Capítulo veintiocho

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—¿Cuál es la causa Gabriel? —interpelo y trago saliva.

Tengo la boca y la garganta como un desierto, secas.

—Ella... Me fue infiel —Y allí esta, la vergüenza reflejada en su rostro. ¿Y cuándo ellos nos engañan a nosotras? Claro, ellos son machos pechos peludos y eso es un insulto a su orgullo de hombre.

—Pobre, como sí fueras sido un angelito... Lanza la primera piedra si estas libre de pecados, Monserrate —Arrastro las palabras; tengo la lengua dormida. ¿Es normal eso cuando un paciente fue sedado?

Él resopla, los huecos de su nariz se le expanden con cada respiración y sus ojos me ven con frialdad y molestia.

—¿Sabía que en mi cultura por una mujer responderle a un hombre, de esa forma, es duramente castigada? —comenta indignado.

¿Me debería asustar? ¿Sí? Pues no tuvo exito; suelto una carcajada burlona que parece el rebuzno de un burro.

—Primero: Esa es la cultura de tu padre... Es más, ni siquiera de tu padre, sino de tu abuelo. Segundo: Estoy segura que serias incapaz de lastimarme, ¿o sí? Tercero: ¿Castigo? Por dios, primero me dejo tatuar al pato Donald en mi trasero antes de permitir que una persona que no son mis padres me castigue —hablo con calma, aunque eso suene imposible de creer.

Solo cinco minutos, cinco minutos y me quedo dormida, estoy segura. ¡Condenados calmantes!

—Tiene razón. Jamás le lastimaría y así no fui criado. Pero créame que podría buscar otros modos de castigarle, sin hacerle daño alguno a su cuerpo o a su mente —dice en un tono insinuante, seductor.

Razono por varios segundos sus palabras... ¿En qué cosas extrañas piensa este hombre? ¿Castigos? Eso me suena a la época de la esclavitud... Exclavos... ¿Sumisión?... ¿Amos? Sí es lo que mi mente se imagina, ¡cielos Gabriel, eso no se le hace a una mujer!

Qué mente tan sucia la mia, cuando llegué a casa borrare todos los libros eróticos de mi portatil y celular.

—Gabriel nos desviamos del tema. Dejemos los orgasmos quietos y termina tus argumentos —¿Dije orgasmos? Padre santo, putos calmantes.

Diría que estoy sonrojada, pero gran parte de mis nervios ya deben estar dormidos. ¿Los nervios se duermen? No, la pregunta aquí debe ser, ¿los nervios tienen que ver con la coloración de la piel? Puede ser, lo más probable.

Gabriel suelta una suave risa y se pasa los dedos por la barbilla, acariciando su incipiente barba.

Mmm, provocativo.

Bostezo, abriendo la boca como si me fuera a tragar el universo. ¿Pena? ¿Modales? ¿Educación? Los deje en la aguja con la que me inyectaron los calmantes en el trasero.

—Termina —balbuceo, ya me duermo y Gabriel no ha llegado al punto.

—Ellos no permitirán que yo pisotee la reputación de su hija. De ellos. Han hecho de todo para que mi palabra y acusación no sea válida. Me han hecho quedar como difamador y me arrebataron el derecho de estar con mi hijo —Su tono de voz es alterado, más sin embargo prosigue con un semblante sereno—. Ellos me propusieron un trato, yo les daba todos los bienes que poseo en Europa, junto con la mitad de toda mi fortuna, y ellos dejarían que el proceso de divorcio finalice y permitirían la custodia compartida de Lucas... Claro, yo tenía, tengo que callar todo lo que Bonnie hizo...

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora