Todos estaban sumergidos en sus propias tormentas. Y yo, supongo que también tenía esa maldita nube gris incrustada sobre mi cabeza.

Me encontraba en un pequeño parque en algún lugar de la ciudad. El cielo oscuro, tintado del mismo color gris del humo del cigarro, las nubes dispersas en la anchura del mismo como si el destino estuviese recordandome el pésimo cauce que estaba llevando mi día.

Pequeñas pero grotescas gotas de agua comenzaron a descender del cielo, obligándome a esbozar una mueca.

¿En qué demonios te has convertido, Mikhail?

Ni yo mismo lo sé.

. . .

Tardé en llegar a casa por muchas razones: primeramente, no estaba de ánimos para entablar conversaciones con ningún ser viviente. Segundo, quería darme una larga ducha para desplomarme sobre mi enorme cama e intentar dormir. Y tercero, me sentía, literalmente, como una chica en su menstruación.

Debería darte verguenza. Estás actuando como una maldita niña.

Pues, quizás era una maldita niña y aún no lo había descubierto.

Ruedo los ojos sorprendiendome a mi mismo por tener pensamientos que un hombre con aparato reproductor masculino no debería tener. Necesitaba una revista pornografía para recordarme cual era mi verdadera orientación sexual. No tenía nada en contra de los homosexuales, incluso, un día un homosexual me confesó su extraordinaria atracción hacia mí. Fue el día más extraño de toda mi jodida existencia. Luego intentó seducirme, pero como siempre, Lana me salvó el trasero.

Sonrío al recordar a mi amiga. Últimamente, desde la llegada de la francesa a mi vida, me había alejado de muchas de mis amistades.

Me dirijo a la cocina con la estúpida esperanza de no tropezarme con ningún ser humano en el camino. El lugar está silencioso, pulcro y en orden. Avanzo hasta la nevera en busca de una botella de agua, o cualquier otra bebida parecida, en su defecto.

Consigo lo que busco, colocándola firmemente entre mi brazo y mi pecho. Cuando de repente, escucho un par de risas que se me hacen conocidas. Sara está en casa, compatriotas.

Su risa es audible, lo cual se me resulta extraño. Creo que es la primera vez en años que la escucho reír de esa manera, como si fuese posible estar alegre. Frunzo el ceño, destapando la botella de agua que anteriormente tenía bajo el brazo. La risa se aproxima a la cocina mientras le espero con ansias.

—Bart, ellos jamás están en casa, será imposible darles la noticia...

—¿Cuál noticia? —me acerco hasta ambos, recargando mi cuerpo contra el mesón de la cocina.

Mi madre se detiene bruscamente, haciendo tropezar a su acompañante. Sus ojos azules chispean con ingenuidad, puedo notar la manera en la que los músculos de su rostro se tensan, y por más cruel que suene, me divierte la situación.

Le espero con ansias, mientras la mujer que me dio la vida, permanece balanceadose sobre sus pies como si hubiese visto un fantasma por detrás de mí. Avisto al hombre que se encuentra a sus espaldas, su cabello es grisáceo minado de hebras que, con el pasar de los años, han perdido su color. El viste como todo un empresario sólo que no lleva maletín por ningún lado. Supongo que debe tratarse de algún colega con el que mamá realiza sus negocios, pero por alguna razón, me huele a engaño.

—Mikhail, pensé que no estabas en casa... —titubea con sus azulados ojos perdidos en sus nubes mentales.

Hundo ambas cejas sin dejar de mirar al hombre que se encuentra detrás de ella. El me devuelve la mirada impasible, como si ansiara decirme o notificarme sobre algún tema.

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