Capítulo dieciocho

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Capítulo 18

Contemplo su figura por un largo, largo rato, podría jurar que horas, pero eso sería exagerar.

—Gabriel, sin notarlo me has dicho más de lo que deseabas... —alego. La mirada del árabe se posa en mí y frunce el ceño—. Sí, me has revelado que ella es alguien especial... Importante en tu vida, con solo negarte a decir su nombre.

Los ojos grises de Gabriel se abren de par en par en una expresión de sorpresa.

—No. Ella es solo mi pasado —confiesa con aires enigmáticos y se baja del vehículo.

Lo sigo con la mirada, grabando cada uno de los movimientos tensos y apresurados del magnate. Gabriel es un hombre que tiene mucho control sobre si mismo, pero cuando pierde ese control, se vuelve un caso perdido.

Salgo del auto y de inmediato una briza gélida choca contra mis mejillas. Delante de mí una pequeña casa se puede ver, es demasiado pequeña y con dos paredes de vidrios oscuros que no deja ver el interior. ¿Otra casa de Gabriel? No me extrañaría. Guardo las manos en los bolsillos de mi chaqueta y me encamino a ese lugar. Monserrate me espera en la puerta, sigue molesto y algo pensativo. Me coloco a su lado y lo veo de reojo.

—Es una casa muy linda —susurro en un hilo de voz, que se mezcla a la perfección con el arrullo del viento.

No me escucha.

Sigue molesto.

Y, por sorprendente que parezca, abre la puerta y hace una pequeña y extraña reverencia invitándome a que pase de primera.

Gabriel es un hombre con modales de caballero de la época medieval; eso es excéntrico y muy atractivo.

Ingreso a la casa, que está igual o más fría que el exterior. El castaño cierra la puerta y prende las luces. Sí, el lugar está oscuro, aunque tiene dos paredes completamente de cristal. Lo primero que veo me deja anonadada y me hace soltar una que otra expresión de sorpresa; no, no es ningún cuarto rojo de placer o hay algún muerto; pero, en el suelo, repartidas de manera organizada y cuidadosa, hay un aproximado de quince esculturas medianas sin forma alguna aunque realmente preciosas. En una pared se pueden ver muchos cuadros, pequeños, medinos y grandes, algunos coloridos, otros en blanco y negro y tonos sepias. Y en la otra pared, que no tiene color alguno, pero sí un diseño extravagante y urbano de ladrillos rojos a la vista, hay un enorme cuadro —cuando digo enorme, quiero decir del tamaño de una mesa de ocho personas— de lo que parece ser... Bueno, la verdad no sé muy bien que carajos es.

—Horizontal... Dos personas desnudas en la oscuridad —masculla a mi espalda el árabe.

Asiento distraída y, como si fuera un perro, ladeo la cabeza para examinar mejor la imagen de la pintura. No es grotesca, vulgar o escandalosa, al contrario, se ve realmente hermosa, llena de amor y pasión.

Sonrío sin quererlo y sigo evaluando el lugar. El mobiliario es conformado por un gran mueble color avellana que se encuentra justo debajo de la gran pintura; también hay un sillón sin espaldar... Más parecido a un banco, pero acolchonado, situado al frente de una pequeña y discreta chimenea. Detrás de un corto muro horizontal se deja ver una hermosa cocina moderna de color oscuro. Y, sin mencionar un pequeño estante con libros, los pisos de madera reluciente y una diminuta mesa cerca de la chimenea.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora