Capítulo 24. Afrontarlo

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Bella

-A ver, ¿de qué se trata?-pregunté sonriendo, agachándome hasta su altura.

Abrió las manos y dejó escapar una mariposa blanca y rosada que emprendía el vuelo, buscando alguna escapatoria de mi habitación, aleteó hasta encontrar la rendija de la ventana y salió de allí, la niña me miró haciendo pucheros.

-Jo mamá, has dejado que se vaya…

-Las mariposas vuelan libes, no puedes pretender tenerla encerrada, ¿o es que te gustaría que te encerrase a ti?

Negó con la cabeza y se puso a mi lado en el tocador, observando cómo me maquillaba y recogía mi cabello en un montículo desordenado con horquillas por aquí y por allá. Me sentía muy orgullosa de ella, no solo porque era preciosa, sino porque era tan parecida a mí como mi reflejo. Mi carácter estaba al completo en su pequeño cuerpecillo, y a pesar de tener solo seis años era una niña muy inteligente y muy despierta. Su piel era muy clara, tanto como la mía a causa de la sangre albina de mi madre. Sus cabellos caían largos y castaños con algún que otro reflejo rojizo, también igual que el mío, pero al contrario que yo, que tenía ojos color chocolate, ella los tenía tan verdes como esmeraldas, cristalinos y brillantes.

Si los ojos son el reflejo del alma, ella tenía el alma más pura que había visto nunca. Aun recordaba aquella mañana cuando me levanté de la cama, mi madre entró a mi dormitorio y me preguntó si no podía haber esperado llegar al baño. Había roto aguas, así que me llevaron al hospital, y cuando la noche ya estaba cayendo, nació ella, mi hija, mi preciosa niña. Desde que la sentí dar la primera patadita cuando cumplí los cinco meses de embarazo me di cuenta de que esto no era un sueño, de que era la vida real y de que iba a tener una hija, y luego cuando la tuve entre mis brazos por primera vez supe que era la personita más importante de mi vida.

Chloé sonrió y me pidió un poco de brillo de labios, le puse y luego bajamos al salón, donde la típica música de cocteles sonaba de fondo y la gente hablaba muy entretenida. Divisé un poco más allá a Cédric, él me sonrió y se me acercó para coger mi mano, hacer que girase sobre mis talones trescientos sesenta grados y parase frente a él, luego se la llevó a la boca y le dio un suave beso.

-Cada día me sorprendes más, Bella, tu es belle.

-Gracias-sonreí.

Él era… Bueno, comencemos desde el principio. Cédric Morel era el hijo de uno de los socios de mi madre, el conocí en una fiestecilla intima que hizo Renee después del nacimiento de su nieta, no le hacía mucha gracia que la llamasen abuela, así que entrenó desde el año a Chloé para que la llamase por su nombre. Ese día Cédric se me acercó y entablamos una conversación muy larga y entretenida, la verdad es que cuando le vi me quedé sin habla porque era un francés la mar de agraciado. Su pelo era corto y rubio, no sé cómo lo hacía, pero él conseguía que llevar siempre el mismo peinado no fuera aburrido. Sus ojos eran azul oscuro, enigmáticos y atrayentes cuando te observaban.

No le oculté en ningún momento que había tenido una hija, y él hizo todo lo contrario a mis expectativas… en vez de irse y pasar de mí, se hizo amigo de mi hija, estuvo con ella desde poco después de nacer y varias veces llegó a creer que él era su padre. Yo le decía que no, que era un amigo de mamá, y es que era la verdad. Cédric demostraba cierto afecto especial por mí, pero yo no me sentí preparada para corresponderle hasta hacía unos meses. Ahora era mi novio, era lo menos que podía hacer por todo lo que él había hecho por mí.

La fiesta continuó su curso, los fotógrafos nos hicieron unas cuantas fotos y luego desaparecieron tan rápido como habían llegado. Chloé se encontraba jugando con unas niñas, la gente era muy amable. Mi madre me sorprendió al darme una oportunidad en su empresa como relaciones públicas, todo iba sobre ruedas. Eso me gustaba de Francia, que nadie te juzgaba, nadie te reprendía porque saben que eres humano y puedes fallar, pero si ese fallo consistía en tener a Cholé, yo correría el riesgo sin dudarlo.

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