Capítulo veintidós

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Capítulo 22

Salimos de mi casa, para dirigirnos al auto de Gabriel. El brazo del árabe descansa de manera posesiva en mi cintura, mientras nos hace caminar de manera suelta y relajada; como sí no se me dificultará caminar con la trampa mortal que estoy usando como zapatos.

—¿Ella es su mamá? —susurra contra mi oído el castaño, lo que me provoca cosquillas que olvido al momento de ver a la mujer que me dio la vida, venir hacia nosotros con pasos apresurados.

Oh, hasta hoy llego mi vida de soltera.

—¿Bianca? —Escucho la voz de mi madre como un eco lejano y futuro, donde yo estoy vestida de novia y ella me explica las múltiples posiciones del Kamasutra para mi noche de boda.

—Sí... —Mi voz sale trémula, tan extraña que tengo que toser para aclarar mi garganta.

¿Dónde están los alienígenas cuando uno quiere ser raptado por ellos? Mierda, si no son los extraterrestres entonces que se abra un agujero negro y me absorba.

—Hija... —masculla y observa a Gabriel de arriba a bajo—. ¿Monserrate?... Jhatkim Monserrate, que gusto volver a verlo —Mi madre lo saluda con una agradable sonrisa.

Diablos.

No sé que es peor, las amenazas de mi madrastra o la futura boda que mi madre va a planear. Quizás la segunda opción.

—Señora Uribe, el gusto es mío —dice Gabriel y toma la mano de mi progenitora y deposita un beso en esta.

Suelto un largo suspiro que causa una pequeña nuvecilla de vaho y me abrocho más la gabardina de mi madre; de pronto siento frío hasta en mis huesos. Mi mamá y el señor artista hablan y hablan, pero no logro escuchar lo que dicen ya que en mis oídos solo esta presente el sermón del cura en mi boda.

Dios, creo que me va a dar algo.

—Estás sudando —comenta mi madre y luego me pasa sus nudillos por mi frente—. Bueno, los dejo para que se vayan... Ah, señor, por favor, nada de dedos traviesos y mucho menos tengan sexo, Bianca aún es muy niña. Cuídela.

Gabriel asiente con el rostro serio, aunque estoy segura de que no aguanta la risa. Y yo no aguanto la pena.

Para sorpresa de los tres, tomo la mano de Monserrate y después beso la mejilla de mi madre a modo de despedida, para finalizar jalando al hombre de ojos grises hasta donde está estacionado su auto.

Necesito una taza de té o un vaso de vodka, lo que sea primero.

El magnate abre la puerta de copiloto y me ayuda a entrar —ya me comienzo acostumbrar a su anticuada educación—. Me siento, no sin antes acomodar el vestido para no pisarlo.

—¿Por qué estaba tan nerviosa? Su madre es una mujer dulce y risueña, no veo porque casi le da un colapso nervioso al verla —declara Gabriel al mismo instante que arranca el auto.

Bufo y me rasco el cuello.

—¿Te gustaría casarte conmigo? —pregunto y el árabe suelta una gran carcajada.

Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.

¿Y ahora de qué se ríe?

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora