Capítulo 34

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(Dos semanas después)

Mientras disfrutaba de mi desayuno viendo la televisión tranquilamente, Chad me llama al móvil.

— Prepárate, te vienes conmigo. En cinco minutos estoy en casa —cuelga.

— Estoy bien, desayunando. Gracias por preguntar —le dije a la pantalla del móvil. No tengo ni idea de lo que planea y menos a donde se fue tan temprano. ¿Y prepararme? ¿Para qué? ¿Una batalla, una boda, para la playa? Sólo sé que seguiré desayunando.

Transcurridos unos minutos, Chad entra por la puerta.

— ¡Mad! —grita— ¿Dónde estás?

— Aquí —dije desde el sofá.

— ¿Aún sigues con esa ropa? Te dije que te prepararas —me dice con un tono parental.

— No me has dicho para que.

— Da igual —rodea los ojos—. Hay que irse ya —dice mirando el reloj.

— ¿A donde?

Me toma del brazo y me lleva al coche. De camino a no sé donde, me dio una remera con capucha.

— ¿Me vas a decir a donde vamos?

— No puedo. Uno no sabe en donde esta a salvo y con quien puede hablar.

— ¿Estás diciendo que no confías en mí?

— Si no confiaría no te llevaría conmigo pero tampoco es que confíe. De hecho esto es más a tu favor que al mío.

Peor que un bipolar. Sólo el sabrá que leches ha dicho.

El lugar era un parque, nada fuera de lo normal. Dejó el coche en el estacionamiento de cara a el. Tomó un francotirador de la parte trasera.

— ¿Qué harás? —le pregunté curiosa.

— Yo vigilar, tú irás a hablar con ese chico que está al lado del estanque —le señala con el dedo.

— ¿Qué voy a hablar con él?

— Lo sabrás cuando estés allá. Por cierto, nada de acercamientos ni movimientos raros. Actúa lo más normal posible. Puede que esto salga muy mal.

— Claro... y a mi me traes para que sea tu conejillo de Indias ¿no?

— Ya vete —se extiende para abrirme la puerta—. Estás perdiendo el tiempo —me empuja.

— Vale. Ya voy, ya voy —baje y cerré la puerta—. Este chico que ansioso.

Caminé hacia el individuo. Que no haya acercamientos ni movimientos raros... Una de dos: o quiero matar a esa persona a más no poder o es alguien a quien extraño. Saldré de dudas en breves instantes.

La persona estaba apoyada en la barandilla sin moverse. Tragué saliva e imite su postura.

— Hola —dije con un tono firme esperando que se girara para verle la cara. Él también tenía capucha.

— No lo puedo creer —se gira dejando ver una sonrisa de oreja a oreja.

— Thomas, ¿cómo es que sigues vivo? —dije entusiasmada tanto que quería abrazarlo pero me limité a apretar fuerte la barandilla.

— Me las arreglé como pude.

— Aprendiste de los mejores.

— Claro —ríe—. Hablando serios, ¿qué haces con ese chico? Es muy borde.

— Lo sé.

— Hasta ahora ni le creí que estabas viva por eso no vine solo. Todos os están buscando. Hay un montón de dinero por vuestras cabezas.

— ¿Estás loco? ¿Quieres matarme?

— No, no. Es alguien de confianza.

— Mas te vale. Si yo muero tú también vendrás conmigo al infierno.

— Igual de agresiva que antes —niega con la cabeza—. ¿Alan sigue vivo?

— La última vez que lo vi sí, estaba vivo. Él se fue a otro bando.

— Ya veo... Entonces es cierto —se toca la barbilla.

— ¿El qué?

— Dice que lo han visto con Ace. Hay una larga lista de desertores como vosotros. K los quiere a todos pero vivos, algo pensará hacer. Hay una cosa que me extraña. Al principio estaba muy empeñado en mataros a todos pero luego ese deseo se fue desvaneciendo igual que el bando. Algo está pasando. Muchos ya están pensando en un plan de reserva.

— No hay que fiarse de eso. Nos pueden atrapar en cualquier momento y tampoco podemos investigar muy a saco ya que seremos sospechosos.

— Tienes razón —mira el reloj—. Ya es tiempo de que nos vayamos. Seguiremos en contacto —me sonríe y da unos pasos—. Algún día puede que se acabe todo y no tengamos que escondernos más.

— Espero que llegue pronto ese día —mi sonrisa seguía desde que lo vi hasta que fue. Suspire y volví al coche.

— ¿Has averiguado algo? —me pregunta poniendo en marcha el coche.

— Nada nuevo. Por cierto, ¿cómo supiste de él?

— Uno que lo sabe todo.

— ¿Tienes algún viejo amigo? Por lo menos que pueda devolverte el favor.

— Están muertos.

— ¿Por qué has hecho esto?

— Para hacerte feliz —me mira muy serio—. Y también por si averiguabas algo. Vamos a hacer unas compras.

— ¡Estoy en pijamas! ¿Cómo voy a ir así?

— No eres la prima vagabunda que ve.

¡Qué chico más difícil por Dios! No hay quien lo aguante.

¡Ups! Un día másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora