14. Demasiado Facil

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—No, escúchame —pedí al idiota del otro lado del teléfono.

—No pasara nada —mencionó tranquilo.

—Con un demonio idiota escúchame —alce la voz—. Serás muy el hombre legendario y lo que tú quieras, pero tienes que escucharme ¿de acuerdo? Ellos quieren asesinarte, y créeme que por mucho que yo también anhele hacerlo...

—Auch, eso dolió —comentó con un deje de decepción.

—...necesito respuestas, y hasta que no me las des nadie puede enterrarte una estaca de roble blanco o arrancar tu corazón sino soy yo —concluí.

—Entonces dices que...

—Ya te dije lo que tienes que hacer —mencioné cansada.

—¿Ese es tu brillante plan? —cuestionó.

—A menos que tengas uno mejor, sí, ese es mi plan —aseguré por enésima vez.

—¿Por qué no voy y mato a todo el pueblo? —aquella pregunta salió tan natural.

—Porque en ese pueblo están mis hermanos y aunque esté peleada o enojada con ellos los quiero, y si tú haces eso te juro por lo que más quiero que seré yo esta vez la que te va a cazar y cuando te encuentre suplicaras porque te mate —amenace.

—Uy que miedo —se burlo como de costumbre.

—No estoy jugando —hable realmente molesta—. ¿O que, ya no recuerdas que casi lo logro una vez? —sonreí ante aquel recuerdo.

—Fue suerte —pronuncio con simpleza—. Me deje ganar.

—Aja, si claro seguro —rodé los ojos.

—¿Por qué estás tan segura de ello?

—Porque se como piensan.

—¿Cuál dices que es su nombre? —pregunto por quinta vez.

—Isobel —esto de verdad me estaba hartando—. Oye si tú no tienes algún interés por vivir, está bien, lo acepto, eres un anciano amargado, pero a mí por otro lado si me importa ¿de acuerdo?

—Te preocupo —agudizo su voz en un tono dulce—. Que tierna.

—Tu trasero me da igual si vive o muere —aseguré—. Antes de eso sólo quiero una confesión.

—Confesión que no tendrás —canturreó.

—No estés tan seguro —sonreí—. Bien, manda a alguien por Isobel, platicas con ella le das ciertas órdenes y ya.

—¿Así de fácil?

—Así de fácil —afirme.

—Entonces tenemos un trato —suspire aliviada—. Pero no cantes victoria aun Salvatore, sobre el otro asunto.

—Luego hablamos de eso –y colgué.

Recordé la plática que había tenido hace ya algunos días. No sabía si lo que había hecho estaba bien o no.

Ese día el coraje por la muerte de Elijah me había cegado de ira y había soltado la lengua al cien. Antes solo había movido las piezas a mi favor, nadie se enteraba de nada, pero ahora había abierto la boca.

Ciertamente había algo en mí que no se arrepentía de lo que había hecho, pero por otra parte sentía que había traicionado la confianza de mis hermanos, pero ¿realmente nos teníamos confianza?

La Tercera Salvatore - Libro I [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora