Capítulo 61

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Verónica lo abrazó y sintió como los brazos de él respondían con rapidez a su contacto. David la estrechó con más fuerza y depositó un suave beso en el hombro de Verónica. No sabía que había hecho para merecer a alguien como él, pero desconocía que David pensase que no sabía que había hecho él para merecer a alguien como Verónica que por un simple beso que le robaron había montado todo aquello.

-Siento haber estropeado la noche.-gimió ella, ahora más tranquila y relajada al darse cuenta de que no había pasado nada malo entre ellos.

-Fue ese idiota el que te estropeó a ti la tarde, mi amor.

Ella cerró los ojos cuando él posó sus labios en su frente y le dio un pequeño beso. Un fuerte ardor invadió a Verónica, como si David avivase todo el fuego que ella poseía en su interior y le hiciese querer andar sobre llamas.

-Eres valiente.-continuó él, dejándola sin aliento.

Sintió como el cuerpo de ella temblaba y él la acercó aún mas a él, hasta que no quedaba ni un solo hueco entre sus cuerpos. El olor a melocotón de ella era como una droga. ¿Cómo podría ser capaz de sobrevivir sin ese olor? ¿Qué pasaría cada vez que pasase por una frutería? Si hubiese decidido romper con ella tal vez hubiese desarrollado una especie de fetiche por los melocotones. Quizás incluso habría ido frutería en frutería oliéndolos hasta encontrar uno que oliese exactamente como ella. ¡Qué tontería! Nada olería como su pelo. Esos pensamientos tan absurdos le hicieron dedicarle una sonrisa. ¿Desde cuándo él pensaba en esas tonterías? ¿Desde cuándo se había vuelto tan humano como para sentir ese dolor tan inmenso al pensar que la perdía? Quizás esa fuese su última noche juntos, si lo de la siguiente noche no saliese bien. David aún sentía los sentimientos a flor de piel, tanto que tuvo que respirar tratando de calmarse.

-Si hubiese sido valiente le habría pegado un puñetazo antes de que me besase.-le dijo ella.

David le agarró las mejillas y las apretó con suavidad, haciendo que ella se fijase en sus labios.

-Has sido valiente al contármelo. Podrías haber hecho como si no hubiese ocurrido nada, pero aún así, me lo has contado. Siento haber actuado así. Me he sentido traicionado, y me había imaginado las cosas en mi cabeza de otra forma, pero escuchándote...creo que me he comportado como un loco celoso. Un beso tiene la importancia que tú quieras darle.

Para su sorpresa, Verónica comenzó a llorar y se le escapó un pujido sin poder contenerse. Él se incorporó todo lo que pudo en el asiento del coche y la agarró.

-¡Eh, Verónica!

-¿Cómo demonios puedo haberte hecho eso tratándome como me tratas? ¡Merezco que me dejes aquí tirada y tú vas a y me dices que un beso tiene la importancia que yo quiera darle y encima te disculpas!- le gritó llorando esmorecida.

David abrió la boca de par en par.

-¿Quieres que te diga de nuevo que creo que tú no tienes la culpa? Porque créeme que lo creo. Y si te pones así por un beso que duró unos segundos, ¿crees que voy a poder volver a dudar de ti? Has estado decaída toda la noche por esto, ¡por un simple beso! ¡Es imposible que desconfíe de ti!

Ella comenzó a llorar mas lentamente refugiándose en su pecho y él la abrazó y le acarició el cabello.

-Te he dicho que te perdono. ¿Me oyes? Yo he besado a cientos de chicas diferentes, y tan solo soy capaz de recordar los besos que tú me has dado.

La voz ahogada de ella en sus pectorales le hizo sonreír.

-Podía vivir sin el detalle de saber que has besado a cientos de chicas.-le dijo ella, celosa de pronto aunque bromeando al tiempo que le daba un suave golpe en el pecho.

David sonrió y buscó su rostro con la mano, agarrando su barbilla y elevándola hacia él. Por unos momentos Verónica se fijó en el lunar de su cuello, ese que tanto le encantaba y que se moría por besar.

-¿Te apetece si volvemos a la azotea y vemos las estrellas juntos?

Ella le miró con ojos ilusionados.

-¿Cómo no va a apetecerme hacer eso contigo? Iría al mismo infierno si se trata de ti.

David sonrió y la abrazó con mas fuerza, causándole un placentero dolor que valía la pena aguantar con tal de estar mas cerca de su cuerpo. Tras quedarse un rato así, sin querer separarse el uno del otro y disfrutando de sus respectivas respiraciones, ambos subieron de nuevo las escaleras, y en esta ocasión, fue Verónica quien guio a David.

Una vez dentro, David agarró la mano de Verónica y la sujetó por la cintura, atrayéndola hacia él.

-¿Recuerdas lo que me dijiste ojos azules?

Ella negó con la cabeza, muy cerca de él, respirando ese olor adictivo que la dejaba sin aliento. Como su forma de mirar. Ofreciéndole otro mundo con la mirada.

-Me dijiste que hay infiernos que queman menos que yo.

Ella jadeó cuando sintió su boca en su cuello. Su aliento y sus labios le pusieron la piel de gallina en una mezcla inexplicable que amenazaba con hacerla explotar de placer. Lo sintió subiendo hasta su oído y mordiéndole la oreja con suavidad.

-Lo recuerdo.-fue capaz de decir jadeante.

David la apoyó con cuidado en el suelo. Su perfecto cuerpo estaba encima de ella, y su piel le hacía arder ante su roce. David se separó de su cuello y ella le agarró el cabello, sin dejarle separarse ni un centímetro mas del necesario para que sus miradas se encontrasen.

Esos ojos grises la miraron con malicia y picardía al mismo tiempo. Esa sonrisa de sus labios que ella no pudo reprimir besar se fundió con la suya en mitad de aquella cama improvisada. En mitad de aquella noche donde por fin no llovía pero ambos tenían el frío metido en los huesos, tan sólo querían estar mas cerca el uno del otro. Verónica acarició su desnuda espalda y sintió cada uno de los músculos de su fibrado y perfecto cuerpo. Casi había olvidado de lo que habían hablado y el miedo que había sentido. Todo tenía otro color cuando David estaba con ella.

Escuchó su voz, de nuevo en su oído, y se mezcló con un gemido de placer cuando la obligó a alzar el cuello para besarla, de esa forma en la que tan sólo él sabía hacer.

Escuchó su voz como si la hiciese renacer. Como si fuese fuego en mitad de una tormenta helada. Sintió su tacto y no pudo evitar querer detener el tiempo. Mataría por poder escuchar esa voz a cada segundo. A casa instante. Su voz. La voz del amor de su vida.

-Déjame quemar todos tus miedos, amore mio.

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