•Capítulo 50: Una noche para no olvidar•

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La voz cantarina de mamá retumbaba contra las paredes de la sala

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La voz cantarina de mamá retumbaba contra las paredes de la sala. La mujer hablaba y hablaba sin parar, como si estuviese recitando o dando alguna especie de discurso mientras revisaba su cartera, asegurándose de llevar consigo todo lo necesario. Dejé que un suspiro escapara de mis labios y me recargué contra el respaldo del sofá, tratando de memorizar cada una de sus palabras.

—Ya sabes, antes de abrir la puerta fíjate quién es, no dejes pasar a extraños. Abrígate y no estés descalza, te resfriarás. No comas tantos dulces ni frituras porque luego te dolerá el estómago. No dudes en enviarme un mensaje o llamarme si algo sucede, hay una lista de números pegada al refrigerador en caso de que no conteste, ¿sí? Tampoco...

Oh, Merlín.

—¡Mamá! —la interrumpí, haciéndola detenerse de inmediato— Ya entendí, sé cuidarme. No te preocupes, todo estará bien.

—No me pidas que no me preocupe —me regañó ella—. Cuando tengas hijos lo entenderás.

Rodé los ojos al escucharla y solté una risita por lo bajo, ganándome una mirada fulminante de su parte. Rendida, la mujer se acercó a mí y me envolvió con fuerza entre sus brazos, plantando un beso en mi frente antes de separarse.

—Intentaré no preocuparme, ¿bien? —accedió, regalándome una sonrisa—. Cuídense y no se desvelen, y nada de...

—Mamá —gruñí— Basta.

—Saluda a Sebas de mi parte —finalizó, a lo que yo asentí—. Te veo por la mañana.

—Nos vemos, espero que te vaya bien —me despedí mientras ella dirigía sus pasos hacia la puerta— Te amo, ¡y te ves muy bonita!

Mamá giró cuando escuchó mis palabras y sonrió ampliamente.

—Te amo mucho más, cariño. Nos vemos.

Dicho eso último, ella se fue.

Aproximé mis pasos hacia la puerta para asegurarme de que estuviera bien cerrada y pude respirar tranquila en cuanto confirmé que sí. Mi lado miedoso y paranoico solía salir a la luz cuando me quedaba sola por las noches. A pesar de amar las películas de terror, las escenas donde posibles asesinos se escabullían dentro de las casas ya me habían traumado lo suficiente.

Una vez terminado eso, me dirigí rápidamente en dirección a la cocina para darle inicio a la preparación de mi chocolate caliente. Tarareé una canción mientras lo hacía, logrando oír el golpeteo del viento contra algunos árboles al exterior. Quizá en unas horas llovería un poco, no lo sabía, pero el clima era perfecto como para arroparse entre las calentitas mantas y leer un buen libro.

Con mi taza de chocolate ya lista, subí con sumo cuidado hacia mi habitación, no quería causar algún desastre gracias a la torpeza de mis pies y arruinarme la noche. La casa sin mamá se sentía solitaria, pero con el tiempo aprendí a ser mi propia compañía y a disfrutar de estos pequeños momentos conmigo misma, ¿y saben? Era algo muy agradable.

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