¿Por qué nada podía salirme bien?

El dueño de los ojos azules se aclara la garganta mientras continuo intentando apagar mi teléfono. Alzo mi mirada hasta él y me doy cuenta de que una sonrisa burlona yace en sus labios.

—Yo no estaba... —comienzo a decir en un intento de defensa pero decido guardar silencio al darme cuenta de que todos los cuchillos apuntan a mi garganta—Yo creo que debo irme, entiendo.

—¿Cuantas veces hemos tenido esa conversación en la cual no puedes estar husmeando por la vida, Kathleen Taylor? —me recuerda sín borrar la sonrisa socarrona que adorna su perfilado rostro. ¡Deja de sonreír, maldita sea!

Por momentos así en los que solo con sonreír puede ponerme a flaquear preferiría que en vez de tener esa hilera alineada de perlas blancas tuviese dientes chuecos y con agujeros.

—No sabía que tocabas un instrumento —puntualizo, dejando que mis brazos descansen sobre mi pecho.

—Soy ágil con los dedos —me guiña un ojo ajustando una sonrisa torcida en su boca. Su comentario hace que mis mejillas adquieran color propio e intento cubrirlas con mis manos—. Es innato—agrega.

—¿Lo egocéntrico también es innato? —contraataco, alzando mis cejas hacia él.

Me permito disfrutar de la mueca de dolor que esboza en sus labios cuando de pronto me empuja hacia adentro de su habitación, cerrando la puerta con pasador. Trago secamente sintiendo a mis piernas flaquear y ruego al cielo que no me fallen los pies justo ahora. Mikhail siempre haría la acción contraria a la que en verdad cruzara por su cabeza.

—¿Me estás secuestrando? —le inquiero desde la mitad de la habitación mientras el esboza una de sus enigmáticas sonrisas.

¿No le duele sonreír tanto?

Me concedo unos doloros minutos de tortura para contemplar al hombre frente a mi con una camiseta gris oscuro además de sus usuales y desgastados jeans, sus pies están enfundadas en un par de mediecillas de color negro mezclado con gris. Sin embargo, debo admitir que me encuentro babeando internamente ante el.

Todo tu cuerpo babea, babosa.

Frunzo mis cejas apartando a la molestosa voz de la Kath que habita en mi interior y me enfoco en lo importante: El ojizarco con su guitarra en brazos. Su cuerpo se dobla frente a mi mientras se sienta aferrando la guitarra a sus brazos, cruza una pierna por debajo de la otra y con su mano libre pasa una de sus manos sobre su rostro para después dejarla descansar sobre la parte superior de la guitarra.

—¿Quieres que toque algo? —me pregunta, levantando su mentón anguloso hacia mí. Puedo notar la sombra de barba que comienza a crecer sobre su cincelada mandíbula.

Tócame a mí.

—Seguro.

El ojizarco me dedica una última sonrisa de labios cerrados antes de colocar sus largos dedos sobre las cuerdas rígidas de su guitarra y empezar a deslizarlos uno por uno produciendo un armonioso sonido que acaricia mis tímpanos. Reconozco la canción al instante y me percato de que es la misma canción que sonaba la primera vez que entré a su habitación sin permiso. Mi cerebro se teletransporta de un recuerdo a otro y por un momento, la Kath que entró por aquella puerta un día parece haber hecho una transformación comparada a la Kathleen que suelo ser ahora. Inevitablemente una sonrisa se abre paso entre mis labios y solo puedo sonreír sin murmurar ni una sola palabra.

Cuando el ojizarco termina la canción deja su guitarra a un lado y me dedica una mirada de la cual no estoy segura de su significado.

—¿Y qué opinas? —se atreve a preguntar con una sonrisa orgullosa en sus labios como si ya supiese lo que fuera a contestar.

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