Capítulo nueve

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Relajo los hombros y me acomodo en el suelo, justamente, entre las piernas de Gabriel

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Relajo los hombros y me acomodo en el suelo, justamente, entre las piernas de Gabriel. El castaño toma mi cabello en una sola mano y lo acaricia, luego lo divide, sacando un pequeño mechón para después pasarle la toalla con delicadeza, frotándolo; y así logrando secar algo de la humedad de mis cabellos.

Repite ese proceso con muchos otros mechones.

Siempre, desde pequeña, me ha dado sueño cuando me hacen algo en el cabello, desde secarlo, trenzarlo o hasta acariciarlo. Y, en esta ocasión, no es diferente, por lo que cierro los ojos y relamo mis labios.

Cinco minutos más es esta situación y juro que me duermo entre los brazos de Gabriel.

Bostezo y escucho su armoniosa risa, demonios, nadie debería tener una risa tan indecorosamente hermosa. De pronto, sus manos dejan de hacer su perfecto trabajo y, sin quererlo, gruño; él se remueve en el sillón y después su aliento choca con la piel de mi mejilla, me sobresalto, pero no abro los ojos.

-¿Le gusta? -musita con voz baja y de terciopelo. Suelto un suspiro, que debería contar como una afirmación.

Sus labios tocan mi mejilla, en un beso suave e inocente, como una caricia. Abro los ojos y en un acto de valentía o estupidez, quién sabe; giro el rostro.

Suelto un jadeo al sentir su fina nariz tocar la mía.

Mi respiración se vuelve rápida y él me ve con tanta intensidad, que hipnotiza. Oh, santo cielo, tan solo unos cortos centímetros separan nuestros labios. El castaño acorta ese pequeño espacio, pero antes de cualquier cosa, una condenada picazón en mi nariz y ojos se hace presente; giro el rostro con rapidez, aunque no estornudo.

¡La vida es jodidamente cruel e injusta!

Con las mejillas encendidas en un intenso color rojo me vuelvo hacía él. Gabriel me observa y se recuesta en el espaldar del sillón con los brazos cruzados. Yo, con vergüenza me pongo en pie, en un rápido salto; me siento apenada por estar entre sus piernas después de casi besarnos.

Una sonrisa picara y sensual se va dibujando en su rostro y yo desvío la mirada a mis dedos; no había notado lo bien que me queda el esmalte de uñas morado. Se levanta y se dirige hacía mí, mi corazón comienza a latir con tanta prisa, al sentirlo tan cerca, que temo se salga de mi pecho.

¡Oh, diablos! ¡Oh, diablos! ¡Oh diablos!

Sus dedos toman mi mentón y luego levantan mi rostro. Mis rodillas se ponen débiles y un atrevido y agradable cosquilleo nace en mi estómago y un poco más abajo. Sus ojos buscan con desesperación los míos y al no encontrarlos, coloca sus manos a ambos lados de mi mejilla; lo miro y muerdo mi labio.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora