???

7 0 0
                                    

―Ya no falta mucho, Pablo... Intenta ponerte de pie... ―dije, mirándolo a los ojos.

― ¡Mierda, tío! ¿Que no ves que tengo toda la puta pierna mallugada? Joder, si quieres continúa tu solo, ¡que me da lo mismo! ―él estaba asustado, hambriento y herido... No podría haberlo culpado, aunque quisiera hacerlo.

―No voy a dejarte aquí tirado, gilipollas. Hemos recorrido todo el maldito camino desde Madrid hasta aquí, ¿y justo cuando faltan solo un par de kilómetros, desmayas? Venga, te ayudaré a andar. Levanta. ―me acerqué a él, y le extendí el brazo. Solo debía sujetarme, tirar para ponerse de pie, y luego ponerse en marcha.

― ¡Que no Joel! Joder, ¿por qué no entiendes que no puedo? Antes teníamos un automóvil, ¡ya no! Siento la pierna como si tuviera clavos bajo la piel... Además, mira eso... ―desvié el rostro hacia donde él apuntaba. ― ¿No ves lo que dice allá? ―mi hermano señalaba hacia un anuncio metálico incrustado en un poste también de metal, bastante retorcido. ―No tiene caso... Estamos jodidos. ¡Puñeteramente jodidos!

"ZONA CONTAMINADA. NO AVANZAR MÁS ALLÁ DE ESTE PUNTO" ponía en letras negras, sobre un fondo mucho más amarillo que el tono de mis ojos.

―Eso... Eso puede ser solo para alejar a los curiosos, Pablo. ¡Tenemos que ir a ver...! ¡Pero juntos, hermano! ¡No voy a seguir sin ti!

―Entonces no irás a ninguna parte, cabrón. ¡Yo no me muevo de aquí! ―parecía estar aferrado al trozo de concreto que usaba como asiento. ― ¡Eres un iluso al creer que hay un maldito refugio con camas tibias y comida casera esperando a por nosotros más allá de la carretera! ¡Estamos en el puto fin del mundo, Joel! ¡Estoy sentado sobre un trozo de nuestra civilización! ¿No lo ves? ¡No queda nada! ¡Ni siquiera nosotros! ¡Andamos y respiramos, pero ya estamos muertos!

― ¡Ya déjate de dramas, y levanta el culo! ¿Tengo que arrastrarte? ¿Cargar contigo? Tú di lo que hace falta y lo hago, ¡pero ya no hables de esa forma, joder!

―Eres demasiado bueno, o muy estúpido hermanito. Peso el doble que tú, y no valgo ni siquiera la mitad. Solo continúa sin mí. Yo me las apañaré aquí, sentado sobre este trozo del techo del baño de alguien...

En medio de nuestra discusión, el sonido de un motor captó mi atención. Virando la cabeza calle arriba y calle abajo, pronto vi que se trataba de una motocicleta que se acercaba a nosotros a todo gas. Como loco, me lancé en medio de la via y comencé a agitar los brazos, gritando, esperando que los milagros fuesen reales.

Por un instante pareció que lo eran.

Esa persona se detuvo a solo un par de metros de mí. Vestía como solo un aficionado a las motocicletas lo haría, además de que llevaba en la parrilla de la moto lo que parecía ser una gran mochila.

― ¿Qué cojones te pasa? ―dijo esa persona a través del casco que protegía su cabeza, el mismo que se retiró enseguida para luego desenfundar una pequeña pistola.

Era una chica de cabello muy corto, mirada severa y un tatuaje en la mejilla izquierda. Era algo como una cruz, no pude distinguirlo bien enseguida.

―L-lo siento... ¡No queremos problemas, señorita! Es que necesitamos ayuda. Hemos caminado desde hace treinta rutas, y él- mi hermano- lleva una pierna herida...

― ¿Y a mí qué, tío? ―soltó, bamboleando el arma. ―Todos necesitamos ayuda. Hay una maldita guerra, ¿lo olvidáis? Es el pan de cada día.

―Esto, sí- que tienes razón. ¡Justo por eso, creo que podríamos ayudarnos mutuamente! N-nosotros vamos a Santa Carmen- el refugio. ¿Has escuchado de ese lugar?

Ella negó, tensando el rostro.

― ¿Qué gilipollada es esa? ¿Qué refugio?

―E-es un lugar que fue preparado para este tipo de situaciones... N-nosotros tenemos un pase- nuestros padres pagaron por él hace más de un año... P-podríamos llevarte con nosotros. El sitio no debe estar muy lejos- a un par de kilómetros más o menos...

Ella se mostró interesada al instante, e incluso bajó un poco el arma.

― ¿Cómo puedo saber que no me estáis jodiendo? Ciertamente no tenéis pinta de gamberros, pero he visto mucha mierda desde que todo empezó.

― ¡Puedo prometer que es real...! ―resollé, esperando que fuera suficiente.

―Lo es. ―añadió Pablo. ―Pero, bien pudo haber sido alcanzado por un bombardero, o yo que sé. Es una puta apuesta suponer que el lugar sigue en pie después del ataque del mes pasado.

Con eso, la mujer pareció desinteresarse.

―No estoy para apuestas, chavales. Buena suerte. ―dijo, al mismo tiempo que enfundaba el arma y se volvía a poner el casco.

― ¡NO! ―grité, a la vez que sacaba el revólver con el que viajábamos, y velozmente abría fuego contra ella...

Tres disparos justo en el pecho.

― ¡Mierda, Joel! ¿Pero qué has hecho? ―la voz de mi hermano brotó, justo cuando el cuerpo sin vida de la mujer tocaba el pavimento, junto con la motocicleta.

―Y-yo- yo no quería- p-pero ella... ¡Joder- la maté! ―es algo que jamás imaginé que llegaría a hacer en mi vida; matar. ― ¡V-vamos, ponte de pie...! E-esto no va a ser en vano. ―dije, mientras avanzaba para tomar a mi hermano de su camiseta, forzándolo a ponerse de pie.

―Estás zafado, Joel. ¡Te has vuelto loco! ―gritó Pablo, mirando a la mujer sin vida a mis pies.

―Tal vez- pero loco o no, ¡voy a salir de esta con vida, y tú también! A lo hecho pecho- era ella o nosotros. ¡Ya sabes cómo es!

La mirada de mi hermano- café, a diferencia de la mía-, me calcinaba con solo posarse sobre mí. Él supo que yo había cambiado en ese instante. Y yo supe que él también.

Tomé la motocicleta, y con mi hermano de pasajero, partimos dejando atrás una nube de humo negro que sirvió a modo de cortina fúnebre para el cadáver de esa mujer.

Poco después, tras revisar las pertenecías de mi víctima, descubrí que aun viajaba con fotos familiares, carnets de identificación, licencia de conducir, y hasta tarjetas bancarias... Supe que se llamaba Cristina, y solo tenía treinta y tres años, además de que era madre de un niño de once años, de nombre Luis.

Deseé que él también estuviese muerto... De ese modo, podría pensar que lo que hice fue reunirlos en la próxima vida, si es que existe...

Un acto de buena fe.

¿Qué si existía Santa Clara...?

Pues sí.

Pudimos comprobarlo finalmente... Aunque Pablo tenía razón...

El lugar era una maldita pila de escombros.

Después de eso... Hubo que seguir.

Y así fue.

Solo yo.

DIOS DE SANGRE • Antología Vincent Foster • IVWhere stories live. Discover now