—¿Ereas Dravar de Drogón? —preguntó el guardia del pergamino en las manos.

Era un hombre alto, con rostro severo, voz seca y hosca. Ereas se sintió súbitamente intimidado, asustado. ¿Cómo podía saber su nombre?

—S...sí. —contestó desconcertado.

No lograba comprender que estaba sucediendo. El guardia desenfundó su espada.

—¡Quedas detenido en el nombre de nuestro amado rey Sen...!

—¡CORRE! —gritó Dionisio airado. Acababa de salir de la posada y en un subidón de adrenalina había empujado sorpresivamente a los guardias. Éstos, tomados por sorpresa, no alcanzaron a reaccionar, estrellándose estrepitosamente contra la parte trasera del carretón.

—¡ATRAPENLO! —gritó el guardia a viva voz mientras intentaba incorporarse alzando su filosa espada.

La gente que circulaba por la callejuela se quedó pasmada, un par de cantaros se rompieron al chocar contra el suelo, Jacinto asustado corrió entre relinchos a través del callejón con el carretón a cuestas mientras Adam, aun sobre él, intentaba inútilmente controlarlo, las gallinas cacarearon alborotadas y Sansón ladró furioso mientras trataba de romper su correa. Ereas, en tanto, corrió desesperado perdiéndose a través de las laberínticas callejuelas de la ciudad.

El gorgo fue incapaz de recordar los lugares por los que se había desplazado. Desorientado y sin rumbo las calles y precarias construcciones que fueron apareciendo frente a sus ojos le parecieron repetitivas. Aún no se atrevía a mirar atrás, pero sabía que lo seguían, de seguro estarían buscándolo, ya no dos sino varios, y lo peor de todo era que no lograba comprender el motivo. Pronto se dio cuenta de que estaba completamente perdido, ni siquiera era capaz de ver las altas torres del castillo desde el lugar donde se hallaba. Había llegado a un lugar solitario y lúgubre, las ruinosas casas estaban construidas a la ligera y en completo desorden, la estrecha callejuela del lugar se hallaba atestada de basura, la que atraía a un sinfín de visitantes inesperados; moscas, ratas y unos cuantos perros callejeros, todos hambrientos, malolientes y apestados. Ereas se cubrió la nariz, no sabía porqué, tal vez era algo propio de su raza o la misma naturaleza lo había dotado de ciertas habilidades hipersensoriales, pero sus sentidos parecían estar mucho más desarrollados que el común de las personas, por lo que se cubrió la nariz con la manga de su ropa de inmediato, la pestilencia le resultaba insoportable.

De pronto un pequeño grupo de niños sucios y mal vestidos pasaron corriendo entre risas por el fondo del callejón, todos llevaban una delgada vara entre sus manos como si de una espada se tratase, estaban tan ocupados fingiendo ser caballeros que no notaron la presencia de Ereas. El muchacho no supo qué hacer, estaba demasiado confuso, había viajado hasta la capital para solicitar el amparo del rey Sentos, pero parecía ser, más bien, que éste había firmado una orden de captura en su contra por algún motivo que él desconocía por completo. "¿Qué era lo que había sucedido?" "¿Cómo podía Sentos saber que había sobrevivido?" y por sobre todo "¿Cómo sabía que se encontraba en sus dominios?" "¿lo había estado esperando?"... si de algo estaba seguro era que él y su familia jamás habían cometido un delito y hasta donde tenía conocimiento el reino de Sentos con el reino de su padre habían tenido excelentes relaciones como para sufrir algún tipo de persecución. Por otra parte, era imposible que el rey Sentos hubiese llegado a tener, aunque sea, una pizca de conocimiento acerca de su huida a través del Bosque Sombrío. Todo era misterioso y descabellado, por lo que Ereas le daba vueltas a aquellas ideas una y otra vez, y mientras más lo hacía, más disparatado le parecía lo que estaba sucediendo. Tal vez sólo era otra de sus pesadillas, pensó, lo habían comenzado a acechar cruelmente durante las noches y tal vez habían terminado por hacerle perder la cabeza, obligando a su mente a mezclar lo onírico con lo real. Aun así, y sea como fuere, supo que debía salir pronto de aquel lugar. Aunque, ¿cuál sería su nuevo destino? se preguntó. De momento sólo podía pensar en los pueblos libres a orillas del desierto, o tal vez Caliset, había oído peculiares historias de su reina, pero podía probar suerte. Sin embargo, antes debía encontrar una forma de volver con Dionisio y su familia. Agredir a la guardia real era algo que se castigaba severamente en cualquier reino y él estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para ayudarlos, incluso entregarse, pensó. Después de todo, ellos le habían salvado de aquel horrible pantano...

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora