Capítulo catorce

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Calor

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Calor. Un extraño calor me rodea. Un extraño calor rodeado de frío. Un frio opacado por el calor que me abraza.

¿Abraza?

Abro los ojos de golpe. Lo primero que veo es una habitación en tonos blancos y luego unos ganchos que sostiene una bolsa de suero. Suspiro, muevo la cabeza con lentitud y me encuentro con un brazo sobre mis hombros.

¿Demonios, en qué momento me quedé dormida?

Retiro mi mano que está en la parte baja de su abdomen y muerdo mi labio. ¿Estará dormido? Alzo la cabeza con parsimonia y elevo la mirada. Esta dormido, como un tierno y adorable oso panda.

La luz de la habitación no me ayuda a observarlo con claridad, aunque si logro ver claramente su gesto: relajado, con los labios entreabiertos.

La puerta se abre y eso me sobresalta. Me remuevo, pero el árabe ni se inmuta; el sedante, claro, por eso se durmió tan rápido. Giro el cuello y veo a una mujer de semblante cansado.

—Jham —Su voz es suave y con un armónico acento francés.

Sus ojos se encuentran con los míos y frunce los labios. Se queda parada en la puerta, la luz de la habitación es muy pobre y todo lo empeora que este parada en el umbral, ya que la iluminación le pega a contraluz y el rostro se le ve entre sombras.

—Eres su nueva amante —No es una pregunta, sino una insinuación más cercana a una acusación.

—¿Disculpe? —hablo lo más bajo posible para no despertar a Gabriel.

Ella sonríe, pero su sonrisa no llega a sus ojos verdes, lo que la hace ver igual a una muñeca diabólica.

—Lo que oíste, niñita —habla con voz dulce y engañosa.

Abro los ojos de par en par, molesta y ofendida. La mujer desconocida lanza una mirada a mis espaldas, específicamente al castaño, da media vuelta, abre la puerta y sale.

Me levanto de golpe dispuesta a insultarla a ella y a todas sus generaciones, pasadas y futuras; pero apenas doy mi primer paso para acercarme a la salida, unos dedos gélidos se cierran sobre mi muñeca, pero no logran atraparla, por lo que resbalan. Un gruñido gutural, de dolor y frustración, llena la habitación. Me vuelvo con rapidez y siento como el alma sale de mi cuerpo. Gabriel tiene las dos manos presionadas sobre su herida y la cabeza echada hacia atrás con una horrible mueca de dolor, más sin embargo, eso no es lo que me alarma, sino unas pequeñas manchas rojas en las vendas.

Sus puntos, los benditos puntos de las heridas.

Desesperada, toco un pequeño botón de color naranja al lado de la cama, que regularmente sirve para llamar a alguna enfermera o doctor, el que llegue primero.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora