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― ¿Vos recordás la última vez que estuvimos aquí? —pregunté, con la vista perdida en el paisaje.

― ¿Me estás cargando? Obvio que recuerdo la última vez que estuvimos aquí, Valentina. ―él sonaba muy seguro de eso.

―Ya. Que bueno... Teníamos, ¿qué, quince?

―Sí, quince. Bueno, vos. Yo tenía dieciséis.

―Sí, vos sos un año mayor. Lo olvidaba. ―la melancolía es inocultable. ―Pero nada ha cambiado. ¿Verdad?

―En absoluto. Yo sigo siendo el mismo. Vos seguís siendo la misma. Las montañas no cambian. El lago no cambia. Solo las nubes han cambiado, y aun así, se parecen mucho a las de aquel entonces. ―él tenía razón.

― ¿Y lo que vos sentís? ¿Ha cambiado? ―pregunté, mirando su mandíbula cubierta de esa fina barba oscura.

― ¿Vos qué creés? ―él me miró, golpeándome el rostro con sus ojos verde oliva. ―Pero como sea, Valentina- en un mes voy a casarme con Luz- eso tampoco cambia.

―Lo sé, Mariano. Descuidá. Ya lo entendí. Creo que lo asimilé apenas vi la invitación en el correo. Estoy feliz por vos, en serio.

―Pero hoy estamos aquí. Solo vos y yo. ―sus palabras sonaron como una invitación mucho menos explícita que la que recibí de su parte hace un par de semanas.

―Sí... ¿Y...? ―mascullé, temerosa, pero expectante.

―Yo te amo, Tina. No lo dudés. Y creéme cuando digo que hubiese querido que las cosas fuesen distintas. Pero, ya ves. Vos seguiste por tu lado, yo por el mío. Vos con tus estudios, y toda esa pavada tecnológica con la que trabajás, y yo- pues... Yo... Me voy a casar, y a seguir en mi trabajo de siempre, con mis amigos de siempre. Ya sabés. Los mismos boludos de todo el tiempo- y yo, el boludo mayor.

Vaya peso el que traían sus palabras... Pese a lo que decía, o quizá- a causa de lo que decía- comenzaba a sentir mucho dolor en el alma.

― ¿Me amás? ¿Y lo decís así nada más...? Vos sabés que si me lo hubieses pedido, yo hubiese dejado mi trabajo en los Estados Unidos, y hubiese vuelto a Buenos Aires, ¡solo por vos! O, ¿por qué no podías ir tu a Minnesota? Allá podíamos tener todo lo que aquí, Mariano. ¿Cómo podés seguir adelante con un matrimonio, si me amás?

― ¡También amo a Luz, Tina! ¡Entendé que no es fácil! ¡Pero ya está! ¡Ya no hay vuelta atrás!

Lo encaré, dando varios golpes sobre su pecho. Era como estarlo provocando.

― ¡Sos un cobarde, Mariano! ¡Cobarde y mentiroso! Decís que la amás a Luz, pero sabés que en un par de años, vas a buscarme de nuevo, y vas a salir con la misma pendejada de ahora, ¡hasta que nos acostemos y luego ya! ¡Se te pasa la nostalgia y volvés a tu vida perfecta con tu esposa! ¿Quién te creés que sos para sacudir mi vida de esta forma?

Él no decía nada, solo me dejaba golpearlo. Estaba parado ahí, como un muro de lamentos frente a un lago de aguas turbias y café.

― ¿Terminaste? ―dijo finalmente, al darse cuenta de que yo ya no podía más.

―Calláte, maldito cobarde...

No pude evitar su agarre, como el tirón de un imán. Un segundo pasó, y mis labios ya estaban tocando los suyos. Fue así por varios segundos.

Yo quería que fuera un momento eterno apenas vi que terminaba.

―Lo siento, Tina. ―dijo, tras soltarme el rostro. ―Tenés razón- todo lo que decís sobre mí- es cierto. Pero, ya está. No hay marcha atrás. Solo espero que, después de esos dos años que sugerís, cuando te busque- vos estés ahí para mí, así sea por una noche como decís.

―Sos un descarado... ¿Para eso me pediste venir aquí? ¿Para besarme y asegurarte de que esté ahí para cuando te cansés de vivir tu vida supuestamente soñada?

―Mirálo como vos prefieras... No importa ahora. En lo que a mí respecta, esto... ―él se toca el pecho, y luego me señala. ―...no se termina acá. Vos y yo, estamos hechos el uno para el otro, y lo sabés. Lástima que la vida decidió alejarnos- ¿pero separarnos? Nunca, ¿me oís? Nunca.

No pude decir nada más... Dejé que mis ojos se perdieran en el horizonte de las cinco y media de la tarde, cuando el cielo comenzaba a pintarse de tonos naranja y amarillo- casi como el amarillo mis ojos.

Así como en el cielo había nubes grises y borrascosas, en mis alma existía una tormenta a punto de golpear las costas de mi pecho.

Él; Mariano... Estaba ahí.

Pero ahora demasiado lejos para sentirlo mío.

DIOS DE SANGRE • Antología Vincent Foster • IVحيث تعيش القصص. اكتشف الآن