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Había ido decididamente hasta allí. Sí, no me había parado a pensar en nada de lo que mi madre y Mark Evans me habían comunicado. Cuando llegué a las puertas del hospital, me sentí como un globo deshinchado. Me faltaba el aire. Muy oportuno, sí. Y también irónico, porque estaba en un hospital y...

¡Ya me entendéis!

Entré a paso rápido y me fijé en todas las pantallas y carteles. ¡Y es tan maravilloso cuando tu vista no enfoca bien!
Minutos después, me acordé de que estaba buscando a un paciente y no una habitación. Debía ser tonta yo, o algo. Me puse en la cola del mostrador. Casi me dio algo cuando el bebé que la pareja de delante se puso a berrear al no poder conseguir otra chocolatina que tenía su madre en la mano. De verdad, se me ocurrió hasta meterle el chocolate en la boca y todo.

Por fin, llegó mi turno. Lo más seguro es que hubieran pasado cinco minutos, pero a mí me parecieron horas. Muy largas, por cierto. El hombre que había allí sentado no parecía tener muy buena pinta: ordenador, muchas horas sentado, tener que hablar con personas con las que no quieres hablar y una cara de amargura total no son una buena combinación.

—Estoy buscando la habitación de un Paciente de este hospital —dije.

Él no se movió. Solo me dirigió una mirada de reojo y se dedicó a clickear en el ordenador durante varios segundos.

—No tengo ni idea de qué está buscando, si ni siquiera le he dicho el nombre —comenté—. Ya entiendo por qué va esto tan lento.

—Estaba cerrando el expediente de una mujer que debe hacerse una prueba —contestó seriamente, y volvió a mirarme de reojo. Yo me ponía cada vez más nerviosa—. ¿A quién buscas? No es horario de visitas.

—Es urgente —le apremié. No me había dado cuenta de que tenía un puño apoyado en la mesa con los nudillos en blanco. Bueno, quizá era sólo un tono más blanco al de mi piel—. Sol Daystar.

Eso pareció llamar su atención. Se inclinó hacia delante y me examinó con la mirada.

—¿Quién eres?

La pregunta me pilló desprevenida. Normalmente no te solían preguntar eso cuando ibas de visita a una clínica o a un hospital, o al menos no tan descaradamente.

—Creo que eso no es de su incumbencia —respondí, frunciendo el ceño—. ¿Puede decirme ya la habitación?

—Doscientos treinta y ocho —murmuró, dirigiéndose otra vez a su ordenador—. Pero no deberías ir allí, chica.

—Que me detengan, si quieren —mascullé. Me di la vuelta y, cuando iba a marcharme, lo vi inclinándose hacia un aparato y susurrando algo. Supe que debía darme prisa, solo por si acaso.

Memoricé el número como pude y subí corriendo las escaleras, ya que vi que en los ascensores no cabía ni una hormiga. A pesar de que llegué a la planta correspondiente sin problemas, puede que me llevara a algún niño por delante. Pero como dije antes, ningún desperfecto que se deba lamentar.

Anduve más tranquila por el pasillo, intentando divisar la habitación del chico que estaba buscando. Estaba sudando más que cualquier empleado de una fábrica. Al doblar la esquina, no pude evitar quedarme parada. Respiré hondo y, justo cuando iba a seguir andando, oí dos voces.

—Dime que no se te ha pasado por la cabeza dejar que Daystar juegue ese partido —dijo la primera voz. Parecía preocupada—. Sol Daystar es un genio de los de verdad, y lo mismo pasa con sus sentimientos sobre el fútbol, pero ahora mismo no es capaz de soportar la tensión de un partido. Es una pena, pero el Camino Imperial es un imposible para él.

Noté cómo mis músculos se tensaron, y fui incapaz de seguir andando.

—¿Sabes? Cuando veo a Daystar me acuerdo de él —respondió la segunda voz—, de aquel chico, el que estaba igual que Daystar. Sus sentimientos por el fútbol y el pensar que no podría volver a jugar al fútbol le ponían tan furioso...

Ese fue el colmo. Me asomé. Abrí la boca al ver al Gran Emperador y a otro chico delante de los ascensores. Parecían preocupados de verdad. ¿Me estaba preocupando yo también por las palabras de alguien contra quien luchábamos en este torneo? Intenté que no me vieran al pasar, pero cuando giré la cabeza hacia atrás, los dos me miraban. Alex Zabel sujetaba al otro del antebrazo, como si quisiera pararlo. ¿Querría ese hombre darme la oportunidad de conocer a mi hermano?

Bueno, no se la negué, fuera lo que fuera lo que quisiese. Anduve rápidamente y estuve a punto de pasarme la anteriormente dicha habitación.

238—Sol Daystar, rezaba el cartel. No se oía ni un ruido, y temí que no estuviera allí.

—Perdona, pero ya ha terminado el horario de visitas —me dijo una voz a mis espaldas. La enfermera Camelia abrió los ojos un poco más al girarme—. ¿La hija de Sue?

—Sí, soy yo —contesté—. Sé que no es el horario adecuado, pero vengo desde la otra punta de la ciudad. Necesito ver a mi hermano.

Ella se quedó en silencio.

—¿Así que ya lo sabes? —musitó, aunque alzó levemente las comisuras de los labios—. Pasa, pero no estés mucho tiempo. Pronto le traerán la cena.

Asentí, agradecida. Llamé con los nudillos a la puerta, y el sonido me notificó que tenía permiso para entrar. Mi hermano se encontraba en la cama, mirando un balón de fútbol y, a la vez, la televisión de reojo.

—Camelia, me han dicho que el médico... —cortó la frase en seco al verme—. ¿Tú quién eres?

Ay, ay, ay.

—No te lo vas a creer —dije, sentándome en la silla de al lado—. Quizá no estés preparado para la gran noticia que te voy a dar.

Y yo quizá debería dejar de ver programas americanos en los que dan noticias muy fuertes, porque se me da de pena.

—Verás, somos hermanos. Espero que no te suponga un trauma este comunicado.

Una risa resonó en la habitación.

—Katsue, das fatal las noticias importantes. ¿Te lo han dicho alguna vez?

Me quedé de piedra.

—Tú... —alcé las cejas—, ¿lo sabías?

—A mí no me implantaron ningún recuerdo, Katsue —esta vez parecía más serio—. Simplemente me localizaron esta enfermedad de pequeño y me llevaron con papá.

Me levanté, temblándome las piernas.

—¿Y los recuerdos para qué?

—No debías buscarme —respondió—. Papá y mamá decidieron que era mejor mantenerte al margen del hospital.

—¿Y cómo esperaban que olvidara a mi único hermano?

Sonrió.

—Qué cursi te pones a veces, Kat.

Le devolví la sonrisa, aunque pude notar mis ojos con unas pocas lágrimas.

Que conste: pocas.

Me senté en la cama y le di un gran abrazo.

—He seguido vuestros partidos —comentó, aún en mis brazos—. Arion Sherwind me parece una pasada.

—Es genial —corroboré, asintiendo—. Un gran espíritu.

—Sí —dijo—, es una pena que...

Una enfermera irrumpió en la habitación con el carrito de la cena. Tras ella, iba Camelia. Su mirada nos indicó que debía irme.

—Luego te lo cuento.

Y esas fueron las últimas palabras que oí de mi hermano antes de irme.

CCC Tokio [Inazuma Eleven Go]Where stories live. Discover now