Capítulo 7: Conociéndote otra vez

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Sus ojos eran algo mágico, nunca los había visto así de cerca y tan llenos de vida, grandes y cristalinos. El iris de sus ojos eran de mayor tamaño que el de los humanos, y las grandes pupilas felinas estaban dilatadas por la poca luz. Bajó la vista y se tocó el costado, la mancha de sangre que tenía había crecido, también estaba herido. Y peor, yo debía evitar que mandaran ese helicóptero, ya que si lo veían le dispararían sin preguntar.

—Vamos, si tú me has protegido, yo tampoco dejaré que te pase algo, debemos curarte.

—Tranquila, estaré bien. Solo no quiero esperar a que nuestro amigo se despierte.

Eso me sorprendió.

—¿Que no está...?

—¿Muerto? No —sonrió—. Somos más duros de matar de lo que crees.

—Oh... deprisa entonces.

Caminamos hacia el edificio. Estaba un desastre por dentro, la tristeza me embargó al ver destruido el lugar en el que había vivido este corto tiempo. Nos dirigimos a mi habitación, tomé mi mochila de espalda y empecé a guardar algunas cosas básicas procurando darme prisa.

Tomé mi teléfono y estaba muerto, caramba, debía llamarles y decirles que estaba bien para que no mandaran a nadie. Antonio volvió de su cuarto, se había cambiado de ropa y se había limpiado la sangre, parecía haber cubierto su herida también. Llevaba una bolsa, la tomé casi arranchándosela y la guardé, era una mochila espaciosa.

Intenté ponérmela en la espalda pero Antonio me detuvo.

—Déjalo, yo la llevo —me dijo en tono amable.

—Estás herido...

Escuchamos las sirenas de los de seguridad ciudadana. Tomé su brazo y me apresuré a salir de ahí. No podían verlo ellos tampoco. Salimos corriendo por el estacionamiento y fuimos hacia el área residencial de la ciudad.

—Tengo una tía que vive no muy lejos —conté—, necesito su teléfono.

Nos tomó casi una hora llegar donde mi tía. Toqué la puerta algo nerviosa por lo tarde que era, volví a ver a Antonio, y la sangre volvía a presentarse en su costado. Pasado un momento, una voz femenina se hizo presente.

—¿Quién es? —preguntó.

—Tía Carmen, soy Marien...

Mi tía abrió la puerta enseguida y me abrazó al verme.

—¡Gracias al cielo estás bien! Vimos las noticias, el ataque a tu laboratorio ese y... —Se percató de Antonio, y después de mirarlo detenidamente me volvió a mirar horrorizada—. Sus ojos... —dijo asustada.

Volteé a mirarlo. Oh rayos. La luz del pórtico había hecho que sus pupilas se contrajeran y ahora se notaba que eran rasgadas, incluso yo di un brinco del susto. Había olvidado ese detalle.

—No es malo, tía, en serio —le dije tratando de calmarla, y calmándome a mi misma—, lo conozco desde hace un tiempo, además me ha salvado la vida. Por favor, necesitamos quedarnos aquí, solo esta noche... —le supliqué.

—Si en verdad confías en él... los dejaré dormir aquí —aceptó temerosa. La abracé mientras le agradecía—. También te causan curiosidad, igual que a tu madre.

Cerré los ojos unos segundos, recordándola.

Nos hizo pasar. Adentro estaban sus dos hijos viendo la televisión. Un pequeño niño de diez años y una jovencita de dieciséis, voltearon a vernos y se quedaron con la boca abierta.

—Niños —les dijo mi tía—, su prima pasará la noche aquí, quiero que por favor... —guardó silencio unos segundos—. Dejen de mirar al joven y escúchenme —reclamó, interrumpiendo su anterior palabreo.

Ojos de gato Tentador [La versión de ella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora