PROLOGUE

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Tiempo pasado; 2008

Cuando uno escucha la palabra mansión, ¿Qué piensa?

Paredes blancas, pisos inmaculadamente caros, muebles finos e importados desde distintos rincones del mundo, la clásica alfombra del Medio Oeste y el olor a madera barnizada acompañando el típico aroma que desprenden las cosas nuevas.

Bueno, la mansión en la que Louis y su familia vivían, resulta ser muy diferente.

Las paredes eran de muchísimos colores: granate, azul marino, verde manzana. Cualquier color que no fuese neutro como el blanco. Los pisos variaban desde el mármol hasta la madera. La casa no tenía una decoración fija a las tendencias modernas; era más bien, como la guarida de algún viejo explorador: compuesta por muchos y pequeños retazos de su paso por el mundo.

Si, existían algunas cosas caras en una que otra habitación, pero en su mayoría, aquella gran residencia se encontraba repleta de baratijas y recuerdos de cada viaje que sus padres habían hecho a lo largo de su vida. En serio, Louis a veces creía que tenían complejo de acumuladores.

Sus padres llevaban a casa cosas tan inútiles como rocas de alguna costa carente de valor u hojas de los árboles de un parque perteneciente a un pueblucho mediocre; Incluso había una botella repleta de arena del Sahara en una de las repisas de la sala de estar.

¿Para qué mierda se necesita arena? ¿Por qué no un llavero? ¿O una foto?

Claro que esto solo era el pensamiento de Louis, y Louis era un muchacho bastante...antipático, por no decir amargado al grado de resultar odioso.

Los padres de Louis no se explicaban el porqué de la actitud repelente de su hijo hacia las cosas. El matrimonio era conocido por ser extrovertido; Johanna, su madre, podía entrar a una habitación sin pronunciar palabra y todo el mundo concentraría su atención en ella, además de que era muy dada para hacer reír a todo el mundo por sus ingeniosas bromas. Mark, su padre, era otra historia. El hombre había sido ruidoso desde pequeño. Le encantaba cantar en voz alta y reír escandalosamente sin importarle donde estaba. Juntos, los Tomlinson le daban encarnación al ruido y al escándalo, lo cual siempre despertaba el peor lado de su hijo, Louis.

El muchacho era introvertido de nacimiento, gustoso de estar solo y gran fanático del silencio. La molesta costumbre que tenía su padre de gritar al azar y sin motivo (No, no gritar en forma de autoridad o violencia. Literalmente gritar), lo hacían perder la paciencia en menos de cinco segundos, y ni hablar cuando ambos comenzaban a cantar mientras compartían la cena familiar. Ahí sí, Louis pedía a gritos ser adoptado.

La casa iba con los dueños, se podría decir.

Louis siempre había sentido que sobraba en aquella vida. A veces pensaba en que no había motivo por el cual ser tan duro con su familia, y trataba de integrarse. Pero entonces llegaban las preciadas fiestas familiares, y el ojiazul se sentía más fuera de lugar que un rinoceronte en el Antártico. Toda, absolutamente toda su familia era extrovertida: reían a carcajadas, cantaban y bailaban en momentos inesperados sin importarles nada, socializaban con extraños sin titubear, pero sobre todo, cada uno era el mejor en algún campo en especial.

Los hermanos de su padre, el tío Stewart y el tío John, eran excelentes en las carreras de remo. Los hijos del tío Stewart eran genios en el violín y la tuba, mientras que los del tío John eran buenos con las artes plásticas.

Y así, la familia de su madre tenía a sus propios prodigios. ¿Y Louis? ¿En que era bueno?

''Podría decir que soy bastante bueno para leer; puedo terminar un libro de doscientas hojas en un dia'' pensó. ''También puedo quejarme de la vida en su totalidad en menos de diez minutos, y podría escribir una tesis sobre cuanto quiero ver al mundo arder.''

𝙿𝚘𝚒𝚗𝚝𝚕𝚎𝚜𝚜 | Libro #1| Larry StylinsonWhere stories live. Discover now