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Hacer una lista con el número de veces que había llegado temprano a los sitios en mi vida habría sido una buena idea.

Era la primera vez que llegaba a esa hora a entrenar. La primera. Y estaba segurísima de que sería la última. Ni siquiera había llegado Arion, y eso era la cosa más rara del mundo.
Tampoco entendía cómo yo, Katsue Hartland, me había levantado temprano un sábado. Era... ¡alucinante! Ni siquiera tenía sueño. ¡Eso, eso! Debía ser un sueño. No tenía otra explicación.

Sí, creí que todo era un sueño hasta que vino Aitor y me dio una colleja en la nuca.

Oh, Aitor.

Qué peligro tienes.

—Primera vez que llegas temprano, ¿verdad?

—Vaya.

—Eh, ¿qué te pasa? —preguntó, dejando la mochila en el suelo—. ¿Has vuelto a ver otra de esas películas que te hacen llorar?

—Que los escritores sean todos unos asesinos no es culpa mía —debatí—, pero no. Esta vez no.

—Entonces ni que te gustara... —hizo una pausa y, acto seguido, soltó una carcajada— ¡Venga ya! ¿De verdad!

—¿Qué? ¡No! —abrí la boca, ofendida—. No puedo creer que pienses eso de mí.

—Y yo no puedo creer que Katsue Hartland, la dura, la que pateaba culos, la que te insultaba si le hablabas, esté enamorada.

—¡Aitor Cazador, no estoy enamorada!

—Qué bonito es el amor —canturreó, dando vueltas por la sede del club—. Esto me recuerda a esa película de... ¿cómo se llamaba? ¿Bill Sespir?

—William Shakespeare —le corregí, con una mueca—. Y es un libro, no una película.

—Todo libro tiene una película que le supera, Kat —dijo, con una sonrisa divertida pintada en su rostro—. Es ley de vida.

—Lo que es ley de vida es que te tenga que pegar por decir eso —rodé los ojos—. Y no veo el por qué crees que... ugh.

—Y ni vii il pir qui criis qui... —repitió con la voz aguda—: sonrisa boba, ojos brillantes, mirada profunda...

—Eso significa que hoy me he levantado de buen humor, Aitor.

—Oh, Kat —sonrió con suficiencia—, tú por la mañana nunca estás de humor.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Me llaman el doctor cupido —anunció, haciendo un círculo con las manos.

—Nadie te llama así —dije—. Ni siquiera yo, y soy tu mejor amiga.

—Me ofendes, tú deberías de ser mi primera clienta —se puso una mano en el pecho—. Ahora te guardaré rencor por el resto de la eternidad.

—Ajá.

—Hay gente que dice que soy rencoroso.

—Lo único que podrías ser es tonto —respondí—. Y mira, lo eres.

—Habló aquí.

—Idiota —murmuré.

—Cara alpargata.

—Culo lechuga.

—Pelo menstruación.

—¿Perdón? —arrugué la frente—. ¿Estás comparando mi pelo con... la sangre?

—Te pasa por quejarte tanto cuando estás con ello, que te pones insoportable —comentó, riéndose—. Ah, y por decir que mi culo es lechugoso.

Lechugoso no es una palabra.

—Lo es —replicó—. Que no esté en el diccionario es otra cosa.

—Estúpido —puse los ojos en blanco—. A veces me gustaría que te...

—Bueno, que te gusta alguien, ¿no?

—¡No me cambies de tema!

—Este era el tema de antes, y tú lo has cambiado —dijo.

Odiaba que tuviera razón.

—No me gusta nadie —contesté—. A menos que un amor platónico que vive en el otro lado del mundo, que no exista o que no me conozca valga.

—¡Ya lo he averiguado! —dio una palmada, abriendo mucho los ojos—. ¡Te gusta Bay Laurel!

—Uy, sí, nos casamos mañana.

Doctor Cupido —volvió a repetir—. Debería plantearme dedicarme a esto.

—Yo ni lo pensaría, porque se te da fatal —reí—. No me gusta Bay, Aitor.

—¿Entonces...?

—Buenos días —saludó Gabi entrando a la sala. A su lado, Riccardo—. ¿Cómo habéis llegado tan pronto?

—Eso me llevo preguntando desde que llegué —respondí, poniendo una mueca.

—Deberíais de esconderos, que está de buen humor y se va a caer el mundo —comentó mi querido amigo—. Creo que está...

Le tapé la boca.

—¿Enferma? —inquirió Gabi—. ¿Has venido a entrenar aún estando mala? Quizá deberías descansar, Katsue.

—No, no —dije rápidamente—. Ya estoy mucho mejor, creedme. El otro día me estaba muriendo en mi habitación, pero ya no. Gracias.

Puede que sonara poco convincente por la cara que puso el chico de pelo rosa, pero se encogió de hombros y se dirigió a su taquilla.
El chico de pelo ceniza, en cambio, se quedó mirándome. Como si buscara algún signo de enfermedad en mí. Tenía la sensación de que si seguía así, me volvería a poner mala.

Oh, qué ganas de vomitar, sí.

—Riccardo, ¿tengo monos en la cara?

Todavía sigo sin saber por qué dije eso y por qué me sonó tan cortante: algo de lo que me arrepentía muchísimo. Él negó con la cabeza y se situó al lado de Gabi, también guardando sus cosas en su respectiva taquilla.

Los chicos fueron llegando a lo largo de los siguientes veinte minutos. Por último, el señor Sharp y la señorita Hills entraron y se colocaron enfrente de las mesas de los jugadores. Me dispuse a sentarme entre Aitor y Lucien, el cuál se veía nervioso, y miramos al actual entrenador con atención.

—Nos dispondremos a decir la convocatoria para mañana antes de entrenar: hoy debo irme antes —anunció el señor Sharp. Miró a su hermana y, acto seguido y tras un asentimiento de Celia, aparecieron los datos del equipo contrario en la pantalla frente a nosotros—. Nuestro rival, como ya sabréis, es el Instituto Espejismo.

Pude notar cómo Wanli se tensaba al oír ese nombre y cómo Lucien le miraba, preocupado. Ahí estaba pasando algo.

—Su capitán es Harrold Houdini —añadió la señorita Hills—. Se dice que el estilo de juego del Instituto Espejismo es como el de un mago...

Y ahí desconecté. Me quedé mirando la cara de esos chicos con especial atención, con la barbilla sobre mis manos entrelazadas. Así que un mago... ¿como el mago del campo? ¿Como el tío Erik? ¿Como... yo? Estaba confusa. Me llamaba mucho la atención, y en esos instantes tenía aún más ganas de jugar contra aquel equipo tan misterioso.

Instituto Espejismo, no ibas a pararnos.

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Where stories live. Discover now