Apresuró sus pasos, alcanzando la puerta de la sala de arte.

Esta estaba sellada con los mismos panfletos esparcidos por el piso. Para abrirla, Elizabeth debía arrancarlos.

Para cuando sus ojos se ajustaron a la tinta roja de la impresión sobre estos, sus mejillas ya estaban sonrojadas. Y a medida que leía, sus ojos se llenaban de lágrimas.

Ahí, a vista de todo el mundo, estaban fotos de su padre. Y la razón detrás de la llamada que había recibido por parte de su madre.

Su padre, Bernard Bishop, era un hombre de negocios muy importante, con un cargo todavía más importante en una gran empresa del Reino Unido. Y ahora, su nombre era reconocido y recordado por cualquiera que leyese la prensa internacional, debido a un fraude de 2 billones de euros, del cual era el autor intelectual.

Había sido una noticia muy sonada, en los dos días que tenía en el ojo público.

Su madre había llamado para reprenderle por preocuparse tan poco por los asuntos familiares, por vivir tan ensimismada cómo para estar con su familia en aquel momento de debilidad, y por ''no ser ni siquiera agradable a la vista. Dios Elizabeth, con la cantidad de paparazzis que van a seguirte ahora, y tú con esos rollos en todo el cuerpo y la celulitis en tus piernas. No podremos depender tampoco de nuestra apariencia.''

Era estúpido. Toda la situación era estúpida, vacía y superficial.

Pero Elizabeth estaba acostumbrada a ello.

Siempre se había tratado de la cintura pequeña, la piel perfecta y la cara bonita. La ropa cara. El porte, los modales. La apariencia frívola de la familia perfecta y la imagen visualmente placentera.

Que su verdad estuviese expuesta ante toda la gente, al alcance de las ávidas garras de sus compañeros de clase, eso. No estaba acostumbrada a eso. Era una situación para la cual no había sido preparada.

Un par de lágrimas lograron deslizarse fuera de sus ojos mientras sus pálidas y flacuchas manos se abrían paso entre el bonche de panfletos pegados contra el marco de la puerta. Sus dedos destrozaron frenéticamente el papel debajo de ellos hasta que la puerta cedió, entonces estos se aferraron a la manija de esta como si su vida dependiera de ello.

Elizabeth estampó la puerta detrás de sí, censurando las risas y los murmullos que hacían eco fuera en el pasillo.

Su espalda se deslizó contra la superficie de madera barnizada hasta que su trasero chocó con el suelo. Pequeñas perlas saladas resbalaban por su cutis liso mientras los sollozos llenaban la estancia. El aire impregnado a acuarelas y óleos que alguna vez se sintió como su único lugar seguro, ahora parecía pesado.

Sentía como si cada escultura y retrato en la estancia le juzgara en silencio. Como si no tuviese nada que hacer allí, lloriqueando tumbada en el suelo como una cría.

Cómo odiaba ser tan débil.

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—No voy a repetírtelo dos veces, chico. Tómate el jodido medicamento.

—Odio las inyecciones, Louis. Por favor no me hagas tomármelo.

—Jodí mi orgullo rogándole a mi tío por ti, ¿y piensas echar todo mi trabajo a la basura?

—Algo asi.

—Sobre mi frio y tieso cadáver, mequetrefe.

Louis y Harry peleaban en susurros, rodeados de libros en uno de los cubículos de la biblioteca.

𝙿𝚘𝚒𝚗𝚝𝚕𝚎𝚜𝚜 | Libro #1| Larry StylinsonWhere stories live. Discover now