Especial Enif: Parte 4 Final

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—Hija —murmuró papá—. Entiende a tu madre, está angustiada.

—Angustiada por su honor, pero no por su familia.

Él suspiró.

—Nosotros no queremos que sufras, eso es todo. No sabíamos que te sentías atrapada con Orión, creímos que era un honor también para ti.

Negué y me fui a mi habitación.


***

Ahora esperábamos a ver qué decidían los ancianos. Arturo me miraba desde su lugar con cierta preocupación, pero no me importaba ya. Confiaba en que al menos no iba a ser desterrada o algo, y que él tampoco.

Los ancianos vinieron usando sus vestiduras blancas, porque les gustaba alardear de su sabiduría. No podía entender por qué todita esta gente había tenido que enterarse de mi asunto, de mi bebé. No entendía por qué tenían que ser ellos los que decidieran.

—Iniciamos la audiencia —dijo uno.

El abuelo de Orión me miraba con desaprobación.

—Queremos pedirle —habló la madre de Arturo, pero fue interrumpida.

—No, madre —respondió él—. Solo escucha.

Uno de los ancianos levantó la mano pidiendo silencio y continuaron.

—El joven Arturo va a unirse de forma inmediata a la señorita Enif. —Me sorprendí y lo vi con preocupación—. Luego de eso, va a seguir los consejos de la matrona para los cuidados de esa criatura, pero su nombre no va unirlo a ustedes, sino a quien debió ser su progenitor.

Apreté los labios.

—No —refuté—. ¿Por qué? Va a dar pie a que algunos hablen.

—Ya van a hablar de todas formas —dijo otro—. Y no estamos admitiendo que usted diga una sola palabra. Quedas deshonrada, pero no desterrada, deberías estar agradecida y callar.

Apreté los puños y bajé la vista. Era verdad, tenía una mancha en el honor de mi familia.

—Vivirán en la casa del joven Arturo hasta que este termine de construir una para ustedes. No deberás salir cuando ese bebé crezca y tu vientre se haga más abultado. Los jóvenes no deben enterarse de nada de esto, y ahora ves las razones. No hay que causar más desorden.

Los padres de Arturo estaban enfadados, y no me importó cómo estuvieran los míos.

Apenas los viejos se retiraron, fui a alcanzar a Arturo. Vi que sus padres se adelantaron sin él y fui a tomarlo del brazo.

—¿Qué haces? —renegué y el frunció el ceño—. ¿Por qué aceptaste tan fácil el quedar atado a mí? Estoy deshonrada, has manchado a tu familia.

Negó.

—¿Crees que es un castigo para mí el unirme a ti? Es lo que siempre quise. —Me sorprendí. Mi corazón dio un leve brinco luego de haber estado moribundo por tanta angustia durante semanas—. ¿Crees que todo lo que te dije mientras acariciaba tu cabello luego de nuestra intimidad era mentira? —Bajé la vista y él tomó mis manos, haciéndome verle a los ojos de nuevo—. Enif... Apenas supe que llevas parte de mí, quise correr a decirte que voy a hacerme cargo. Por supuesto que quiero cuidar a esa criatura contigo. Es la materialización de nuestro sentimiento.

—Arturo —susurré.

Lo abracé fuerte, sintiendo que un par de lágrimas de alivio corrían por mis mejillas.

—No importa si dicen que es un error, para mí no lo ha sido. —Empezó a acariciar mi cabello—. Yo vine a decirles que me uniría a ti, que no te mandaran al bosque, ya que justo escuché que discutían sobre eso al llegar. Siempre dicen que las mujeres son muy importantes y los niños también, pues que respeten sus dichos.

Ojos de gato Tentador [La versión de ella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora