Capítulo 8

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Samantha:

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Samantha:

Dos días antes de que se fuera él se fuera para siempre de mi lado, surgió una chispa incesante y desprovista que consumía mi piel, acaloraba mis sentidos y ennegrecía mis pensamientos. Era una cortina tan delgada la que nos separaba a ambos, tan delgada como un hilo de unión. Mis piernas temblaban cuando su presencia me llevaba a la perdición y era tan electrizante el solo roce de sus nudillos sobre alguna parte de mi cuerpo volvía a la vida, como si siempre estuviera hundido en la muerte.

No puedo siquiera sellar mis ojos cuando todo mi cuerpo habla solo por él. Es una jodida locura, pero amaba su cercanía, su mera presencia por los rincones de mi casa. Era una perfecta locura, aunque se debe estar un tanto loca para no querer todo de él. Verlo ahí sentado en mi sillón y leyendo un libro que llevaba en su mochila, era un sueño hecho realidad. En este pueblo ver un hombre siendo poseedor de letras, era una ilusión.

De pronto sus ojos azules como el océano, se achinaron y luego arrugó esas gruesas cejas sobre ellos. Levantó su hipnotizante mirada sobre mí y caí en una perdición de su mirada. Magnetiza, enamora y engaña. Tres cosas de las que estaba completamente segura de que no cambiaría hasta que saliera.

—¡Sam! —Todo acabó—. ¡Sam!

Me sonrojé apenas escuché la voz de Thomas, en mi puerta principal. Dejé de estar apoyada en la encimera y rompí contacto visual con sus ojos. Arrastré mis pies al pasillo y le abrí a Thomas, quien tenía una mirada de bestia.

—¿Qué sucede? —Pregunté sonriendo.

—¡¿Por qué mierda le pones seguro a esta porquería de puerta, Sam?! —Me preguntó de una manera muy prepotente—. ¡Carajo, no hagas más eso! ¡Maldición! ¡Estuve un maldito minutos tratando de abrirla!

Pasó por mi lado, empujándome levemente al costado.

—¿Por qué vienes a estas horas de la noche? —Me acerqué a la sala detrás de él y Jonathan nos miraba con un leve enojo—. Se supone que estarías en casa descansado.

—¡Eres mi prometida, Samantha! ¡Puedo venir cuando se me dé la reverenda gana! —Me gritó fuerte. No lo escuchaba desde hace mucho tiempo—. ¿Dónde me tienes la camiseta que te dije que me cocieras?

Suspiré cansada y fui a mi armario, saqué esa endemoniada ropa y se la entregué casi tirándosela.

—Ahora vete.

Lo tomé de un brazo, tratando de sacarlo de todo el escándalo que está haciendo al frente de él. Al estar ambos en el umbral de la puerta principal.

—¿Cómo puedes venir acá y gritarme? Está el señor Jonathan —Le chillé de manera silenciosa—. ¿Qué te sucede?

—Nada, es que hubo un problema con la fábrica. Estamos teniendo menos producción.

No culpes al deseo (disponible solo hasta el 18 de Marzo)Onde histórias criam vida. Descubra agora