Especial Enif, madre de Sirio: Parte 1

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Mi vida en el pueblo era la normal para una chica evolucionada. Formaba parte de los cazadores, y eso significaba madrugar para ir con mi padre a aprender su oficio. Él siempre decía que las mujeres eran mejores cazadoras que los hombres, aunque ellos podían pelear con otros depredadores en caso de ser algo muy necesario.

Solo tomábamos lo que necesitábamos de la naturaleza y eso era todo.

Llegué a las praderas con él mientras otros ya estaban acomodando trampas.

—Enif, necesito que acomodes esto para los conejos —indicó mi padre.

Esos animales pequeños eran un reto para los novatos, aunque a mis casi diecinueve años yo ya no era tan nueva en esto. Toda la infancia y juventud servían para aprender bien.

Vi a mi amiga venir. Carina, como la constelación.

—Tu amigo pasó por aquí —comentó.

Miré a papá y él veía de reojo para luego seguir con lo suyo. Me aclaré la garganta y la llevé más al costado.

—¿Quién?

—Pues el fuerte.

Fruncí el ceño. Solo había uno al que ella llamaba así.

—Ah, Enif —le escuché hablar y volteamos. Orión estaba ahí. Un muchacho alto y fuerte de ojos mieles—. Aquí estás. Te tardaste hoy.

—Mi padre quiso que tomáramos un buen desayuno.

—Pero claro, debes estar siempre bien alimentada. Como sea, venía a ver si ya le vas a ganar a ese conejo rebelde. He recibido quejas de los agricultores por eso.

Había un conejo que no caía en las trampas y siempre se las arreglaba para escapar, incluso de nuestras propias garras, al último momento.

—Será si él quiere —refuté.

Papá decía que los animales tenían el derecho de ganarse su libertad si tenían el valor de dar pelea, aunque su lucha fuera llevada a cabo con su inteligencia y no la fuerza bruta, como aquel conejo.

—Si no lo haces un día de estos, vendré yo mismo a enseñarle que con nosotros no se juega.

Dicho esto, se retiró. Otros dos guerreros lo esperaban. Había entrenado toda su vida para ser uno, ya que su padre lo había sido. Ese altanero muchacho era mi futura unión, pactada por mis padres cuando yo era pequeña. Iba a tener que aprender a tolerarlo para honrar los deseos de mi familia.

Suspiré con cansancio y vi al conejo asomándose por una madriguera a lo lejos, moviendo la nariz.

—Me gusta que quiera enseñarle quién manda —dijo mi amiga, volviendo luego de haberse alejado un poquito para dejarme con Orión.

Torcí los labios. Un grupo pasaba cargando algunos troncos para ir a construir y sonreí apenas al ver a mi amigo Arcturus, aunque me dejaba llamarle Arturo, ya que de niña se me dificultaba. Nuestros padres eran amigos así que nosotros también lo éramos desde muy pequeños. Llevaba un tronco mediano en el hombro y me saludó de lejos.

—Prefiero la inteligencia a la fuerza bruta —le comenté a mi amiga mientras le devolvía el saludo al chico—. Ya sabes, como los constructores. Es decir, ellos no solo son fuertes también, sino que deben ingeniárselas para que las construcciones salgan bien. —Me encogí de hombros y di la vuelta para seguir con mis trampas—. Ellos son brillantes.

Ella también tenía una unión pactada con el hijo de un ganadero, eran cosas a fines. Se solía preferir que los compañeros tuvieran la misma función en el pueblo, o por lo menos que fueran similares. No había mujeres guerreras, así que ellos eran la excepción.

Ojos de gato Tentador [La versión de ella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora