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Sonido repetitivo.

Sonido repetitivo.

Sonido repetitivo.

Guantazo al despertador.

Me encantaban las mañanas de lunes.

Sí.

Sigamos creyéndolo.

Todo empezó cuando me levanté el lunes por la mañana para ir al instituto. Al igual que el 40% de los adolescentes del planeta, miré el móvil al abrir los ojos. Todo eran notificaciones estúpidas que no me cambiarían la vida, pero era como... ¿un tic? Más bien, una costumbre. En resumen: me quejaba de llegar tarde, cuando quince minutos que podría pasar vistiéndome los ocupaba mirando esas notificaciones estúpidas. ¡Olé yo!

Pero esa mañana no todo fueron notificaciones estúpidas. Esa mañana, tenía un mensaje de mi madre. Me citaba cuarenta y cinco minutos después para hablar. Algo me empezó a preocupar. Mi madre nunca me había hecho faltar a clase por el simple hecho de tener que hablar.

No. Ahí había gato encerrado. Algo no iba bien.

Intenté deshacerme de las sábanas todo lo rápido que pude, mas eso solo hizo que me cayera de la cama como una idiota. Me levanté y me vestí. Eso de la rapidez haciendo otras cosas que no tuvieran que ver con el deporte no me salían del todo bien..., la verdad era que siempre acababa cayéndome o rompiendo algo. Esa vez, fue la segunda. Me cargué la lámpara.

No me peiné. Cogí la mochila (por si acaso, ya sabéis) y corrí escaleras abajo. La tía de Arion asomó la cabeza de la sala de estar con curiosidad mientras yo intentaba ponerme bien los zapatos que, tristemente, debía llevar con el uniforme. Odiaba los uniformes.

Odiaba muchas cosas, en realidad, pero si me pongo a recitarlas no acabamos.

Le hice un ademán con la mano a Silvia como despedida, a lo que ella respondió con una sonrisa. Esa mujer estaba hecha de amor... me pregunté si de verdad el tío Erik y ella habían tenido una relación amorosa.

Llegué al punto de encuentro cinco minutos antes de lo previsto. Como estar sola en una cafetería llena de gente no me molaba demasiado (tipo, vas a una cafetería sola... y hablas con la pared), saqué el móvil. Bay todavía no había visto el último mensaje que le envié ayer tarde. Mirando la hora, ya estaría en clase.

Suspiré. Seguía sin saber cómo había cogido tanta confianza con ese chico si lo conocía de apenas mes y medio. La Katsue de ahora ya no era la Katsue de antes.

Por fin, apareció mi madre. Llevaba una coleta y gafas de sol, a pesar de que éste no iba a brillar ese día. Se sentó cuidadosamente en la silla de enfrente a la mía y se quitó las gafas.

—Hola, cariño.

—Hola, mamá —respondí. Su cara delató preocupación—. ¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo en el restaurante? ¿Hoy no tendrías que trabajar?

—Sí, tendría —dijo—. Pero esto es más importante... y urgente. Mira, he de contarte algo que... bueno. Quería que fueras lo suficientemente madura como para tomártelo bien.

Apreté los labios.

—Mamá, ¿qué pasa?

—Verás... —hizo una pausa—. Tu hermano...

—¿Qué...?

Una persona se sentó con nosotras repentinamente. A nuestro lado, Mark Evans sonreía con disculpa y se frotaba la nuca.

—Perdona por llegar tarde, Sue. He tenido un contratiempo.

Ella le sonrió, como diciendo que no importaba. Pero sí que importaba. Por su cara, sí.

—¿Qué pasa con Zack?

—A eso queríamos llegar —dijo el entrenador Evans tras cruzar una mirada con mamá—. Durante mi ausencia, estuve investigando. No sólo al Sector V, sino también el caso de tu hermano.

—Me arrepiento mucho de no habértelo contado antes, debes creerme —añadió mi madre, mirando sus manos. Jugaba con ellas como si fuera a hacer algo malo, como si los nervios le pudieran—. Tu hermano no se llama Zack.

—Mamá, claro que se llama así —fruncí el ceño—. Mi hermano mellizo es Zack Hartland.

—Lo siento, Katsue —habló el entrenador—. Pero tu hermano vive con tu padre en esta misma ciudad.

—Tu padre se hizo cargo de tu hermano cuando nos divorciamos. Todo parecía justo para él: un niño para cada uno. Decía que... al ser mellizos, no habría problema. Pero yo sí lo veía —siguió mi madre—. Al final, no logré tener su custodia. Tu padre es un muy buen empresario y hay buena relación, pero me dolió mucho que se llevara a tu hermano.

Algo estaba apunto de explotar en mi cabeza.

—¿Me estáis diciendo que mi hermano está bien y no custodiado por el Sector V, como he creído toda mi vida? —intenté sonar todo lo calmada que pudiera, pero sentí que parecía una granada a punto de explotar.

—A eso queríamos llegar —dijo Mark—. Hemos averiguado que el Sector V le está financiando algo a tu hermano, pero no sabemos qué.

—Tu padre no coge el teléfono —se lamentó la peliazul. Sentí pena por ella.

—¿Puedo ir a casa de papá... a visitar al no-Zack?

—Me temo que no —contestó el entrenador—. Tu hermano está... bueno, está ingresado.

—¿Cómo que está ingresado? —mi boca estaba seca, muy seca. El camarero vino a dejar dos cafés, pero a pesar de no tener líquidos en la boca, no tenía sed.

—Lleva un tiempo ingresado en el hospital, sí —dijo mi madre—. Al principio llamé a Mark por eso, para que te fueras relativamente lejos y no te enteraras de lo que sucedía. Pero un día me llamó diciendo que eras mejor de lo que esperaba y que de verdad te quería en su equipo.

—Estamos hablando de él, no de mí —mascullé.

—Iba a llevarte a verlo, pero debo ir a la sede de La Revolución con Mark —me echó una mirada apenada—. Pregúntale a Camila, la enfermera.

—¿Cómo...?

—Sol —respondió, rápidamente, y mirando al suelo—. Sol Daystar.

[...]

Hola —respondió Bay, al otro lado de la línea.

—¿Podemos cenar hoy juntos, por favor? —pregunté—. Si te viene bien.

Sí, sí, claro —dijo—. ¿Te recojo?

—No —contesté, mirando la puerta del hospital—. Nos vemos donde siempre.

Sí, vale.

Y colgué. Cogí todo el aire que pude por la nariz, lo solté y puse un pie dentro del edificio.

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Where stories live. Discover now