Capítulo cuatro

14.1K 815 43
                                    

Después de la incómoda pregunta de Gabriel, todo se sumerge en silencio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Después de la incómoda pregunta de Gabriel, todo se sumerge en silencio. Mejor así. Mi padre es un hombre muy celoso cuando se trata de mí; no quiero que sospeche algo de lo que busca Monserrate hijo.

Termino de comer y con una sonrisa me pongo en pie; sonrisa que desaparece al sentir unos dedos fríos rozar levemente mis piernas. Hago una mueca y tartamudeando me despido.

En el segundo piso, camino con prisas y entro a mi habitación. Dejo salir todo el aire que llevo conteniendo.

Gabriel, cada vez está más loco.

Me siento en la cama y me quito la ropa. Entro al armario y saco mi pijama; un mono y camisa de ositos verdes, muy cómoda para dormir. Me acerco al interruptor y apago la luz, saltando sobre el colchón, con una velocidad y agilidad envidiable, enciendo la lámpara que esta al lado derecho de mi cama.

Pero, mi tranquilidad y paz no dura mucho. Alguien toca la puerta de mi habitación, ¿será que no respetan el sueño ajeno? Me volteo y tomo mi celular en manos. Las nueve de la noche, ha pasado tan solo media hora desde que cené.

Me siento, con recelos de colocar los pies en el suelo, estoy descalza y el piso debe estar helado. Camino de puntas hasta la puerta, tomo la manilla y siento un escalofrío recorrerme la espalda. Suelto un suspiro. Al abrir, una figura masculina con un encantador olor a canela y a ¿pintura? Sí, ahora, en la media oscuridad mis sentidos se agudizan; entra sin pedir permiso.

—Pero qué demoni...

—Necesito hablar con usted —me interrumpe.

—Está es mi habitación, estaba por dormir —protesto colocando las manos en mi cintura.

Él arquea una ceja y me recorre con la mirada.

—Se ve sumamente hermosa en esa pijama —susurra en tono meloso—. Adorable e inocente, algo fascinante de observar.

Mis mejillas arden, pero con velocidad me repongo de su comentario y cierro la puerta.

—¿Cómo subiste? —le cuestiono. Dudo que mi padre le haya dejado subir.

Me cruzo de brazos.

—Fui a contestar una llamada y me he perdido —dice burlón.

—Sí claro... Comienza hablar, qué si mi padre te descubre aquí, te castra.

—Quiero arreglar las cosas —habla serio—. Primero, no debí ofrecerle dinero, ni mucho menos para algo como... Eso.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora