Capítulo 7: Conociéndote otra vez

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Volví a ver a Antonio con preocupación, sus pupilas rasgadas no se notarían a primera vista si no tuviera el gran iris de sus ojos de ese verde intenso que hacía casi imposible fijar la mirada a otra cosa que no fueran esos ojos, los ojos hipnóticos de un depredador.

—Mamá —dijo el niño asustado—, es... es...

—Sí, Martín... es un H.E., pero me ha salvado la vida —le dije—, está de nuestro lado.

Los ojos del niño se iluminaron.

—Súper —exclamó emocionado.

—Sí, ten cuidado no más —agregó su madre—. Vengan por aquí —nos dijo.

La seguimos. Llegamos a una habitación que tenía extra y que siempre me la daba cuando yo lo había requerido.

—Gracias tía, y perdón por la incomodidad.

—Descuida —suspiró—, solo ten cuidado...

—Sí. —Sonreí levemente.

Mi tía se fue y Antonio puso la mochila sobre el colchón. Rayos, había olvidado que había una sola cama, felizmente era bastante amplia, cabrían tres personas en ella.

—Me debes muchas explicaciones —le dije.

Me miró.

—Adelante, pregunta.

—Déjame curarte primero.

Lo senté en la cama con prisa, empujándolo por su estrecha cintura, mi prima me alcanzó un kit de primeros auxilios y me percaté de que ambos niños estaban a mi lado ahora. Retrocedieron y Antonio los miró de reojo. Le desabroché la camisa y le revisé el costado. Era una herida grande pero no le había llegado a arrancar carne.

—Te dije que estaría bien, me regenero rápido además. No tienes que angustiarte...

Suspiré con algo de alivio pero la angustia no se me iba. Procedí a desinfectar.

Sonreí satisfecha al acabar y me senté en la cama. Me iba a costar acostumbrarme a esa nueva apariencia suya. Al mismo tiempo seguía siendo él, el Antonio que conocía. Aunque su cara angelical ya no concordaba con su salvaje naturaleza. ¿Cómo podía ser tan amable ahora y salvaje cuando peleaba?

—Siempre has tenido buen olfato y oído...

—Sí, ya sabía de antemano cuando estabas cerca de mi habitación.

—¿Cómo es que parecías humano?

Volvió a mirar de reojo a los niños, entonces supe que era algo que definitivamente nosotros los humanos no sabíamos... y no le gustaba que supiéramos.

—¿Haces ejercicio? —Preguntó Lucy, casi embobada, pues le había visto el pecho marcado.

Sonreí.

—Los evolucionados son pura fibra y están en muy buena forma —respondí—. Por favor, uhm... Necesito hablar algo con él...

—¡Oh, por supuesto! —Tomó de la mano a su hermanito y salió despidiéndose de Antonio con un movimiento de la mano, ruborizada.

Suspiré, volví a ver a Antonio y sonreí.

—Ahora puedes decirme. Puedes confiar en mí.

Tensó los labios y miró al frente.

—Estaba en etapa de transición... Nacemos como evolucionados, pero entre los dieciocho y veinte años, aproximadamente, el iris de los ojos se reduce, las pupilas se redondean y nos falla un poco la vista. Los colmillos se caen y al tiempo crecen otros pero se mantienen de un tamaño normal, como el de los humanos... —Me miró unos segundos, hipnotizándome con esos ojos—. Siempre quise saber cómo eran ustedes, somos una cultura muy diferente, así que escapé aprovechando mi apariencia.

Ojos de gato Tentador [La versión de ella]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora