Prólogo

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Tomo un corto sorbo de mi coca-cola y dejo que mis ojos deambulen por el salón de fiesta, no hay nada interesantes, solo algunas obras cuyo pintor desconozco pero que me encantan

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Tomo un corto sorbo de mi coca-cola y dejo que mis ojos deambulen por el salón de fiesta, no hay nada interesantes, solo algunas obras cuyo pintor desconozco pero que me encantan. 

Estoy sentada, alejada del lugar de baile, que ahora solo sirve para reunir a hombres de negocios que hablan sobre economía, sociedad y política, en conclusión de cosas aburridas.

Alguien toma asiento a mi lado, giro el rostro y veo de reojo a quien esta a mi costado. Un hombre de traje, bastante atractivo debo acotar. Lo miro curiosa cuando él comienza a desamarrarse la corbata con una elegancia y delicadeza única, la coloca sobre la mesa y dirige su atención a mí mientras sonríe de medio lado.

—¿Usted es la hija del señor Torres? —pregunta con voz suave y ronca.

Oh, dios mío, que voz tan sensual y varonil. Exquisita.

—Sí. Mi nombre es Bianca —Le doy la mano a modo de presentación, él la toma como lo haría un caballero en la edad media.

—Jhatkim Gabriel Monserrate. Pero, por favor, llámeme Gabriel —se presenta y deposita un beso en el torso de esta sin dejar de observar mis ojos.

Gabriel es un hombre de ojos grises fríos como el hierro, piel clara aunque con un ligero bronceado, cabello castaño y un asombroso porte varonil y elegante. Guapo. Sin duda, un hombre en extremo guapo.

Después de presentarnos, se nos pasan las horas hablando de diversas cosas, la mayoría sobre arte y música. Él tiene un tono arrogante medio irritante, no se puede negar, aunque con sus amplios conocimientos puede darse ese lujo.

Se lleva una copa de vino blanco a la boca con delicadeza al tiempo que termina de comentar algo. Sensualidad, solo viene esa palabra a mi mente mientras veo sus labios tocar el cristal de la copa.

Después de tomar un trago de su bebida, la deja sobre la mesa pero antes la mueve en forma de círculos.

—Y, señorita, ¿cuál es su edad? —pregunta y clava sus inexpresivos orbes grisáceos en mí.

—Dieciséis, recién cumplidos... El mes pasado —Al pronunciar esas simples palabras el gesto de Gabriel se vuelve serio, me alarma.

—Eres solo una niña —murmura o reclama, no estoy segura

Frunzo el ceño.

—Realmente no —aclaro.

Ya pase la etapa de niña, ahora soy una adolescente, casi adulta.

Gabriel arquea una ceja y ese gesto lo hace ver provocativo —aunque ya es provocativo—. Abre la boca para hablar, pero es interrumpido por mi padre que lo saluda y me informa que ya nos vamos. Cuando mi papá desaparece, el castaño coloca su mano sobre la mía y observando mis ojos con intensidad, dice:

—Espero volver a verla.  

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Oresmin Sivira Monsalve
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