Capítulo 4: Ellos quieren la toxina

156K 7.5K 1.3K
                                    

Ya en mi habitación, empecé a alistar mi pijama, y al cabo de unos minutos ya estaba lista para dormir. Alguien tocó mi puerta y fui a abrir, Rosy estaba ahí cruzada de brazos.

—Vine a verte tres veces, ¿por dónde andabas? —estaba impasible.

—¿Y por qué la urgencia? —respondí.

Me miraba de forma suspicaz.

—Solo curiosidad, no es la primera noche que no te encuentro.

Resoplé y empecé a arreglar mi cama.

—No es nada.

—¿Te estás viendo con alguien? —sonreía sintiéndose cerca de la respuesta.

—Claro que no —el tono de voz no me ayudó.

Abrió los ojos como platos.

—Antoni —susurró, poniéndome nerviosa. Lo había arruinado.

—No... —salió disparada de mi habitación y la seguí enseguida.

La encontré tocando la puerta de él. Me acerqué y la tomé del brazo para sacarla de ahí, pero la puerta se abrió antes de poder desaparecerme.

Ahí estaba él frente a nosotras, con el torso desnudo, usando solo pantalón. Me ruboricé de vergüenza y seguro Rosy estaba igual. En verdad era alto y de contextura normal, pero sus músculos estaban bien marcados. Quedé sorprendida, estaba en muy buena forma. Los hombros anchos, caderas estrechas. «Vaya hombre». Nos habíamos quedado embobadas como dos completas idiotas por un par de segundos.

Nuestra carrera implicaba haber visto cuerpos desnudos casi seguido, pero no había estado frente a... Bueno, uno vivo, por la especialidad que había tomado.

—¿Sucedió algo? —nos preguntó haciéndonos reaccionar.

—Perdón —dijo Rosy, sonriéndole—, puerta equivocada.

Me empujó y echamos a correr de vuelta a mi habitación como dos locas.


Entramos, ella cerró la puerta y quedó mirándome sorprendida.

—¿Te estás acostando con él? —preguntó casi horrorizada.

—¡Por Dios, claro que no! —exclamé.

—¿Te gusta?

Negué. No me sentía bien al verla preocupada por esas cosas. No tenía cabida en la situación actual y yo no podía permitirme sentir nada, la humanidad se enfrentaba a algo grave. No había tiempo para amores sin sentido, ni para empezar a actuar de maneras infantiles.

—Quizá a él le gustas.

—¿Qué? No, en serio, todo está normal.

—Lo veo mirarte sin parar todos los días —insistió—, como si acechara.

—Rosy... ya, no lo creo. Además es casi de tu edad, no de la mía —aclaré, como si ese dato fuera trascendente. Miró al suelo y yo suspiré y sonreí apenas, tratando de olvidar la incomodidad, total, ya bastantes problemas teníamos—. Escucha... Okey, sí, no niego que es atractivo...

Ella sonrió con travesura.

—¡Lo sabía! —Dio un brinquito.

—¡Peeero...! Nada más —me apresuré a explicar—. Estamos en el trabajo, por Dios. —Sentí que me reprochaba a mí misma por haber lagrimeado en frente de él esa vez.

—No en horas del trabajo. Solo en el edificio.

Reí.

—Bueno, a ver qué pasa. A descansar.

Ojos de gato Tentador [La versión de ella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora