a la mía, siendo dirigido por un guardia.

—¿Luzco como uno?— pregunto casi de inmediato, aprovechando para guardar la libreta gastada que gané la segunda semana al entrar aquí.

—¡Silencio!—grita el guardia antes de ser callado por la voz de su radio.

¡"Atención a todas las unidades! Señal 3-L4. ¡Repito: Señal 3-L4"!

Casi de inmediato sale disparado a atender la nueva pelea que se ha generado y entonces, nos ofrece a ambos presos un corto espacio de tranquilidad. Uno  ríe al ver la escena, mientras que el otro solo hace un gesto de negación intentando adivinar de quién se tratará esta vez.

—Olvidó quitarme las estúpidas esposas.

Escucho como descarga pesadamente su cuerpo sobre el colchón y la curiosidad o tal vez las ganas de gastar un poco de saliva, me hacen hablar.

—¿Qué haces aquí?—le pregunto por primera vez con  tono afable.

—Está algo aburrido allá afuera— se queja— uno que otro preso nuevo siendo intimidado si lo permite, chanchullos, habladurías y nada más que lo corriente—termina disgustado y desanimado al no ver algo nuevo.

Olvidando el comentario poco inteligente vuelvo a hablar.

—No es de eso de lo que hablo. Quiero saber qué haces en este lugar— silencio, un suspiro sonoro y un inicio no muy seguro, dan pie a creer que le afecta la pregunta, que quizá odia hablar del tema y una última opción ofrece que no soy digno de recibir la respuesta.

—Asesiné a mi mujer— se decide finalmente a contarme. Su voz sale forzosa y casi podría jurar que su habitación se tiñó de oscuridad y vacío al instante—.La amaba— añade con voz melancólica.

—Eso no es posible— contraataco volviendo mi mirada al techo, lleno de tela de araña, sucio y dando un mal aspecto al lugar.

No dice nada más y cuando creo que la conversación se ha terminado...

—Eso mismo creí, pero aquí estoy. ¡Un convicto más! lleno de culpa y odio hacia mi mismo. Recordando cada maldito error que cometí para torturarme y  hacer de mi vida un  infierno...¿No es genial?— suspira nuevamente, segundos después toma una bola de goma, comienza a lanzarla con fuerza, de forma que rebote en la pared divisoria y vuelva a su mano.

—¿Cómo?— pregunto sin más, recordando que es la primera vez en tres meses que tenemos una conversación de más de cinco palabras y agregando que son temas personales.

Do no trust meWhere stories live. Discover now