XVII. Nuestro final

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Schmidt conocía esa piedra. Cuando era pequeño, sus padre le contaba todas las noches sobre la existencia de varias piedras poderosas esparcidas por el universo y mencionó una que se escondía en la profundidad de los mares, habitando con peces, sirenas y demás bestias marinas. Contaba que según se dice fue utilizada por los españoles en el proceso de descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo para ganar contra los salvajes, Francia la quería e incluso comenzó un proceso de negociación con España pero no la pudo obtener porque luego, los últimos taínos de La Española la tomaron y se hundieron en el Mar Caribe junto con ella.


Luego su padre fue asesinado por un maldito inmigrante irlandés con el que había hecho algunos negocios. Su madre no duró mucho tiempo con vida luego de la desgracia, pues al no encontrar una forma de seguir manteniéndolos a ambos decidió llevarle a un orfanato y más tarde, supo que el cuerpo de su madre fue encontrado colgado; un suicidio le llamaron.


Su odio a los irlandeses y su obsesión por encontrar aquella piedra llamada Teseracto comenzó a crecer desmesuradamente por el paso de los años. Mudándose a Timely, haciéndose amigo del alcalde y viviendo como un rey... Todo eso también fue arruinado por un maldito inmigrante irlandés.


Pero viendo la piedra que tenía la mujer frente a él, no pudo evitar sonreír. Al fin, por una vez en su vida, los dioses le favorecieron al llevarle hacia él una sirena con aquella tan adorada posesión. Solo necesitaba ese pedacito de Teseracto que colgaba del cuello de la mujer y se convertiría en el hombre más poderoso del universo.


—Suéltame. —Sollozó ella, amarrada de brazos, mojada, desnuda y expuesta. Sin poder levantarse al no tener piernas— ¿Qué quieres de mi, idiota?


—Hagamos un trato, animal de las aguas. Dame la piedra que adorna tu pecho, te dejo salir con vida y ambos gobernaremos el universo.


Amora gruñó. —No puedo vivir sin el Teseracto, es lo que me mantiene con vida fuera del agua. Si me lo quitas, moriré imbécil. ¡No te la daré nunca!


—Bueno, supongo que no hay trato, entonces. Fue un gusto conocerte, querida. —Expresó como si nada, tomando su pistola para ponerla en la frente de la rubia. Ella sollozó y él acarició sus largos cabellos dorados de una forma que lejos de ser tranquilizadora, era atemorizante—


—N-no, no me mates. Hay alguien más aquí, alguien con la piedra en su pecho. Te llevaré a él si me dejas vivir.


Johann hizo un sonido pensativo, alejando el revólver de su frente para luego rascarse la barbilla con ella.


—¿Cómo confío en ti? Tengo un pedazo del Teseracto frente a mi, ¿por qué me pondría a explorar por días?


—Me quedaré a tu lado, puedes amarrarme a ti si deseas. Sé que está por aquí cerca, puedo sentirlo; puedes tenerlo frente a ti mañana al anochecer, te lo juro. Si no es así, puedes asesinarme y tomar mi piedra en su lugar.


Él sonrió, complacido. —Mañana al anochecer, sirenita. Si no, no hay trato.


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Tony caminó feliz a la Alcaldía, casi saltando y con un tarareo pegajoso en sus labios. Miró por la ventana, su hermoso rubio estaba hundido en una montaña de papeles, extrañamente su sombrero de cowboy no estaba sobre su cabeza y todo su pelaje rubio estaba desordenado. Tal vez era hora de que Steve se recorte el cabello pensó Stark al ver como el pelo llegaba a sus hombros.

Descendientes de las olas [Stony AU]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt