⟮ las crónicas de alaska ryddle: libro 4 ⟯ siguientes libros disponibles en mi perfil.
Insatisfecha con lo que sabe de su pasado y deseosa de conocer más de él, Alaska se escapa del orfanato y se dirige hacia Little Hangleton, una villa muggle cuya...
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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐸𝑉𝐸𝑁 ) bulgaria contra irlanda.
Escucharon el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.
—¡Es la hora! —Soltó Blaise de manera impaciente.
Agarraron todo lo que compraron y, siguiendo a la multitud, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían gritos, risas y retazos de canciones de las miles de personas que se encaminaban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y ninguno podía dejar de sonreír.
Al salir por el otro lado del bosque se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque sólo podían ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, no se les dificultaba calcular que dentro podría haber, sin apretujones, miles de personas.
—Escuché que prepararon asientos para cien mil personas. —Les dijo Theo.
—Daphne me dijo que cientos de trabajadores del Ministerio trabajaron durante todo el año para levantarlo. —Agregó Blaise.
Adelantaron a gran parte de la multitud y llegaron a la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.
—¡Asientos de primera! —Dijo el mago del Ministerio apostado ante la puerta, al comprobar las entradas de Lucius—. ¡Tribuna principal, señor Lucius! Deben subir recto las escaleras, hasta el final.
Blaise y Theo se despidieron, encaminándose a sus asientos mientras la familia Malfoy y Alaska seguían las indicaciones del mago. Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subían con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda.
Al llegar al final de la escalera se encontraron en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas.
—¡Ah, Fudge! —Dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcissa, ni a nuestro hijo, Draco.
—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —Saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. ¡Ah, señorita Ryddle! Usted los acompaña también.
—Los Malfoy fueron muy amables en invitarme al partido —Comentó la chica con educación—. No me hubiera gustado perderme las finales.
—Desafortunados quienes no pudieron asistir —Dijo el ministro, para volver a dirigirse a Lucius—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende nada de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.
