FAMOUS LAST WORDS

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"¡Esos pies fuera de la mesa!" Exclama una voz a sus espaldas.

Y leñe, menudo brinco que pega. No lo ha visto venir.

De forma casi instintiva, Charlie baja los pies hacia el suelo, al mismo tiempo que se reincorpora sobre el sofá, girando al cabeza como en un acto reflejo. Su cara de estupefacción debe de ser digna de enmarcar. Y no debería extrañarse de ver a su padre con una bandeja llena de aperitivos entrando por la puerta del salón, sobre todo porque hace menos de cinco minutos que surgió tal idea. A parte de que está en su casa.

Pero el susto no se lo quita nadie.

"Como si tú no los pusieses muy a menudo..." Se burla entonces, cayendo de nuevo entre los mullidos cojines del desvencijado mueble.

Hogar dulce hogar.

"Que porque seas ahora un rebelde condecorado, no significa que te vaya a dejar hacer lo que te dé la real gana." Responde su padre con autoridad, depositando la bandeja de plástico sobre la mesita de café. Entonces se irgue de nuevo, señalando con el índice hacia arriba. "Mi techo, mis normas."

"Sí, señor." Se disculpa el chico, poniendo la espalda totalmente recta, recordando los viejos tiempos. "Lo siento, señor."

"Así me gusta." Bromea el otro con satisfacción, siguiéndole el juego. A través de su descuidada barba se pueden apreciar las arrugas ya imborrables provocadas por sonreír demasiado. Ensombrecidas por las que dejaron su surco gracias a la guerra.

Después toma asiento sobre otro sillón, justo enfrente de él.

Al ver a su padre soltar un amplio suspiro, como si fuese la primera vez en años que se sienta, Charlie tiene tiempo de corroborar su teoría con suma tranquilidad.

Tampoco es que haya tanta diferencia de un año a otro, pero hasta la fecha jamás se había separado de su padre por tanto tiempo. Habían permanecido juntos, sufriendo el paso del tiempo al unísono, día tras día. Pero, tras varios meses de absoluta incomunicación y, sobre todo de no haberse visto el pelo, la sensación que el chico recibió nada más aparecer por la puerta ayer, le ha demostrado muchas cosas.

Gracias a este lapsus (por llamarlo de alguna manera), al volver se encontró cara a cara con alguien a quien le costó reconocer. Hasta ese momento jamás se había percatado del pelo completamente canoso de su padre, ahora coloreado de un gris plateado. Él creía recordarlo igual de moreno que siempre. Tampoco se había fijado en las abundantes arrugas que conforman su rostro, dándole la apariencia que sólo sabe dar la experiencia. Incluso sus ojos, antes deslumbrantes y profundos, se han teñido de una sedosa capa mate, provocando el efecto de que, entre ellos, parezca que se deslice una espesa niebla. Una niebla que oculta una sabiduría curtida por los altibajos de la vida.

Pero lo más impactante de todo han sido sus manos; grandes, rugosas, llenas de pequeñas imperfecciones de tanto usarlas. Pero tan hábiles al mismo tiempo... Si no fuera por sus cada vez menos ágiles movimientos debidos a los achaques de la inevitable edad, Charlie aún vería algún atisbo de la misma figura que contempló con tanto orgullo cuando apenas era un chaval de quince años.

Anoche, tras darse una buena y larga ducha que aprovechó hasta la última gota -y de cuyo jabón no dejó ni una-, trató de indagar ante el espejo entre la superficie de su rostro, intentando averiguar qué diferencias habían surgido en el suyo propio. Y sí que es cierto, esas mejillas redondas que hace no mucho tiempo llegó incluso a odiar han desaparecido, transformándose en una superficie lisa, acabada en la mandíbula. Sus ojos, maldita sea, hasta su brillo ha cambiado. Lo que la vida le había enseñado también empezaba a hacer mella dentro de él. Casi parecía que se pueden leer y ver todas aquellas acciones que han marcado su existencia reflejadas sobre el rostro.

DANGER DAYS: AftermathWhere stories live. Discover now