40|Novios Irresistibles.

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Oh, Dios.

Sus ojos deberían considerarse pornografía ilegal.

Mikhail se relame los labios, y la calidez que su cuerpo le emana al mío es incesante.

—¿Por qué dudas de tu belleza, Kathleen? —inquiere, sin despegar sus ojos de los míos.

Intento contestar pero no se me ocurre nada para refutar.

—No necesitas que nadie califique tu belleza en una escala de números; el número que importa es el que elijas tú misma, no el que los demás elijan para ti.

Parpadeo conteniendo la respiración, puedo sentir su aliento sobre mi rostro, y el tacto de sus dedos sobre mi piel empieza a arder.

—Sin embargo, eres un diez. Eres un jodido diez para mí, Kathleen Taylor.

Y esas palabras se clavan en mi pecho como un par de cuchillas de miel. Es inevitable sonreír, así que no hago el esfuerzo en contenerlo. Acaricio su mandíbula con mis nudillos, y no puedo dejar de mirar ese azul de sus ojos. Tiene la capacidad de transportarme a otra dimensión cuando le veo. Me hace sentir cosas que solía leer en libros, pero que no creía que pudiesen sucederme, mucho menos, resultar reales.

El no sonríe, sus labios siguen contraídos, y no puedo negar que su cercanía comienza a producir efectos colaterales en mi organismo. Mis manos abandonan su rostro para dirigirse a la suave tela que cubre mi cuerpo, no lo pienso, solo la dejo caer hasta tocar el suelo. Puedo sentir el aire rozar contra las extremidades de mi cuerpo, y la adrenalina comienza a florecer en mi organismo.

Sonrío apretando mis labios.

—¿Vas a quedarte mirándome todo el día o vas a dibujarme? —le susurro con una evidente pizca de picardía.

Necesitas ir a una iglesia después de esto, Kathleen Taylor. Purifica tu sucia alma pecadora.

Mikhail se aclara la garganta mientras se encamina en dirección al banquillo, y me pide que me acerque. Mi vientre se contrae de los nervios, y creo que atesoraré este momento para siempre.

—Sientate —me instruye, ayudándome a sentarme en una posición cómoda pero estética—. Huh, perfecto.

Mi cabello está desordenado, y cubre una parte de mis pechos, mi mano se encuentra encima de la pelvis, y la otra acaricia mi mejilla. No es una posición del todo cómoda. El me guiña un ojo antes de posicionarse detrás de un enorme lienzo junto a una mesita en la que tiene sus instrumentos artísticos. Una suave melodía suena a través del iPod que se encuentra en un rincón, y el hecho de verlo, me hace retroceder en el tiempo, justo a ese día. Ese día en el que entré a su habitación sin permiso para averiguar el nombre de una canción.

—¿Lo estoy haciendo bien? —le pregunto después de unos minutos. No puedo sentir mis manos.

—De maravilla.

No sé cuántos minutos transcurren desde el momento en el que el ojizarco empieza a dibujarme hasta que me da libertad para moverme. Un hormigueo se extiende en mis brazos, y mis piernas se han entumecido. Vuelvo a colocarme el pedazo de tela, y me acerco hasta él. Tiene un lápiz de color negro entre los dedos, y repasa un par de líneas para darle más acabado.

—Oh, Dios —murmuro fascinada, una sonrisa se extiende en mis labios mientras detallo cada trazo que constituye el dibujo—. ¡Esa soy yo! —parezco una niña emocionada.

—Eso es correcto. Esa eres tú, ninfa —el coloca el lápiz en un botecito, y descuelga el lienzo para que pueda verlo más de cerca—. Deberías dedicarte a esto, se te da bien muy bien. Además, resulta demasiado gracioso ver las muecas extrañas que haces para no estornudar —agrega.

Atracción Irresistible © | EN FÍSICO Where stories live. Discover now