Capítulo 30: Luz y oscuridad

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¿Qué es lo que significa el estar vivo? ¿Qué es realmente la vida? ¿Y por qué las personas se aferran tanto a ella? Tal parecía que no existían respuestas para esas interrogantes. Cada quien tenía sus propia forma de interpretar su existencia, y eran tan diferentes las unas de las otras ¿acaso todos estaban equivocados? ¿Acaso todos tenían la razón? Era muy difícil el poder encontrar algún punto medio en todo eso y posiblemente no existiera tal respuesta. Pero si en algo muchos concordaban era que la vida era un constante dolor.

El bajo mundo era un lugar cruel y solo donde el cruel, podía triunfar, eso era un mantra muy conocido por todos los que frecuentaban ese laberinto desafiante de la ley. En el bajo mundo o mercado negro se podía encontrar de todo si se sabía dónde buscar, también se podía escalar hacia la cima de la pirámide del poder si se conocía las rutas y contactos adecuados, aunque el llegar a la cima no era el problema, el verdadero desafío era lograr mantenerse allí. Muchos se embarcaban en esa travesía pero muy pocos lo lograban y conseguían hacerse de un renombre que pudiese usar para fortalecer su imperio, ya que para sobrevivir en un mundo así de sucio se debía jugar de la misma manera, no se podía tener miedo ni andar con pequeñeces, las apuestas eran siempre altas al igual que las consecuencias. Donde ser atrapado por las autoridades se consideraba un precio bajo a pagar, ya que muchos de los mafiosos terminaban siendo asesinados en menos de un año. Una estadística nada alentadora. Es por eso que la preparación, control y seguridad eran fundamentales si se quería conservar la vida lo suficiente para poder disfrutar de sus ganancias. Y si se hablaba de grandes jefes del mercado negro, había algunos nombres que se repetían varias veces, nombres con los cuales era mejor no cruzarse, siendo uno de ellos Hannsel Frederiksen, un hombre de impecable y cuidado aspecto de mediana edad, su cabello rubio siempre se le podía ver peinado hacia atrás y sus ojos grises combinaban con el traje que siempre llevaba puesto. Jamás se le veía solo, siempre estaba rodeado de unos ocho guardaespaldas que vigilaban hasta el más mínimo detalle. 

A pesar de que para la mayoría del público, Hannsel era un intachable político y empresario, la verdad era que la mayoría de su fortuna y poder lo había conseguido a partir de sus negocios turbios. Él prácticamente estaba en la cúspide de la mafia alemana, donde su palabra era ley y el que no la acataba  pagaba las consecuencias. Su puño de acero y medidas extremistas, lo habían convertido en un hombre de temer. Se podía decir que Hannsel era alguien que lo tenía todo, excepto un límite para su  codicia.

Pero como era de esperarse de alguien de su clase, los peligros y enemigos que le rodeaban eran tan grande como el imperio que había formado, por eso se preocupaba de que los hombres bajo su cargo fuesen los mejores y para ello existían dos formas de tenerlos; una era pagar exorbitantes sumas de dinero a personas que se especializaban en seguridad, y la otra, su predilecta, era formar a sus propios asesinos, quienes actuaban como fieles perros de ataque. Pero hora se encontraba en problemas, sus últimos proyectos habían fracasado en mitad del entrenamiento, en donde tenían que sobrevivir un mes por su cuenta en los barrios más peligrosos de todo el país, y de los cinco reclutas que se habían enviado, ninguno regreso.

–Señor, sigo considerando que no es bueno que usted venga a estos lugares – advierte un robusto hombre que le abre la puerta del automóvil – Nosotros podemos hacernos cargos del problema.

–Tonterías – chasquea encendiendo un habano – Ya han pasado dos meses y no han hecho nada, si alguien está jodiendo a mis muchachos, me encargare personalmente.

El lujoso auto desentonaba completamente con el precario estado del lugar, uno donde los edificios apenas si se mantenían en pie, en donde los lugareños miraban con desconfianza a los forasteros y donde todos ellos estaban armados de alguna manera, solo bastaba un error de los hombres de traje para terminar muertos en aquel basural. Ese sitio estaba tan podrido que ni la policía se atrevía a entrar allí.

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