•Capítulo 43: Una visita inesperada•

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SEBASTIÁN

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SEBASTIÁN

Jamás en la vida me había dolido tanto la cabeza como ahora mismo. Creía que moriría en cualquier momento, pero mamá me dejó muy claro antes de irse a trabajar que se trataba de un simple resfriado y que pronto comenzaría a sentirme mejor.

No tenía ganas leer, escuchar música, ni mucho menos de comer. Lo único que quería era dormir, pero había pasado toda la mañana haciéndolo que ya no me quedaba pizca de sueño. Si no moría por el insoportable dolor de cabeza que sentía, seguramente lo terminaría haciendo por el aburrimiento que me estaba consumiendo.

El papel higiénico, un asqueroso jarabe para la tos y el termómetro para medirme la temperatura se habían convertido en mis mejores amigos este último par de días. Ya no podía más, pasármela en cama me estaba volviendo loco.

Odio resfriarme.

Mis padres habían salido temprano a trabajar y Scott decidió pasar el día junto a Olivia, por lo que me encontraba solo en casa. Estar solo no me molestaba en lo absoluto, pero deseaba profundamente que una persona en particular estuviese junto a mí en este preciso momento.

Emma...

Solté un bufido por lo bajo y me puse de pie apenas la alarma que me indicaba que debía tomar uno de mis medicamentos sonó. Tomé el vaso vacío que yacía sobre la mesita de noche junto a mi cama y descendí las escaleras, dirigiendo mis pasos hacia la cocina. Llené mi vaso con agua y tragué rápidamente la pastilla que me correspondía a esta hora, arrugando la nariz con desagrado al sentirla bajar por mi garganta.

Suspiré.

Mis cejas se fruncieron cuando oí unos suaves golpes en la puerta de casa. Me encaminé hacia ella con la intención de abrir, pero me detuve con la mano sobre el picaporte al caer en cuenta de que, si me mantenía en silencio, quizá la persona del otro lado pensaría que no había nadie dentro y se iría.

—¿Sebas? Soy yo.

Bien, no. No podía ocultarme cuando al que buscaban era a mí.

Me vi obligado a abrir la puerta y fingir mi mejor sonrisa cuando la tuve de pie frente a mí. La chica sonrió ampliamente al verme, posando sus verdosos ojos en los míos.

—Hey, Mel —saludé. Mi mirada bajó hacia el par de cuadernos que sostenía entre sus manos.

—¡Hola, bonito! —ella notó que observaba con curiosidad lo que llevaba—. Oh, te traía los apuntes de las clases de ayer y hoy, ya que no pudiste ir... —alargó— ¿Puedo pasar?

—Lo siento —me disculpé avergonzado, haciéndome a un lado—. Claro, adelante.

Su visita me tomó por sorpresa, en definitiva no esperaba verla aquí. Una vez dentro, Melanie se sentó sobre el sofá de la sala y luego dio unos golpecitos a su lado. Caminé hacia ella, dejándome caer donde me había indicado.

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