•Capítulo 36: Lucas•

16K 1.7K 2.2K
                                    

Adoraba escuchar música mientras ordenaba y limpiaba, hacía todo muchísimo más divertido y menos agotador

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Adoraba escuchar música mientras ordenaba y limpiaba, hacía todo muchísimo más divertido y menos agotador. Pero como la buena persona distraída que podía ser a veces, había olvidado los audífonos en casa y no me quedó otra opción más que tararear alguna canción por lo bajo, moviendo los libros que se encontraban en el estante de un lado a otro.

Pude oír unos pasitos sigilosos aproximándose a mí, pero ni siquiera me preocupé por ello porque conocía muy bien al responsable. Esta vez no me asustaría, por supuesto que no. Continué con lo mío y fingí no haber escuchado nada, hasta que sentí unas manos cubriendo mis ojos por detrás.

—¿Quién es? —pregunté, dejando de lado el libro que sostenía.

—Adivina, adivina.

—¿Lucas?

Sus manos fueron retiradas de mis ojos al instante y se posicionó frente a mí, frunciendo las cejas con extrañeza.

—¿Lucas...? —repitió— ¿Quién es Lucas?

—¡Sebas! ¡No me lo esperaba, eres tú! —exclamé con falsa sorpresa, llevándome ambas manos a la boca.

Él rodo los ojos.

—Muy graciosa, Naranjita —se me acercó, pasando sus brazos alrededor de mi cintura—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu día? ¿Me extrañaste? Porque yo sí.

Me fue imposible no sonreír como una boba ante sus palabras.

—Bastante bien. Y claro que te extrañé, tonto —respondí—. ¿Y tú? ¿Qué tal estuvo tu día?

—Mil veces mejor ahora.

Después de eso, pude sentir mi espalda chocar contra el librero y luego los labios de Sebastián sobre los míos. No había centímetro que separase nuestros cuerpos, estábamos tan juntos que la sensación se volvió sencillamente maravillosa. Nuestros labios se movían a la par de los chasquidos que provocaban, pero esta vez él tenía el control, y debo admitir que me fascinaba. Sus manos se mantuvieron firmes en mi cintura y las mías contra su pecho. Tuve que separarme cuando mi respiración no dio para más y él hizo un puchero, inclinándose nuevamente hacia mí con la intención de volver a besarme.

—Cálmate, Evans —comenté con diversión—. Nos vimos ayer, eh.

Él se encogió de hombros.

—Bueno, volviendo a lo de antes, no respondiste mi pregunta.

—¿Cuál pregunta?

—¿Quién es Lucas?

Quise romper a reír en ese preciso momento, pero la biblioteca no era el lugar indicado y mi para nada delicada risa llamaría la atención de los demás. Mordí mi labio con la intención de reprimir la carcajada que estaba a punto de soltar, pero como era de esperarse viniendo de mí, no pude evitarla.

The Library Of Our DreamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora