Epílogo

700 52 8
                                    

—Muchas gracias por habernos ayudado —me iba diciendo el entrenador Evans mientras andábamos hacia el campo de entrenamiento—. Has aportado mucho. Es una pena saber que te vas.

—Pero... nos reconforta que vayas con Erik —comentó el señor Sharp, sonriendo de lado—. En Estados Unidos aprenderás muchas formas de juego diferentes.

Asentí. El tío Erik había decidido quedarse un par de semanas en Japón tras el partido, y ese día por la noche cogeríamos un vuelo hasta Nueva York. Le había pedido permiso a mi madre para darle a los entrenadores la carta de salida del club y despedirme de los chicos hasta nuevo aviso.

—Nos encantará volver a tenerte con nosotros cuando vuelvas —Mark Evans alzó su pulgar con alegría.

Volví a mirar hacia delante y divisé la figura de un hombre. A medida que nos íbamos acercando, distinguí su pelo largo recogido en una coleta y su chaqueta de chándal roja.

Ese era...

—Qué nostalgia de nuestros días en el club de fútbol, ¿eh, Axel?

Santa María de la papaya.

Axel Blaze sonrió.

—Es fantástico... tener compañeros en los que se puede confiar —añadió el señor Sharp.

—¡Claro, esto es el Raimon! —exclamó Mark poniéndose las manos en las caderas.

Axel volvió a mirar al campo.

—Sí.

Me crucé de brazos con diversión, ya sabiendo que uno de los ídolos de mi infancia era muy callado. Una parte de mí lamentaba haber insultado en pensamientos al supuesto Gran Emperador, que había resultado ser Axel Blaze y que había estado protegiendo el fútbol libre.

Los dejé a solas a los tres, les di las gracias por todo y me despedí de ellos tras una inclinación honesta. Al fin y al cabo, me habían acogido como si fuera una más del equipo desde el principio.

Corrí escaleras abajo y llegué al campo, donde los chicos estaban. A Riccardo le habían dado el alta unos días atrás y ya podía jugar al fútbol sin problemas. Les saludé con un gesto de mano.

—¡Katsue, ya estás aquí! —se alegró Arion—. ¡Ahora ya estamos todos! ¿Te apuntas a un partido?

—Me temo que no podrá ser —hice una mueca. Los que antes no habían sentido mi presencia, se giraron a verme con curiosidad.

—Pero ¿por qué? —preguntó Jp. Se le veía desilusionado, y llegó a darme algo de pena la cara que ponía.

—¿Es que no lo veis? —inquirió Jade con voz grave y autoritaria.

Todos me miraron fijamente, hasta que los más avispados pudieron reparar en la ropa que llevaba puesta. No era ni de lejos la del Raimon.

—Katsue no entrenará con nosotros hoy —les comunicó Víctor mientras bebía de su botella de agua—. En un buen tiempo, de hecho.

—Me voy —dije, apenada.

—¿Qué? —exclamó Arion—. ¿Cómo que te vas?

—Me ofrecieron irme a Estados Unidos durante un tiempo y acepté. Necesito un cambio de aires.

Gabi tosió falsamente.

—¿Cuánto tiempo?

—Aún no lo sé —me encogí de hombros—. El avión despega esta misma noche. Quería pasar a despedirme.

Jade me pasó un brazo por los hombros.

—¿Qué os parece si le damos a esta muchacha la despedida que se merece?

Temí por mi vida cuando todos estallaron en gritos de asentimiento y se acercaron a mí. Finalmente, cuando ya me estaban manteando, se me volvieron a ocurrir otras mil formas mejores de morir.
Cuando me bajaron, me senté en el suelo para que se me pasara el mareo de tanto meneo, pero aún riéndome.

Alguien me tendió la mano y levanté la vista. Riccardo se tapaba el sol con una mano mientras yo le estrechaba la mía. Me ayudó a levantarme y sonrió.

—Quitando los comentarios con los que casi fastidias toda la revolución, ha sido un placer tenerte aquí —me dijo—. Si vuelves, claro.

—¡Claro que lo hará! —comentó Aitor. Estuve a punto de quitarme una zapatilla y lanzársela—. ¿No veis que bicho malo nunca muere?

—¡Aitor!

Él se rió con picardía. Rodé los ojos y me dirigí al equipo.

—He aprendido mucho aquí, a pesar de que sólo viniera «para ayudar» —hice comillas con los dedos—. Esto lo habríais conseguido sin mi ayuda y con menos dolores de cabeza, pero ya sabéis que es mi especialidad meterme en todos sitios.

—Eres un poco molesta, sí —murmuró Michael de brazos cruzados, aunque pude percibir un atisbo de sonrisa.

—Y me he sentido dentro del equipo desde el principio, por parte de algunos —miré a Arion y a Jp, que sonrieron con ilusión—; y un poco más tarde, por parte de otros que no quiero mirar.

Oí alguna risa por el banquillo.

—Así que, como dice Riccardo —miré de reojo al antiguo capitán—, ha sido un placer. Os pegaré si os olvidáis de mí.

—No hay olvido si hay recuerdos —recitó Ryoma con su típico tono antiguo, ganándose una carcajada burlona por parte de Jade.

Lo gracioso era que tenía razón.

Y, sin duda, volvería.


• • •

[Dos meses después]

Con la hamburguesa en las manos, observé el Times Square en todo su esplendor: decenas de rascacielos, carteles y pantallas a mi alrededor. Sentía una brisa que me daba un escalofrío, y alguien me ponía una chaqueta sobre los hombros.

—Gracias, tío Dylan —murmuré con un bocado de hamburguesa en mi boca.

You're welcome, little Katsue! —me daba dos palmaditas en la espalda y se centraba en su respectiva hamburguesa con bacon.

Llevaba alrededor de dos meses allí, pero sentía que había estado mucho tiempo. No podía negar que me lo estaba pasando de miedo, eso sí. Tenía razón: un cambio de aires era justo lo que necesitaba.

—¿Has hablado hoy con Sol? —preguntó Bobby.

Asentí.

—Y con mamá. Están los dos bien. Pero no saben nada del Raimon.

—Porque no viven precisamente cerca del instituto —respondía Bobby alborotándome el pelo. Odiaba que me hicieran eso, pero a él se lo pasaba—. Tú no te preocupes. Si quieres podemos llamar otro día a alguien del Raimon.

—No, no te preocupes. Quiero que sea una verdadera sorpresa cuando regrese.

Miré al cielo neoyorquino y sonreí. Me reconfortaba saber que seguíamos viendo las mismas estrellas.



FIN.

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Where stories live. Discover now