43. ¿Por qué te alejas?

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Sebastián en la foto(L)
Maratón día 3(1/2)

Sebastián en la foto(L)Maratón día 3(1/2)

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SEBASTIÁN

Mi cuerpo entumecido y liviano recibió el nuevo día con una extraña calma y paz que nunca había sentido. Cuando rodé por la cama, me tomé con la espalda de Lisa y entonces recordé lo que pasó la noche anterior.

Mi lado desinhibido cuando la luna llena esta en lo más alto del cielo, me hizo comportarme como un hombre enamorado y encelado por su mujer, y eso era peligroso. Era peligroso porque si, ella se negaba, podría intentar forzarla a hacer algo que ella no quiere, podía hacerle daño debido a mi fuerza y, lo que era peor, dejarla embarazada.

Si dejaba embarazada a Lisa fuera del matrimonio y mi clan se enteraba de ello, toda la ira se cerniría sobre mí, obligándome a volver a mi lugar de origen de forma permanente y desposándome con otra mujer que ellos considerasen "digna".

Miré a Lisa con el corazón hinchado de felicidad, pero era una felicidad que ahora entendía que no podía ser. Ella sería mi amiga, pero no podía ser algo más porque podría dañarla o matarla.

También sabía que, si me involucraba más con ella, tarde o temprano sabría lo que soy y lo que fui en el pasado y eso sí que no podía permitirlo. Prefería verla como amiga cada día que ella renunciara a verme por miedo o asco.

Me levanté despacio para que ella no se diera cuenta de que me marchaba y le escribí una nota deseándole un buen día. La miré como si me despidiera, como si quisiera mantener en la memoria la imagen de su magnífico cuerpo desnudo y su pelo revuelto. La besé en los labios con todo el amor que fui acumulando para ella y entonces, me puse mi coraza de siempre.

Me marché a mi departamento y decidí no salir de allí. Sabía que, tarde o temprano, Lisa vendría a verme para pedir explicaciones de por qué me fui sin decirle nada, pero no podía enfrentarme a ella porque caería de nuevo en sus redes. Deseaba que al menos pasara el fin de semana y la evitaría a toda costa y así sus preguntas.

El lunes, cuando fuera a la cafetería, sabía que su visita caería como cae un chubasco de verano. Intentaría verme amigable con ella como cuando comenzamos a conocernos, pero con una cierta distancia. Al menos quería posponer lo más que pudiese nuestra charla.

RYAN

Cerré la puerta con pestillo para evitar que me molestasen. Mientras que tenía a Selina en mi regazo y acariciaba la longitud de su costado, decidí mandarle un mensaje a la secretaria que recibía a mis visitas para decirle que no se me molestase en la próxima hora.

Solté el teléfono como si me quemara en las manos y miré a mi ardiente mujer con sus ojos encendidos y su cuerpo vibrante. Mis dedos se deslizaron de su costado a los botones de su escote, desabotonándolos uno a uno, como si saboreara aquel momento como quien saborea un buen pedazo de pastel. Su sujetador de encaje de color granate, hizo aparición en mi campo de visión. Aquella pieza de lencería resaltaba sobre su pálida piel y sus turgentes pechos. Se me secó la boca al verla así, sintiéndome como un adolescente en su primera vez, aunque tenía experiencia de sobra en la materia. Pero cuando uno empieza a amar por primera vez, daba igual lo mucho que supieses sobre sexo; no era suficiente.

Pero no quería que ella pensara que era un mal amante, quería que ella me pidiese más y más; ser yo el único que podía calmar ese fuego que despuntaba por su piel. La tumbé en mi mesa, colocándome entre sus piernas. el botón de su falda, tan dorado y brillante, parecía llamarme a que lo desabrochara y yo no iba a negarme a ello. Al deslizarla, sus hermosas piernas ataviadas con unos ligueros, hicieron que la visión de su cuerpo fuera aún más sexy y mi erección casi explotó dentro de mis pantalones son apenas haberla tocado.

-Uhmm por fin te tengo entre mis manos mi hermosa gatita...-Le ronroneé en el oído. Ella emitió una carcajada y me contestó con su habitual tono mordaz que me enloquecía:

-Quizás la gatita es la que te tiene a ti...

Sus piernas se cerraron sin avisar, aprisionándome entre ellas; aquella dulce cárcel era el mejor de los castigos y no me importaba pagar condena y estar entre ellas el tiempo que fuese.

Su mano juguetona fue directamente a mi bragueta, mostrándome su lado atrevido y para nada sumiso. Ella era la mujer que todo hombre creído y lleno de ego necesitaba para enseñarle modales: desde luego ella era una gran maestra y yo un alumno ávido de saber más.

Desde que ella entró a mi vida, el lado frívolo en el que siempre estaba inmerso, se echó a un lado y acepté las cosas sencillas de la vida que hacen a todo hombre feliz: una buena mujer a su lado y compartir sencillos momentos. El sexo era un plus, pero no lo era todo porque, en aquellas magníficas charlas de tira y afloja cubiertas de seducción y aquellas comidas donde nos contábamos cosas del día a día o que nos preocupaban.

Su cuerpo encaró al mío, tirándome al suelo. Aprovechó aquel momento de sorpresa para colocarse encima de mí y desabrocharme la camisa para mi gran deleite. Mis manos apretaban sus pechos por encima del sujetador, sintiendo el vaivén de sus caderas contra las mías por encima de las barreras de nuestra ropa.

Tras quitarme la camisa, su lengua sonrosada comenzó a lamer mi torso y mis pezones. Sujeté su cabeza sintiendo un hormigueo y un placer tan grandes que pensaba que ni mi cuerpo ni mi cabeza lo aguantaría. Sus mordiscos me estaban llevando a un camino que deseaba seguir de su mano, de su destreza en las artes amatorias, convirtiéndome a mí en el sumiso y ella en la dominante.

Esa sensación de no tener el control bajo mi mano y la presión liberada de no tener siempre que llevar a la cúspide de placer a mi pareja sexual, me hacía disfrutar mejor que nunca, dándonos a cada uno nuestra ración equitativa de besos, caricias y jugueteos.

Ambos gemíamos presos de nuestra pasión y nuestra locura. No iba a parar; nunca iba a hacerlo.

Nos quitamos la poca ropa que llevábamos encima y no me hizo esperar para llevar mi miembro a su interior caliente y apretado que tanto deseaba descubrir. Sus uñas me marcaban con fuerza como si fuera una advertencia para que ninguna mujer se me volviera a acercar. Notaba por sus movimientos enérgicos y furiosos que me estaba castigando por el desplante de Priscilla pero era un dulce castigo que disfrutaba como nunca en mi vida.

Sus labios se acercaron a mi oído y me dijo con su voz ronca:

-Voy a enseñarte...que esa mujer no me llega ni a los talones, que lo que has conocido con ella no es nada comparado con lo que conocerás conmigo. Voy a enseñarte...que conmigo no se juega,Ryan...no soy segundo plato de nadie...

-Enséñame...enséñamelo todo Selina-Le dije mientras que la tomaba de las caderas y la hacía gemir con fuerza. Las contracciones de su interior se apretaban alrededor de mi miembro llevándome al éxtasis más profundo.

Y en aquel suelo frío de nuestro despacho, nos prendimos fuego hasta quedar saciados.

Primadonna (Is It Love?Ryan?)#awardseditorialwattpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora