Capítulo diecinueve

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Capítulo 19

Me observa por un rato, y, poco a poco de sus ojos desaparece ese brillo que creo es lo que muchas personas llaman deseo. Se separa de mí, sin desvanecer el agarre en mi cintura, y yo casi le agradecería que me siga sosteniendo, si él no fuera el culpable del temblor en mis rodillas y la inestabilidad de mi cuerpo.

—Yo tampoco quiero que lo sea —habla con determinación, pero conservando su tono seductor—. Deseo que sea la única.

Su comentario ya no me afecta tanto como la primera vez que insinúo algo parecido, al contrario, siento que esas palabras relajan cada una de mis terminaciones nerviosas.

—¿Qué... Qué es lo que quieres decir exactamente? —pregunto recelosa.

Sé muy bien lo que quiso decir, no soy lenta, solo necesito una afirmación más concisa. Solo eso. Necesito creerle... No, lo que necesito es pensar con cabeza fría, no con un horno como cuerpo.

Gabriel traga saliva y su nuez se mueve con exquisita lentitud o tal vez, se mueve perfectamente normal y soy yo la que siento que su movimiento es, en magnitudes astronómicas, despacito y sensual.

—Sabe muy bien a lo que me refiero. Aunque, permítame que le de una explicación más... Práctica —dice y una sonrisa de lado, muy parecida a la del gato de Alicia, hace aparición en su rostro.

—¿Explicación prácti...?

Mis palabras son ahogadas por la boca de Gabriel. ¡Madre de dios! Mi primer impulso es cerrar los ojos y colocar mis manos en sus hombros... Lo juro, es solo un impulso; mientras sus brazos me atraen de nuevo a su cuerpo y sus dedos se ciñen con firmeza en mis caderas. Mis labios se mueven solos y, como si tuvieran vida propia, se encargan de devolverle el beso a Gabriel.

Y, sí, es un beso profundo...

Su lengua recorre mi boca con experta pericia, conociendo cada rincón de esta y rozando con la mía en una exigente danza. Nunca me habían besado así. Una de sus manos abandona mi cadera y se mueve hacia mi espalda, tocando toda mi columna vertebral con suavidad hasta llegar al hueco de mi nuca, donde me hace ladear un poco la cabeza para tener mayor y amplio acceso a mi boca.

La temperatura ha aumentado, puto cambio climático... ¿O soy yo? Me quemo en las brazas del infierno, con más exactitud, entre los brazos de un sexy demonio.

No sé como es que aún tengo oxígeno.

No sé como aún mi corazón no ha estallado de lo rápido que late.

No sé como aún puedo, aunque sea, tener un solo pensamiento cuando me siento fuera de este mundo.

Sus dedos trazan círculos lentos en mi cuello, sobre mi camisa, volviéndome gelatina. Y, yo, sujeto su chaqueta con manos temblorosas; cuero suave y puedo jurar que el olor a canela de su prenda inunda la habitación y se ha impregnado en la tela de mi ropa.

Después de lo que parecen siglos o tal vez milenios, me separo de forma delicada de sus labios y su exigente lengua. A mis pulmones ya les urgía un poco de oxígeno. Entreabro los ojos y lo veo a él, con los suyos cerrados y un rostro complacido junto con unos labios rojizos. Sus nudillos trazan un camino desde mi cuello pasando por el lóbulo de mi oído, luego por mis pómulos y por último acarician la linea de mi mandíbula, lo que provoca que mis párpados se cierren de nuevo en un acto reflejo.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora