16.- Ecos

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Las horas se escurrían dolorosamente por el reloj analógico, cuyas manecillas se movían y resonaban creando un molesto sonido en la silenciosa oficina de Goro Sasabe.

Rin y Sousuke esperaban, con toda la paciencia del mundo, a que el jefe de policía de Iwatobi les diera una respuesta. Por insistencia de Nagisa, estaban ahí desde temprano por la mañana, y aunque habían sido recibidos con malas caras y gritos por el hombre, después de explicarle todo las cosas habían cambiado.

Le habían hablado, finalmente, sobre Ikuya.

Sousuke fue quien le contó todo, haciéndole recordar las cosas que habían tenido lugar en la estación hacía ya unos años, antes de que ingresara Haruka.
Sasabe se mostró algo conmocionado al darse cuenta de que ése mismo chico que parecía tan prometedor y justo, se había convertido en un ser guiado por el odio y el rencor.

"Haru lo dedujo antes que yo", había aceptado Sousuke sin mucho problema, "pero Ikuya lo encontró. Y sé en dónde están".

Y después, Rin le explicó. Aquella vieja y abandonada bodega donde habían encontrado a Ikuya y al guardia del banco, un tal Kisumi -como encontró Momo en el expediente de aquel entonces-, seguía en pie. A Matsuoka le parecía el lugar más lógico y significativo para el responsable. Después de todo, ahí había sido vencido una vez, y teniendo en cuenta su naturaleza vengativa, era obvio que quería tener la revancha en ése mismo lugar.

Goro sobó el puente de su nariz con sus dedos índice y medio, dejando que un suspiro abandonara sus labios.

—¿Están seguros de esto? —

Rin asintió.

—Sabemos en dónde están, y también sabemos que no pasará mucho antes de que nos empiece a enviar algo más que cabello como advertencia, usted lo sabe —

Sasabe arrugó la nariz en una mueca al recordar.
Cuando Kei desapareció, a los dos días también recibieron cabello. Después, dientes. Y luego a él.
Sus ojos cansados se fijaron en los dos jóvenes que estaban sentados, serios, frente a su escritorio.

Era obvio que no pensaban permitir que eso le pasara a Haruka.

—Bien. Díganme qué planean hacer. Los ayudaré —

Rin soltó un suspiro, aliviado, y la sonrisa decidida que puso después se le contagió a Sasabe.

Sousuke, por otro lado, permaneció en silencio.

Pedía por fuerzas.
No para él, sino para Haruka.
Que aguantara, que se resistiera. Que no dejara que Ikuya se saliera con la suya, porque él ya iba en camino.
Y esta vez, lo rescataría sin importar el costo.

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El grito de Haruka resonó por todo el lugar.

Las paredes, frías y de concreto, hacían rebotar los sonidos con ecos dolorosos que calaban hasta los huesos.

Era la cuarta uña que le arrancaban. Y ya no sentía la mano derecha.

Ahora, estaba sentado en una silla. Sus manos y pies habían sido atados a ésta, y él todavía se encontraba semidesnudo, recibiendo baldes de agua fría cada diez minutos y ésa tortura de la que no podía defenderse a pesar de ya no estar de pie.

No tenía idea de cuántos días habían pasado desde que fue secuestrado. El tiempo pasaba diferente en ése lugar tan helado y gris, se iba lento, como las olas borraban las huellas de la arena. Haruka sospechaba que se trataba de algún tipo de almacén, por las marcas en el suelo que parecían haber sido creadas para guiar cargueros. Pero desde que Ikuya empezó a torturarlo, poco le importaba en dónde carajo estaba.
Y todo le dolía.
Sus piernas estaban adormecidas, y después del quinto baño con agua helada su cuerpo había dejado de sentir el frío, y eso le preocupaba más que cualquier otra cosa.

Un Millón De RazonesNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ