El beso.

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Solo habían pasado dos días desde que hice daño a mis amigos, a mi hermano y me sentía destrozada. Pero me mantenía fuerte, no podía permitir que les hicieran daño, no a las únicas personas que de verdad quería.

Ninguno me llamó ni tampoco me buscó, cosa que agradecí. Solo esperaba que, cuando todo esto acabara, pudieran perdonarme.

Estaba harta de estar todo el día metida en la cabaña. Nico no venia hasta la noche o incluso al día siguiente y, aunque esto fuera muy bonito, me aburría y cansaba. Decidí salir afuera, aunque este nevando y haga un frío para congelarse, quería caminar.

Opto por ponerme unos leggins negros gruesos junto a una camiseta de tirantes blanca y encima una sudadera de Nico del mismo color. Me coloco mis botas de suela plana negras con pelo a su alrededor. Una chaqueta negra y un gorro blanco de lana. Ya lista, salgo de la cabaña con llaves en mano y empiezo adentrarme al frondoso bosque. Puedo escuchar solo mis pisadas en la nieve blanca con alguna rama de vez en cuando.

Me alerto cuando escucho un sonido, hago caso omiso, lo más seguro sea un animal. Comienzo a caminar nuevamente cuando se escucha el sonido más cerca, miro a mi alrededor, no hay nadie. Continuo el camino pero, esta vez, de vuelta a casa. El sonido se vuelve a escuchar cada vez más y más cerca. Estaba por voltearme cuando alguien le agarra de la cintura. No tardo en llevar mi codo hacia atrás bastante fuerte, volteo y le doy al sujeto una patada en el estómago. Ya en el suelo, veo su rostro llenos de dolor.

— ¡Dios! ¿Estas bien? —me agachó junto a él. —Joder Nico, que sea la ultima vez que me asustas de esa manera. —lo ayudo a levantarse.

—No quería asustarte. —logra decir mientras lleva una de sus mano a su estómago.

—De verdad lo siento. —me disculpo.

—Recuerdame nunca enfadarte. —suelto una pequeña risa.

—Vamos a la cabaña, te prepararé un chocolate. —lo ayudo y, juntos, vamos a la cabaña.

Al llegar lo dejo en el sofá café claro y me voy hacia la cocina a preparar un chocolate. No tardo mucho ya que solo era colocarlo en dos tazas y calentarlas. Ya listas, me dirijo hacia el salón donde Nico me espera, aún adolorido.

—Algo caliente te sentara bien. —le paso la taza y le da un sorbo.

—Delicioso. —se pasa la lengua por sus labios, quitando el resto de chocolate.

— ¿Cómo que llegaste más temprano? —me siento junto a él y le doy un sorbo a mi taza. Tiene razón, esta delicioso.

—Ayer hice turno de noche y día, así que hoy me dieron el día libre. —asiento. — ¿Por qué estabas en el bosque? Sabes que puede ser peligroso. —ruedo los ojos.

—Me aburría y salí andar. —me quito la chaqueta junto al gorro de lana y zapatos. Al estar la chimenea encendida, no ha tardado en entrarme calor. —Ademas, creo que me defendí bastante bien. —alzo una ceja e intento no reírme.

—Ya me di cuenta. —me fulmina con la mirada.

(...)

Pasamos la mayor parte del día jugando al monopoli hasta que llamaron a Nico del trabajo y tuvo que irse.

No quería que se fuera e incluso me agarre a su pierna como una garrapata pero al llegar afuera mi cara se estampó contra la nieve. Me congele, literalmente. ¡Y él muy imbécil se fue dejándome allí!

Pero después de unas cuantas maldiciones y una ducha bien caliente, estoy tumbada en el sofá, boca abajo, aburriéndome como un gallo sin cantar.

New York, Manhattan Where stories live. Discover now