6. Acuerdo de paz. (II)

Start from the beginning
                                    

— ¡Dios! Mira tu cara, ¿Dónde están mis modales? —comenzó a decir el sujeto que había bajado del jeep—. Mi nombre es Baltazar, "calavera" para los amigos. ¡Y lo siento mucho! Muchachos por favor, guarden sus armas, es solo un hombre con su pequeña y bonita hija —se perfiló un poco para ver mejor a la niña, quien se escondía detrás su padre sujetándolo con fuerza—. No era nuestra intención asustarte, de verdad, lo siento con el corazón.

Raúl, quien seguía desconfiando del misterioso sujeto, se limitó a callarse mientras observaba de reojo el arsenal de armas que llevaban consigo estos extraños, entre ellos, había un lanza cohetes.

— ¡Oh! no, no, no... No nos malinterpretes por favor. Solo lo usamos contra los monstruos, nunca lo usaría contra un humano —dijo calavera sonriendo, refiriéndose al lanzacohetes.

— ¿Qué quieren? —preguntó finalmente el padre alzando la voz—. No tengo nada para darles.

—Oh ¿Asi qué era eso? No amigo, tranquilo. No venimos a robarte ni nada parecido. Solo quiero hacerte un par de preguntas, porque estamos un poco desorientados— dijo volviendo a sonreír.

— ¿Qué cosa?

—Bueno, verás. Estamos buscando una nación en particular, nos queremos unir ahí. Se llama nación escarlata ¿han oído hablar de ella?

— ¡La nación de oro!—dijo la niña enérgicamente, desprendiéndose un poco de su padre y dejándose ver—. Nosotros también la estamos...—pero fue interrumpida por su padre quien le tapó rápidamente su boca.

— ¡Je! Pero que niña tan dulce. Los niños me causan tanta ternura, son tan... explosivos—dijo, agachándose un poco para acercarse a Eva, pero inmediatamente su padre la aparto hacia atrás interponiéndose.

—Si te digo donde queda, ¿Nos dejarás en paz?

—Por supuesto. Te prometo que te dejare con tu hija... en paz.

—Hacia aquella dirección, es la siguiente ciudad. Ahora les pido que se vayan y nos dejen continuar.

Calavera volvió a sonreír mostrando sus dientes. —No hay problema, pero antes debo preguntarte una cosa más. Si no te molesta.

— ¿Ahora qué? —preguntó el padre con rabia, deseando que todo terminara rápido y se marcharan.

—Tranquilo, solo te quería preguntar si no has visto por ahí a un sujeto, probablemente vestido de negro, con una cicatriz en su brazo en forma de "Z".

— ¿Qué?— preguntó desorientado—. No, no tengo idea de quién me hablas.  

—Está bien, lo supuse —dijo con una mueca de resignación—. En ese caso, no te molestaré más— subió nuevamente al jeep—. ¡Hasta luego niñita!

El jeep se alejó quemando llantas, Raúl volvió a respirar. Había tenido suerte esta vez, o quizás se apresuró demasiado en juzgar a esas personas, no parecieron tan malos después de todos; pero se convenció a sí mismo de que como están las cosas ahora, es muy difícil confiar en alguien extraño, menos aún si se llama a sí mismo "calavera". Tomó la mano de su hija nuevamente y la miró dedicándole una sonrisa amorosa.  Ahora podría continuar su camino a la nación escarlata para comenzar una nueva vida sin miedos.

—Sigamos cari...

—¡¡Papa!! —gritó Eva interrumpiendo a su padre y señalando hacia delante.

Raúl no tuvo tiempo de girar su cabeza para observar, un zumbido ensordecedor los invadió, y todo se volvió blanco, pudo sentir como su cuerpo se quemaba en un segundo, y luego no vio ni escuchó nada más, nunca más.

La explosión destrozó por completo a ambos, una gran bola de fuego, humo y sangre se expandió por todo el lugar, dejando un pequeño cráter en el suelo.

— ¿Qué les dije?—dijo calavera sonriendo, mientras guardaba el lanza cohetes—. Los niños son tan... explosivos.

*****

— ¿Todo listo Samantha? —preguntó el presidente, quien se erguía de brazos cruzados a pocos metros del portón de salida.

A su espalda se encontraba Franco recostado en la puerta, y a unos pocos pasos estaban Rex y Anna en un intento de aprendizaje del lenguaje de señas, quien la muchacha le enseñaba a Rex, sin que este pudiese comprender del todo sus instrucciones.

—Sí, lo llevé a enfermería —contestó Sam, con un tono neutro de voz—. Podemos salir ahora.

—Perfecto... pero ¿Qué le ocurre al nuevo? —preguntó el presidente observando a Zeta, quien caminaba a paso lento hacia ellos, cabizbajo y con una mirada desorientada—. ¡Eh chico! ¿Estás bien?

Zeta alzó la vista, sin mover su cabeza de su posición. Su rostro era pálido, como de haber visto un fantasma. Se limitó a forzar una sonrisa mostrando sus dientes y asentir, mas no podía mencionar palabra alguna ante el acontecimiento de hace un momento.

—Bien, no podemos perder más tiempo —comenzó a hablar Max en un tono serio y pausado—. La misión es clara, deben lograr sacar de ese edificio a Matías y a Noelia con vida. En cuanto a los planos que te pedí Sam, déjalo para otra ocasión, no es necesario que los traigas. Ahora la prioridad es la vida de tus amigos. No podemos permitirnos más bajas. Y en cuanto a ustedes —se dirigió a Zeta y a Rex—. Demuestren que quieren pertenecer a la nación escarlata; cualquier actitud sospechosa, Franco tendrá luz verde para quitar el seguro de su arma ¿Fui lo suficientemente claro?

—Yo esclareceré por si hubo alguna duda —alegó Franco—. Si alguno se pasa de listo, los mataré sin dudarlo.

—Está bien, no habrá problemas por nuestra parte —contestó Rex mirando desconfiadamente, de reojo a Franco.

Zeta solamente asintió.

—Perfecto —dijo Max, mientras ordenaba mediante una seña a los centinelas para proceder a abrir el portón y comenzar la misión. 

Z El Señor De Los Zombis (Libro I) Versión ClásicaWhere stories live. Discover now